¿De dónde viene el impulso del castigo en términos neurocientíficos? Sin duda, de la parte más antigua del cerebro, de aquella que tiene el impulso de que para sobrevivir hay que hacer lo que sea necesario porque “el fin justifica los medios”. Por Koncha Pinós- Pey para Espacio MIMIND.
Hay tres tipos de justificaciones para el castigo que se nos ofrecen socialmente: 1. el daño de la pena se ve compensado por un bien mayor -por ejemplo, la disuasión-; 2. hay castigos que, más que dañar, reforman; 3. es necesario apartar a los delincuentes de la sociedad porque así pagan su crimen.
Sin embargo, cada una de estas razones se convierte en problemática cuando la examinamos a los ojos del Mindfulness. La historia del castigo no es diferente de la historia de la guerra, que también acompaña a la condición humana. Pero la “justicia justificada” en muchos casos acaba yendo en contra del humanismo social compasivo.
El primer argumento –te castigo, te hago daño, por tu bien- es claramente utilitario pero me parece totalmente inmoral hacer daño a alguien porque queremos influir en su comportamiento. Este principio, que puede parecer noble, puede llegar a justificar la utilización de personas inocentes como «chivos expiatorios”. Muchas personas delinquen en el mundo porque se han convertido en chivos expiatorios sociales de clases dirigentes que les niegan lo elemental -la casa, la comida, la educación, la salud-. Si las sociedades que más castigan fuesen las más justas, ¿por qué Estados Unidos, que penaliza al mayor porcentaje de población mundial, tiene el índice de criminalidad más alto? ¿Por qué hay países que no castigan y tienen los índices de criminalidad más bajos del mundo?
Respecto al segundo argumento -reformando al delincuente en un centro penitenciario mejorará-, según los estudios realizados de Mindulness en las prisiones, no hay duda de que los delincuentes enviados a la prisión empeoraban. Su reincidencia era más alta cuando se producía la libertad condicional. Los centros penitenciarios deshumanizan tanto como los psiquiátricos.
En cuanto al tercer argumento -los delincuentes son apartados y así “pagan” lo que hicieron-, aunque la emoción más extendida sean la venganza, no puede justificarse moralmente y es socialmente destructiva. Mientras que las sociedades judeocristianas entienden “el castigo como una retribución a Dios”, el equivalente oriental comprende que el castigo es más impersonal, y es el efecto de las acciones causadas. Es inevitable en la condición humana la asunción de los errores, pero cuando la fina línea es traspasada -ejecución de menores-, el bucle del sufrimiento vuelve a perpetuarse.
El movimiento de Mindfulness de Justicia Restaurativa y Compasiva propone utilizar la compasión, la sabiduría profunda y conocer las causas del sufrimiento que conducen al delito. Para ilustrarlo me gustaría hablaros de dos Suttas budistas: Anguilimala Sutta y el Sutta del Leon Rugiente.
El Anguilimala Sutta o el Buddha y el terrorista
Anguilimala era un bandido despiadado conocido en la época de Buddha porque asesinó a mucha gente. Tenía un mala -rosario- hecho de dedos humanos.
Un día, se cruzó en el camino del Buddha y decidió que debía asesinarlo. Fue a su encuentro y cada vez que intentaba hacerlo, no podía.
Anguilimala sintió tanta rabia y desconcierto que pregunto a Buddha: ¿Por qué no puedo matarte?. Este le respondió: “Porque no te temo”. El impacto fue tan fuerte que dejó para siempre la violencia y tomó los votos de no hacer daño a ningún ser vivo nunca más: se hizo monje.
Cuando los habitantes del pueblo supieron que Anguilimala el asesino vivía con el Buddha, fueron a pedirle explicaciones al rey que había invitado a Buddha a predicar. El rey dijo: “Buddha fue capaz de domesticar la mente de Anguilimala sin la fuerza o las armas, simplemente Anguillimala ha alcanzado la meta suprema de preservar la vida, y ha sido ese compromiso el que le ha llevado al cambio”.
Pero unos días más tardes, cuando el joven monje salía a pedir limosna fue apaleado por el pueblo. El Buddha le dijo: «Debes soportarlo porque es el resultado de tu karma pasado. Pero tú ya no eres el asesino, ahora eres el monje Anguillimala, no lo olvides». El Sutta acaba con unos hermosos versos: «Quien conoce las malas acciones que hizo, se responsabiliza y las sustituye por acciones sanas, puede iluminar el mundo, igual que la luna se libera de una nube”.
En este punto el Sutta sugiere que la única manera de ayudar a un delincuente a ser mejor es ayudarle a comprender la naturaleza de su mente, y así poder forjar su carácter. Entonces no hay razón para castigar a alguien, sino que hay que motivarle para que él mismo se reforme. Como vemos en el Sutta, no se anula la responsabilidad del delito -Anguillimala es apaleado-.Pero el bandido comprende que esto es solo el fruto de su acción pasada, la maduración de un karma.
El Sutta del Leon Rugiente
Aborda la relación que existe entre la justicia penal y la justicia social, especialmente en relación a la pobreza y la violencia. Buddha resumió sus enseñanzas en cuatro nobles verdades: la vida es sufrimiento, tiene una causa, tiene una cesación y podemos ponerle fin. De acuerdo con este enfoque budista el control del crimen pasa por comprender las causas profundas que generaron el delito.
En este Sutta el Buddha relata la historia de un rey que se pasó al Dharma y haciéndolo aconsejo a todos: “Que ningún delito prevalezca en el reino, y para aquellos que delinquen y están en necesidad, que su castigo sea el otorgamiento de la propiedad, el alimento o aquello que necesitaran y que les llevo al delito”.
El texto tiene implicaciones para la comprensión de una política compasiva. La pobreza representa la causa fundamental de los delitos: como el robo, la violencia, o la mentira, etc. La solución no es aceptar “nuestro karma de pobreza”. El crimen, la violencia o la inmoralidad no pueden separarse de cuestiones más amplias sobre la justicia o la injustica del “orden social”. La solución no es castigar, sino dar las necesidades básicas a las personas.
Si el castigo es a veces una imagen especular del crimen, entonces los crímenes son especulaciones de la pena. La violencia del Estado refuerza la creencia de que la violencia per se funciona -cerebro primario-. Cuando el Estado usa la violencia contra aquellos que hacen cosas que no permite, no debería sorprendernos que algunos de sus ciudadanos se sientan con el derecho a hacer lo mismo.
El énfasis de la no-violencia en Mindfulness es debido a la preocupación por el mundo y su interdependencia de todos los fenómenos. Los medios no pueden separarse del fin, pero hay que contextualizar los hechos. Si no hay camino para la paz, la paz misma debe ser el camino. Y dado que el Estado no está exento de esta verdad, debemos encontrar maneras de incorporar en nuestros sistemas judiciales mecanismos de aprendizaje sobre la visión profunda.
El énfasis de Mindfulness es: en primer lugar dotar de instrumentos que ayuden al delincuente a recordar y reflexionar sobre el delito, a comprender que es mejor “ el bien común”, con el fin de superar las tendencias primarias que lo produjeron. Pero también insta a aquellos que tienen responsabilidad a que sustituyan el deseo de venganza por compasión y hacer hincapié en el valor de la transformación de la mente.
Me consta que muchos abogados, jueces, fiscales, magistrados y amigos de la Justicia trabajan en ello, y desde aquí les doy profundamente las gracias por introducir “visión profunda” en el sistema.