Freud hizo un descubrimiento mayúsculo para el hombre blanco occidental: escondida en el armario, junto a los cadáveres, se encuentra una grabación en la que tenemos registrada nuestra vida y los patrones que, a través de las experiencias, se han ido guardando. Estamos habitados por clichés que repetimos, unos son aparentemente benéficos y otros claramente macabros. Escribe Isabel Solana.
En estos clichés se generan tanto los pensamientos sociabilizantes como los de venganza, se planea lo que tranquiliza a la comunidad así como los crímenes ocultos. La programación es secreta y ni nosotros mismos queremos recordarla… El instinto de mantener oculta nuestra propia narración nos viene de lejos, de por allí el pecado original. El oscuro pasajero, como lo llama Dexter, nos posee. Se aprecia su existencia por el deslucimiento de nuestra vida. Drena hacia afuera en los sueños y en los actos fallidos. Si no somos libres, si sufrimos, si somos molestos para quienes nos rodean y para nosotros mismos es porque el ego tiñe nuestra historia. No queremos reconocer al oscuro macabro que hay en nosotros y hasta lo que pareciera amor, no es más que una estrategia de ese programa. Ya sabíamos todo esto, pero no está de más un repaso rápido habida cuenta de la importancia de sus consecuencias.
En el diván del psicoanalista se da la oportunidad de traer a la conciencia los clichés inconscientes. Le hablas a alguien que, silencioso y detrás de ti, escucha y siente más allá de las palabras. No lo alcanzas a ver, además la penumbra y el recogimiento te llevan a entrar en estado alfa. En esa semivigilia el ego baja la guardia y se muestra poco a poco. El profesional atento puede ver cuál es tu culebrón oculto. Con sensibilidad, respeto y recursos técnicos no invasivos, te acompañará a ver, te ayudará a descubrir las claves de tu ego, si es que no las has visto tu mismo en la sesión.
Freud, Jung y compañía le han hecho mucho bien a esta parte de la humanidad. Nos han dado una visión más humana, y hasta cierto punto entrañable, del diablo.
La reflexión me lleva hasta el Yoga. En yoga recargamos el inconsciente con nuevo y sano material, en su propio lenguaje. ¿Qué son si no los mudras, las postraciones, las reverencias, las asanas, los pranayamas? ¿No crees que actúan benéficamente porque mandan mensajes no verbales de paz, armonía y salud al inconsciente? En Yoga nos metemos en una suerte de psicoanálisis de 5.000 años de antigüedad. ¿No es sobre el mat o cantando mantras como distraemos al ego para que se nos muestre? ¿No son acaso los maestros que nos miran desde el altar de la clase, la ternura y empatía necesarias para observar más profundo, en las cavernas del infierno psicológico? ¿Qué son los fantasmas, resistencias y crisis que aparecen cuando comienzas el camino del Yoga? ¿Qué crees que ocurre cuando te sientas a meditar? ¿Qué crees que observa el observador?
Pongámonos a salvaguarda de la ingenuidad de creer que el camino espiritual nos liberará de nuestra sombra sin más. A veces ponemos perfume sobre la suciedad, maquillaje sobre la herida, pastel rosa sobre la podredumbre. Es una cobardía natural y humana, con la que tratamos de postergar lo inevitable, como los niños piden moratoria para ir a la bañera. Salimos de una clase de Yoga tranquilos y felices, pero sabemos que las sombras nos esperan a la vuelta de la esquina. Damos largas para ver si llega un milagro y nos libramos de entrar en el oscuro laberinto. Nos mantenemos en la periferia de las formas, nadamos y guardamos la ropa… Tal vez es que intuitivamente esperamos el momento en que sepamos cómo se hace, en que nos sintamos confiados… El tic tac se ha puesto en marcha, estás practicando Yoga… Pero tienes miedo… miedo no, terror. Me miras con los ojos húmedos cuando te digo que eres inocente. No sé si me entiendes en realidad; cometes errores, matas y mientes, atentas contra la armonía y la paz, pero aún y así eres inocente. Tú solo quieres oír que eres inocente; te comprendo, la culpa es un veneno mortal.
Proceso de renacimiento
Cariño, puedes confiar. Y dejarte llevar por el proceso que ya se ha iniciado, el cual te pondrá, si perseveras, ante la secreta fortaleza, para tu dicha y liberación. En el camino del Yoga y en cualquier camino con corazón, todo es bello y armonioso. Para un yogui la experiencia de la meditación le lleva a la visión de su inocencia primordial, la cual es la vaselina para enfrentar los propios errores. Y ver esos errores es el modo de volverse un ser sabio y compasivo. Reconocer los secretos aposentos supone un tremendo descanso porque pone fin al gran esfuerzo que requiere disimularlos. Ver lo humano es lo que, paradójicamente, nos permite descubrir eso otro que brilla encendido de amor y que se presenta inequívocamente como nuestra verdadera naturaleza. No hay por qué temer, ni por qué postergar el momento de abrir la luz en la estancia olvidada. Si este proceso de renacimiento nos aportara sufrimiento sería por habernos dejado engañar una vez más por el engañador, el cual nos trae en bandeja el sentimiento de culpa. El ego intentará engañarnos con esa vieja treta. Pero hemos aprendido que la culpa no sirve para sanar sino para empeorar el panorama. Que no se nos olvide. Es vital que no se nos olvide. En ninguna línea de los Yoga Sutras de Patanjali, ni en el Bhagavat Gita, ni en el Hatha Yoga Pradipika, en ninguna conferencia de Yogui Bhajan, en ningún libro de los maestros Yoguis hay una sola recomendación al sufrimiento y la culpa.
Repitámoslo de nuevo, para asegurarnos que lo hemos entendido, por lo terrible de no comprender bien las claves iniciáticas de este proceso hacia el Dharma. Yoga es un camino de héroes, de Arjunas que liberarán al Ser del ser torpe y en transición pero solo con la fuerza y la estrategia del Amor. Una muerte que dará paso a una vida. Todo en Yoga nos lleva a desvelar a nuestro pasajero atrapado, que se nutre de círculos viciosos. Desvelarlo es un drama existencial, un rito de iniciación ineludible. Para llegar a la luz “Ru” hay que pasar por la oscuridad “Gu”. Ahí llegamos al Gurú. Es un pasaje amenazante porque en la puerta están los cancerberos, monstruos sangrientos de afilados colmillos y rostro demoníaco. Los maestros, los que pasaron antes, nos tranquilizan, esa es su función. Nos dicen que no temamos, que no son más que percepciones falsas, que entremos, que hagamos como ellos han hecho ya, que seamos testigos conscientes de la propia vida, que nos enfrentemos a la mente, al karma, que no hay nada que temer, que no hay culpa que pagar, repito, que no hay culpa que pagar sino sabiduría por metabolizar. Y sobre todo que no hay otra manera de hacerlo. Al conocer tu sombra la iluminas, al esconderla la acrecientas. Al ver a tu aterrado pasajero ante tus ojos espirituales, descenderá la inocencia y la tranquilidad para ti desde el mismísimo cielo. Abriendo tus aposentos secretos penetrará el aire y la luz. El inconsciente se volverá consciente. El ego dará paso al Ser (el Self de Jung). Y eso nos llevará a mejorarnos, enriquecernos, sanarnos, liberarnos, iluminarnos.
El psicoanalista y el psicoanalizado están sentados y abrazados en el cojín de meditación. El observador y el observado se iluminan juntos, jamás separados.
Isabel Solana
Nombre espiritual: Hari Dev Kaur. Nació en 1957, tiene dos hijos. Fundó y co-dirige HappyYoga en Barcelona (www.happyyoga.com). Da clases cada día de Kundalini Yoga y Meditación, cursos de crecimiento personal y kinesiología. Forma profesores de Kundalini Yoga hace años. Antes -y durante mucho tiempo- fue directora creativa de una agencia de publicidad, y ganó premios nacionales e internacionales. Es estudiante de Un Curso de Milagros.