Con las enfermedades muy graves pasan dos cosas: o sales o sucumbes. No hay otra opción. Pero una cosa es cómo puedes salir físicamente y otra si ha operado sobre la psique algún tipo de transformación. Se acaba de reeditar mi libro En el límite, donde relato lo que fue mi aventura sobre el alambre que se extiende entre la vida y la muerte. Escribe Ramiro Calle.
Tras haber estado casi un mes en la UCI, después de que me dieran cuatro horas de vida y habiendo sobrevivido casi contra todo pronóstico, vino a verme mi editor Angel Fernández a la habitación del hospital y me dijo que por qué no ponía en un libro todo lo que había padecido y me había sucedido. Me indigné con él en esos momentos de gran debilidad. Había adelgazado 22 kilos, me sacaron de la UCI pensando uno de los intensivistas (y es palabra suya) que estaba «zumbado», me indicaron que la bacteria que había cogido (la listera) tiene un altísimo índice de mortandad y morbilidad. Tan débil estaba que no podía coger un vaso con la mano. Pero días después pensé que escribiendo ese libro para la editorial Kailas sería como un avezado detective siguiendo las huellas de mi enfermedad, y más aún: me permitiría explorar los cambios que se habían producido en mí y escudriñar los estados de ánimo que me asaltaban.
Buda declaró que la enfermedad, la vejez y la muerte son mensajeros divinos. Con ello quería expresar que estas fuentes de inevitable sufrimiento se pueden aprovechar para cambiar actitudes y puntos de vista, crecer interiormente, caminar con más celeridad por la larga senda hacia la autorrealización. Recordé en planta enseguida el antiguo adagio hindú que reza: «Lo que a unos debilita a otros fortalece». He aquí que lo que los yoguis llaman «el templo de Dios», o sea el cuerpo, en mí se había convertido en una verdadera ruina.
Había sufrido una parada respiratoria, había estado semanas atado de pies y manos, intubado hasta que me hicieron la traqueostomía, había tenido tantos trastornos que cuando me visitó mi buen amigo Alvaro Enterría en el hospital dijo con cariño y buen sentido del humor : «Has tenido las enfermedades que se tienen en varias vidas». Se desbarató mi sistema inmunológico, se resintieron mis pulmones, mi visión era doble y mi cuerpo se caía hacia un lado, y mucho más. O sea, una especie de ruina somática, y eso que había tenido la gran fortuna de no quedar con secuelas infinitamente más graves.
El cuerpo es la enfermedad
Durante mi enfermedad se habían colocado tres fotografías ante mí: la de Ramana Maharshi (que trajo mi fraterno amigo editor de Trompa de Elefante), la de Baba Muktananda y la de Baba Sibananda de Benarés. Cuando salía de mi inconsciencia, echaba un ojo a dichas fotografías. Fue Ramana el que declaró: «El cuerpo en sí mismo ya es la enfermedad». Otros yoguis dicen: «La enfermedad está en el cuerpo; solo es cuestión de cuándo se va a manifestar».
Desde el momento en que me fue posible comencé a caminar por los pasillos del hospital. En la misma cama hacía posturas de yoga, ejercicios de respiración, relajación y meditación. Mi capacidad torácica era al principio como la de un pajarillo, pero no dejaba de practicar ejercicios de pranayama. Con las posturas del yoga, aun haciéndolas con mucho cuidado, tuve no pocas y dolorosas lesiones, pues mi musculatura era de papel. No cejaba en mi empeño por reorganizarme psicosomáticamente.
Dos sentimientos muy profundos y trasformativos me embargaban a cada momento: el de humildad y el de que lo más importante es el cariño. Tan intensas y sentidas eran estas emociones que las lágrimas corrían por mis mejillas. Mi aspecto era sumamente lamentable, pero le pedí a Luisa que me hiciera varias fotografías, por la simple razón de que nunca quería olvidar cómo había llegado a estar. Así quería mantener siempre vivo el recuerdo de la enfermedad, que es capaz de ayudarnos a combatir cualquier tipo de autoimportancia, darnos humildad y humanizarnos, discernir entre lo esencial y lo trivial, lo importante y lo banal.
He retomado el yoga y la meditación con más fuerza que nunca. Sigo a diario contemplando las fotos de Ramana, Muktananda y Baba Sibananda, antes de ponerme a meditar. Ellos ya partieron (Baba Sibananda hace un año), pero si como dice el Vedanta ni venimos ni nos vamos, siguen siempre presentes.
Hay mucho que aprender con la enfermedad. ¡Cuán vulnerables, cuán frágiles somos! Solo un falsario como el ego nos hace creernos poderosos e incluso físicamente inmortales. La enfermedad es como un despertar, como un choque adicional, para removernos en lo más hondo y poder actualizar potenciales espirituales latentes.
Gracias a la atención médica excepcional que he recibido y a la práctica incesante del yoga y la meditación, y a la suerte o al destino, ahora, al borde de mis 70 años me encuentro en un magnífico estado físico. Pero con la certeza racional e intuitiva, también transformativa, de que todo es transitorio, de que lo que nace tiende a degradarse y perecer. Mientras tanto, sea corto o largo el viaje de la vida, lo único que le da todo su sentido es poder colaborar en el bienestar de los demás y, en la medida de lo posible, liberarse de las cadenas del egocentrismo y la infatuación. (En memoria de Miguel Angel Calle, que tanto me ayudó durante la enfermedad, porque era un corazón tierno y un alma muy grande).
Ramiro Calle
Más de 50 años lleva Ramiro Calle impartiendo clases de yoga. Comenzó dando clases a domicilio y creó una academia de yoga por correspondencia para todo España y América Latina. En enero de l971 abrió su Centro de Yoga Shadak, por el que ya han pasado más de medio millón de personas. Entre sus 250 obras publicadas hay más de medio centenar dedicadas al yoga y disciplinas afines. Ha hecho del yoga el propósito y sentido de su vida, habiendo viajado en un centenar de ocasiones a la India, la patria del yoga.
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