Cuando Jung temió conocer a Ramana Maharshi

2025-01-08

El desencuentro entre Carl Gustav Jung y Ramana ha dado mucho que hablar y que escribir. Hasta Osho le dedicó unas palabras y teorizó respecto a sus significados. Si bien, quiero llevarlo un poco más allá y evaluar el grado de comprensión que Jung tuvo sobre el yoga. Pero antes del desencuentro con Ramana, es necesario hablar del anterior de Jung con Freud. Escribe Joaquín G. Weil.

jung

Entonces le tomé en brazos y le llevé a la habitación contigua donde le deposité en un sofá. Ya mientras le llevaba en brazos comenzó a volver en sí y la mirada que me dirigió no la olvidaré nunca. En su impotencia me miró como si yo fuera su padre. Lo que contribuyó a provocar este desmayo —la atmósfera estaba muy tensa— fue, igual que en el caso anterior, la fantasía sobre el asesinato del padre.
(Carl Gustav Jung, ‘Recuerdos, sueños, pensamientos’).

La escena de Freud desmayado, llevado en brazos por un joven Gustav Jung, tras una apasionada discusión sobre Amenofis IV, es una de esas escenas estelares en la historia de la reciente cultura europea. Y no era la primera vez que Freud se desmayaba ante Jung hablando sobre momias, sino que era la segunda. Aunque no lo cuenta explícitamente Jung, el significado de este episodio es todavía más enrevesado. Freud, tal como narra el fragmento autobiográfico citado, “transfería” a Jung la figura de su propio padre. De tal modo, mientras que Freud le acusaba de inconscientemente desear su “asesinato” como figura paterna, al mismo tiempo, él mismo deseaba el asesinato de Jung, como trasunto de su propio padre. Ya sé que todo este galimatías freudiano no se comprende y, al mismo tiempo, es ridículo, pero es que el psicoanálisis es así.

El temor que Jung provocaba en Freud iba más lejos todavía. La interpretación es mía, aunque inspirada en el propio Jung: éste representaba para Freud el misterium fascinans et tremendum de lo numinoso, como lo llamaría Rudolf Otto. Ya en una conversación previa sobre el “dogma” freudiano de la sexualidad —que Jung, como es lógico, rechazaba— se produjo un crujido en la aneja biblioteca, entonces Jung sincrónicamente predijo que seguido iba a suceder otro crujido más fuerte todavía. Cuando éste se produjo fuerte como un trueno, Freud se quedó pálido. Aquel día comenzó a temerle. Y es que Jung no sólo acuñó el término “sincronicidad” para este tipo de fenómenos portentosos, sino que él mismo, de algún modo, estaba sincronizado con la sincronicidad, valga la redundancia.

Terapias posibles

Algo que supo ver Jung fue la esencia de las teorías de Freud y también de Nietzsche. (Le hubiera faltado retratar a Marx para radiografiar el triple fundamento de la tópica intelectualidad occidental del siglo XX). Jung decía que Freud había puesto el sexo en el lugar de lo numinoso (esto es: lo sagrado), mientras que Nietzsche había situado el poder en aquel mismo sitio. Le hubiera bastado añadir (el poder) “del ego”, para hacer el retrato completo. Dando una vuelta más de tuerca, Freud situaba dogmáticamente la sexualidad en lugar de lo numinoso precisamente para adquirir poder, dentro de su propia “iglesia” psicoanalítica. Y ahora soy yo quien completa la tríada, pues Marx situó los intereses económicos en ese mismo lugar sagrado, también por motivos de poder, claro está.

Sigamos con el argumento: las pretensiones de Freud no sólo eran ridículas, sino que conllevaban la amargura de la agresión hacia sí mismo, puesto que suponían la resentida negación respecto a lo que de sagrado tiene cada ser humano. Y todavía más, me atreveré a decir que la negación de lo numinoso y su substitución por los impulsos sexuales (y los impulsos de muerte) suponían la renuncia a la verdadera y última acción terapeútica, que es la comprensión de las propias vicisitudes vitales desde el plano divinal y espiritual superior. Como sé que estas afirmaciones son difíciles de procesar o digerir, lo diré de un modo más directo: la única terapia posible es la que ejerce el propio espíritu sobre su sufriente vida en la tierra desde aquel plano elevado, trascendente, superior. Razón por la cual Freud nunca llegó a curar a nadie.

Misterium fascinans et tremendum

Y ahora vayamos al primer asunto. Está claro que, por mucho que le hubiera hablado de faraones y de momias, Jung no iba nunca a llevar en sus brazos a un Ramana Maharshi desmayado. Como suele ocurrir en cada perspicacia psicológica, Jung comprendía a Freud porque en realidad se estaba entendiendo a sí mismo. Jung temía a Ramana por el mismo motivo por el cual Freud temía a Jung. Igual que Jung jugaba en una liga diferente a la de Freud (diferente superior), Ramana no es que jugara ya en otra liga, sino que directamente estaba fuera de toda categoría.

Freud tenía su tingladillo teórico y dogmático que no le servía de nada ante la evidente y manifiesta sincronicidad numinosa y cósmica de Jung. Del mismo modo, el tingladillo teórico filosofante de Jung se hubiera desmoronado ante la amorosa y silente mirada de Ramana. Y esto era algo que Jung no estaba dispuesto a poner a prueba. Prefirió seguir en el encapsulado conforto de su “vida interior” antes que contrastar sus comprensiones con la imponente presencia de un Ramana Maharshi en taparrabos sentado de piernas cruzadas en su darshan de Arunachala.

Por supuesto que Jung no estaba obligado a visitar y conocer a Ramana en su viaje a India (como sí habían hecho Heinrich Zimmer, Yogananda, Lanza del Vasto, Somerset Maugham y otras muchas personalidades), sin embargo, de algún modo, se vio en la necesidad de justificarse por no haberlo querido conocer. Lo cual hizo en un prolijo escrito (Prólogo a El camino hacia uno mismo), donde aducía tantas y tan complejas excusas, que resultaba poco convincente. Más convence una sola y sólida razón que no varias dispersas y endebles.

De la misma manera que Jung ante Freud simbolizaba lo numinoso, Ramana encarnaba ante Jung ese mismo misterium fascinans et tremendum. Conocido es que Freud había extraído su pobre concepto del inconsciente (tan central en sus teorías) del budismo a través de Schopenhauer, y éste de Kraus (El budismo en Occidente, Lenoir). En efecto, Freud redujo el cósmico inconsciente budista a un pequeño inconsciente biográfico sobre todo referido a lo sexual. Jung le dio una dimensión algo más trascendente llamándole “colectivo”, si bien todavía limitado a lo humano. Mientras que, con certeza, Ramana lo hubiera situado en su verdadera dimensión divinal y cósmica de origen.

No podemos culpar a Jung de no querer conocer a Ramana. Como sostenía Bergson, nuestra consciencia no tiene una función receptora de la realidad, sino reductora de la misma. O sea, no construimos nuestro ser y nuestro pensamiento a partir de lo que percibimos, aprendemos y comprendemos, sino al contrario, nos constituimos a base de ignorar lo más y quedarnos sólo con una pequeña parcela de la realidad a la que llamamos “yo”. Es lo que trataba de expresar Platón en su célebre mito del soldado Er: necesitamos “olvidar” el más allá para llegar a ser en el más acá de esta tierra.

Expuestos a la comprensión de la inmensidad del inconsciente, es decir, expuestos ante aquello que hemos elegido ignorar para poder existir en nuestra pequeña y limitada vida y consciencia de humildes criaturas humanas, arderíamos como polillas nocturnas que se aventuran atraídas por la llama de una tea.

Jung y el yoga

Por un lógico y natural instinto de conservación, Jung eligió no conocer a Ramana, epítome del cegador vislumbre de la consciencia del Todo, esto es, la consciencia de lo inconsciente. Por supuesto, no se trataba de una supervivencia como existencia física o biológica, sino de la supervivencia del armatoste teórico junguiano encarnado en el personaje Jung. De otro modo, podría haber sido como un nuevo Santo Tomás, quien abjuró de toda la obra de su vida, toda vez que alcanzó el tan anhelado esclarecimiento. «No puedo escribir más. Todo lo que he escrito me parece como paja después de lo que he visto».

“La sombra”, dicho en términos junguianos, de las grandes luminarias de la cultura humana, es que, a fuer de tanta lucha por crear y sobrevivir como creadores, a contracorriente de tantos ataques y críticas, acaban siendo todos ellos unos fanáticos de sí mismos, de sus propios credos, sus propios dogmas, sus propias creaciones.

No estoy preparado para practicar o seguir tradiciones orientales literalmente, ya que mi responsabilidad está en el contexto occidental. Es esencial que nos enfrentemos a nuestro propio inconsciente y a nuestras raíces culturales antes de adoptar prácticas que pertenecen a otro horizonte psicológico.
(Carl Gustav Jung, ‘Cartas’).

Por todo lo cual, la lectura que hace Jung de los textos de yoga (como en Psicología del Kundalini Yoga) me parece decepcionante. Más que una verdadera comprensión, lo que semeja es un ejercicio del uso de sus herramientas de análisis psicológico “junguiano” aplicado a algún asunto en particular: el kundalini yoga, en este caso concreto. Aunque, claro está, simpatizamos más con “el inconsciente colectivo”, “las sombras”, “los arquetipos”, etc. de Jung, antes que con la ridícula brutalidad freudiana de interpretar toda espiritualidad (y, en realidad, toda creación cultural) como una “sublimación” de impulsos sexuales.

[En India] evité el encuentro con los llamados «santos varones». Los evité porque debía contentarme con mi propia verdad y no me estaba permitido aceptar más que lo que yo mismo podía alcanzar. Me hubiera parecido un robo si hubiera querido aprender de los santos y aceptar para mí su verdad. Su sabiduría pertenece a ellos y a mí sólo me pertenece lo que procede de mí mismo.</h4
(Carl Gustav Jung, ‘Recuerdos, sueños, pensamientos’)

Aquí lo tenemos: va a India y se niega a conocer la India, prefiriendo contemplar a cambio los preciosos cristales de sus lujosas gafas suizas.

Joaquín G Weil es profesor de yoga, de filosofía y de psicología, autor de Breve historia y filosofía del yoga. Entra a iayoga.org/blog para conocer sus próximas convocatorias.