Este es el relato de un milagro. Los protagonistas, un perro atropellado y muchos ángeles humanos. Nos lo cuenta, con una bendita emoción que nos conmueve a los amantes de los animales, de las hermosas historias reales y de los corazones blancos, Roberto Rodriguez Nogueira.
Para Pepo: Gracias por los milagros, perro.
Gracias Tomás. Perdón. Gracias María. Gracias a todos.
-¿Has visto a un perro?
-Acabo de matarlo.
La primera voz de la noche, con el corazón en la garganta, es la de un muchacho que se acaba de parar en una curva de una comarcal oscura. La segunda, arisca, es la mía, que acabo de ver los ojos del perro que acabo de atropellar y estoy muy encabronado con el dueño que ha creado esa situación.
Los ojos del perro me marcan de por vida, lo mismo que el ligero apretón que me da en el brazo al pasar, agarrándose a algo, el muchacho que ha salido de la furgoneta al abismo y se acerca, con miedo, a ver al animal de la cuneta. A través de ese toque percibo su angustia y su corazón. Inmensos. Me he pasado tres pueblos. Entonces, otra sorpresa.
-No es Pepo -dice el chico.
-Pero cuántos perros hacen la ruleta rusa en esta puta carretera esta noche… -pienso.
El chico se llama Tomás. Ha perdido a su perro, Pepo, un bóxer, hace cinco días. Como el perro de la cuneta, como mi hijo Víctor y yo, Tomás ya no se va a mover de la vida del perro. La Guardia Civil viene, hace su trabajo lo mejor que sabe y se va. Hacen lo que pueden pero, todavía (“todavía” significa que esto DEBE CAMBIAR YA) no hay protocolos para los casos en que un animal sobrevive a un atropello en la carretera. Al día siguiente aprenderé que hay perros que agonizan durante días hasta que alguien avisa… o no. Yo quería que el animal hubiese muerto porque he estado en más movidas parecidas que no salieron bien… Animal de poca fe. Tomás lo vio mejor que yo.
-Ojalá fuera Pepo. No tiene mala pinta. Y míralo, es guapísimo.
Debo decir que Tomás vestía de negro, con una camiseta de un grupo de rock radical ibérico. Pensé que a aquellas horas un viernes por la noche, desvariaba. No lo hacía. El pobre perro, con un tremendo derrame en el ojo y sin moverse ni ladrar, perdido en su perfecta inocencia, en su derrotada inmovilidad, era una de las cosas más dolorosamente hermosas que ha visto mi alma.
Acabamos tocándolo, acariciándolo. Tenía la piel hecha polvo y un montón de heridas. Yo estaba convencido que del asfalto no saldría. Me equivocaba. Lo tapamos con mantas de Pepo que Tomás lleva para cuando aparezca.
Finalmente encontramos a una veterinaria de guardia gracias a varios rebotes telefónicos que nos desesperaron y salvaron la vida al perro. Cualquier otro día el perro habría acabado en una perrera, la del término municipal o provincial donde hubiese sido atropellado. Fácilmente habría estado agonizando en una jaula hasta ser electrocutado puede que semanas más tarde. Por ser viernes y fuera de hora, nos negaron la acogida. Los milagros resonaban a nuestro alrededor pero aún no podíamos verlos. La veterinaria nos recomendó media pastilla de ibuprofeno.
Quedamos al día siguiente a las 9 en la Plaza Mayor de Medina de Rioseco. Conocí a María, la compañera de Tomás; ella tampoco volverá a apartarse nunca de la vida del perro. Viajamos en la furgo hasta Laguna de Duero, en Valladolid.Allí esperaba Tamara, que colabora con Defaniva, la asociación de defensa de los animales que se empezaba a hacer cargo de toda la logística para salvar la vida del animal. Ni Tamara ni Defaniva dejarán solo al perro nunca más. Resulta que María y Tamara habían estudiado en el mismo sitio que yo (aunque son mucho más jóvenes y atractivas), conocíamos a los mismos profesores y María trabajaba en la Casa de la India. Casualidades de esas de sonreír, de esas de las que no hay escape.
-Qué hermoso -dijo Tamara nada más verlo. Este no va a tener ningún problema.
Más milagros
Era sábado por la mañana. Soleado. Tamara, alta, esbelta y capaz parecía perfectamente sobria. Creo que hasta yo empezaba a ver al perro guapo (foto de portada del evento en https://www.facebook.com/events/365760206869386/ ) ¡Y el derrame del ojo había desaparecido! El siguiente milagro se llama Raquel. Fue la primera veterinaria que lo visitó y con ella nuestro mayor miedo desapareció. La cadera estaba bien. Sin derrames internos (habría muerto inmediatamente). Húmero roto (su huella está en mi matrícula, menos mal que no llevaba la Express, el hierro). Rotura fea, cara de arreglar y postoperatorio complicado y riguroso, pero sólo eso. Más milagros.
Y el milagro más gordo:
-Si no lo atropellas se muere -me dice Raquel.
-¿Cómo, del susto?
-De la sarna avanzadísima, de las heridas abiertas infectadas y de la debilidad extrema que tiene el animal. Pesa 16 kilos y debería pesar 25 o 30.
Lo que yo creía que eran abrasiones no lo eran; lo que yo creía que eran heridas del atropello, ya estaban allí antes.
-Ni siquiera tiene fiebre -continuó Raquel, la veterinaria-. Eso significa que el cuerpo ya no tiene energía para luchar contra la infección.
-¿Es salvable? -pregunta Tamara
-Sí
-¿Cuánto nos va a costar?
-La cirugía de húmero es complicada, por el postoperatorio. Lástima que no haya sido más abajo; aquí hay que hacer una cirugía en toda regla con un traumatólogo y un equipo completo. Unos 400 o 500 euros.
No eran los 3.000 que me había costado operar a una gatita negra preciosa hace unos meses sin ninguna garantía de éxito y con casi todas de lo contrario. Todos suspiramos. Tamara se comprometió a pagar parte de la operación ya mismo, lo mismo que María. Yo no me lo podía creer. ¿Quiénes eran estas mujeres y aquel hombre que dedicaban toda su energía a aquella empresa? No lo sabía todavía, pero tenía claro que yo quería estar allí… y que no podría estar fuera. Sé perfectamente cuándo no puedo -ni quiero- escapar, y esta era una de esas veces. Una de las mejores experiencias de mi vida. Y apenas comenzaba.
-¿Cómo se llama?
Tomás había metido al perro a la consulta. Yo lo acompañé en la radiografía y yo lo saqué de nuevo a la furgo. Sentí su calor, sus heridas, su sarna, su corazón latiendo en mis manos. Su corazón de perro. El título de mi última historia cuyo protagonista en un chico, Santiago, que descubre su espíritu guía, un pitbull negro. Esto lleva escrito semanas. Ahora lo llevaba en las manos.
-Y es más bueno… -no paraba de decir María-. Ayer le metí la pastilla hasta la garganta, como a la Loba.
La Loba es la otra perra de María y Tomás. Pepo es bóxer. La Loba es lo que su nombre indica, un animal grande de pelo largo y claro y ojos de huskie. Una belleza. La encontraron abandonada en Zaratán. Abandonada como Pepo. Tomás y María no compran perros; los perros los buscan a ellos, y aunque les duela a veces como estos días les ha dolido Pepo, no pueden dejar de hacerlo porque los perros los necesitan. Tienen corazón de perro.
Yago, Yoga
-¿Qué nombre le ponemos? -había preguntado la veterinaria, Raquel.
–Yago -respondí. El nombre de mi personaje. Cómo no. Santiago. El Camino que me cambió la vida en el ´92. “Yoga”, sonreirá diciendo Belén, mi mujer, cuando lo sepa. Uno no puede escapar de las historias que escribe, a pluma o a cuerpo.
A mi alrededor se estaba buscando una casa de acogida. Todos consideraban que yo había hecho bastante. Pero resulta que soy un poco lento…
Siempre he querido un perro. Siempre he querido un pitbull. A ser posible negro. Feo, fuerte y formal. Me he visto, copiado y revisto casi todos los capítulos de César Millán. Me conozco (soy un jodido yogui después de todo, y eso tenemos: nos conocemos) y sé que mi autoridad oscila entre la negociación compulsiva hacia el término medio y todos felices y el arrebato emocional (véase el principio de esta historia). Yo no me confiaría a mí mismo un pitbull.
El Universo está loco. Él me lo ha confiado. Y bien blandito, para que le pueda enseñar.
Ya lo intentó una vez, hace dos años, pero entonces llevaba el hierro. Otro pitbull negro. Muerto en el acto. Más o menos por entonces nació Yago… Mentira. Sé que lo hizo exactamente en aquel momento.
Soy un poco lento, decía. Fui y les dije a todos que hasta el domingo por la tarde, que volvemos a la ciudad, me lo podía quedar. No es tan sencillo encontrar lugar y cariño para un perro apaleado. Las perreras no son ese lugar. Ese lugar está en el corazón que ha visto los ojos de un perro roto. Rostros de alivio. Las cosas marchaban.
Y marchaban. Cuando en una tienda faltaba algo, aparecía otra, fuera de horario, en un término con pocos habitantes donde un ángel, Talía, nos regalaba otro montón de cosas para Yago, de propina, además del medicamento esencial.
Y en fin. Ni María ni Tomás ni Tamara ni yo nos dedicamos ni a la especulación financiera ni a la política (redundancia). Mientras nos movíamos, Defaniva movía ficha recaudando fondos. Llamé a Ruth, ángel en la reserva siempre dispuesto, amante de los perros y de las posturas sobre la cabeza (dinámicas), que inmediatamente movilizó a su extensa y generosa familia consanguínea y canina. El dinero empezaba a llegar para la operación.
Llegamos a mi pueblo. Belén, mi mujer y ángel personal, entra en la vida del perro y tampoco va salirse jamás. Bañamos a Yago, que se mantiene sobre tres patas si lo sujetas desde arriba intentando ajustar. Ahí le cambia la cara a Yago.
¿Dónde ubicamos al perro? En un rincón del sobrao. El rincón en el que almaceno unas bolsas que quito a toda prisa. Me doy perfecta cuenta de qué hay en las bolsas: todas las cintas de video con los programas grabados de César Millán. MAGIA. Una vez más.
Y pongo fin por poner algo y porque Yago me reclama porque no hay de eso. No hay fin. Ha sido un principio. A día de hoy la red de amor que se ha tejido espontáneamente en torno a este animal es lo más bello que he visto en mi vida sobrio. Yago ha sido operado por 540 euros (fue bastante más complicado de lo que parecía) que deberían haber sido unos 900, gracias a los veterinarios y traumatólogos que trabajan con Kobuki, una tienda de animales de Parquesol, que aceptaron cobrar muchísimo menos, y gracias a Defaniva, la asociación protectora que adelantó el dinero por vía de dos bellísimos ángeles, Laura y María, con un montón de perros salvados como muescas de luz en sus corazones de diamante.
Todos podemos ayudar
Hay redes de acogida en esta España que funcionan. De todo tipo de animales de sangre caliente. No vienen hechas desde arriba; se generan espontáneamente desde abajo y crecen imparables. Por eso no ha estallado la violencia en este país. Por eso los que mandan (no en mí; en mí no mando ni yo) deberían echarse a temblar.Todos hemos tejido una red de ángeles en torno a Yago, Fénix para Defaniva, que le dio ese nombre para ingresar dinero en la cuenta para la operación:
BBVA. Nº cuenta: 01827263680201507173
Concepto: Ayuda. Fénix.
Somos los ángeles que él se ha buscado. Somos sus espíritus guía. Eso somos. Cuidadores de un bien que nos es prestado, la vida, toda forma, todo suspiro de vida.
María me dijo ayer: “Es como si Pepo (el bóxer desaparecido hasta la fecha), con su marcha, me pidiese que ayudase. Esta historia tan bella y tan espontánea que se construye mientras te escribo, sigue adelante”.
Cuando María y Tamara me lo trajeron tras la operación, movió el rabo nada más verme. Yo ya no era parte del paisaje hostil que lo estaba matando. Era un amigo. Y voy a seguir así. Quiero que compartamos nuestras vidas, pero haremos lo que sea mejor para él, esto va momento a momento. Ahora mismo hay varias personas que quisieran tener este perro atropellado, sarnoso y maloliente en su casa. Yo no concibo mejor perfume.
Mi agenda del fin de semana pasado era simple: levantarme tarde, leer muchos cómics, dolce far niente. La agenda que valió fue la de Yago: viernes 10:45, cambio de vida, invocar espíritus guías, despertar el corazón del hombre.
Quién es
Roberto Rodríguez Nogueira es profesor de yoga, blogger y escritor.