El orgullo de ser uno con los otros

2024-07-04

Desde los tiempos más remotos de la prehistoria, el otro, el diferente, es el enemigo a abatir. Esa zona de nuestro cerebro primitivo que apenas ha evolucionado sigue siendo utilizada por la tribu dominante para afianzar su poder. Esa parece ser la única explicación de que el rechazo al diferente siga atrapando la mentalidad de tanta gente en pleno siglo XXI. Escribe Pepa Castro.

Me planteo y os planteo una pregunta: ¿Hay que aceptar sin resistencia, siquiera intelectual, que el miedo y el odio al otro continúe propagándose en la sociedad?  Ese otro que viene a quitarme algo, el que no es de los míos, el que no comparte mi clase social ni mis creencias religiosas, sexuales o políticas, el marginal, el pobretón, el panchito, el rarito de la clase, el transgénero, el mendigo, el enfermo, el perdedor, el viejo, el rojo, el mena, el gitano… incluso el yogui de túnica naranja. Todos radicalmente despreciados. Muchos en una lista negra de los potencialmente delincuentes o violadores.

Esa es la gran apuesta de la ultraderecha y el neofascismo para llegar al poder en todo el mundo: fomentar los bajos instintos, miedos y prejuicios de nuestro cerebro más reptiliano para resucitar el racismo, la homofobia, la xenofobia, el machismo, la aporofobia. Todo ese virus, que iba quedando atrás como una lacra gracias a las luchas por la dignidad y la igualdad de las democracias avanzadas, está siendo resembrado y ganando terreno, apoyado por la divulgación de todo tipo de bulos y falsedades que propagan impunemente el odio irracional por las redes sociales.

No deja de asombrarme que las creencias más destructivas en nuestra relación con el otro estén calando en nuestra mente y en el tejido social. Que permitamos que se señale, se persiga y se destruya al que pertenece a una “minoría diferente”, el que tiene la piel de diferente, o una identidad de género diferente, o creencias existenciales diferentes… Que, a día de hoy, todavía tengamos que seguir defendiendo lo más sustancial, lo más íntimo, genuino y legítimo de uno mismo frente a la intolerancia y la barbarie.

Pero la más inquietante realidad es que, aunque seguro que la mayoría de las personas no comparte el desprecio al diferente, no se observa una reacción proporcional a esa terrible deriva antihumanitaria. Ni en las urnas, ni en medios de comunicación, ni en los centros educativos, ni en la cultura, ni en la calle… salvo numerosas y valientes excepciones. Valientes a la fuerza, porque la defensa de una causa progresista, igualitaria o humanitaria que ayer nos enorgullecía promover o lograr, hoy provoca respuestas recelosas cuando no directamente hostiles.

“No te signifiques”, “no te metas”, “tú a lo tuyo”, “cuida tu negocio”, “no se puede hacer nada”, “el Universo es sabio”, “el yoga no tiene que ver con eso”… Quienes conocemos a la comunidad del yoga hemos escuchado frases parecidas que llaman al orden, al silencio, a la aceptación, a la tolerancia de la intolerancia. Y en otras esferas sociales o profesionales con potencial de generar conciencia social pasa más o menos lo mismo.

La conciencia de unidad, mucho más que una entelequia

Asistimos al exterminio sistemático de miles de seres humanos en Gaza. A la negación del derecho al asilo y al auxilio a miles de inmigrantes que huyen del hambre y de la guerra. Contemplamos que ni la infancia es respetada, que el derecho humanitario es violado, que se persigue y recortan libertades entre la comunidad LGTB, que aumentan los casos de violencia machista y de acoso en los colegios… Pero como la mayoría silenciosa calla, solo se escuchan las voces de los que llaman a la caza del otro.

No sé si es indiferencia, pasotismo o desesperanza, pero ahí estamos casi todos, en caída libre de nuestro nivel de interés o preocupación respecto al ataque a las políticas de justicia social e igualitarias y la regresión en derechos y libertades fundamentales del ser humano, reconocidos en todas las democracias asentadas (teóricamente asentadas, como estamos aprendiendo, ya que ninguna conquista social está garantizada si no la defendemos).

La conciencia de unidad es el nivel de conciencia al que aspiramos desde el yo que se sabe uno con el otro en el camino del yoga o en la ética humanista. “Desde él nos sentimos unidos al mundo circundante y a los demás. No hay dualidad ni conflicto”, escribe Mónica Cavallé en su libro El coraje de ser. Y dice más en la entrevista que nos concedió a YogaenRed: “El sentido de la justicia intrínseco a nuestro ser nos impulsa a intervenir allí donde vemos injusticias, desequilibrios. No es posible habitar la conciencia de unidad y no sentir este impulso.

Cada persona tiene en su conciencia la respuesta a este estado de cosas y la decisión de actuar desde sus posibilidades. En todo caso, no callemos y sigamos reclamando el respeto a las diferencias y el orgullo de ser uno con los otros.

Pepa Castro es codirectora de YogaenRed.