El conocimiento ausente (II)

2024-02-12

Esta es la continuación del artículo preludio del libro de Simon G. Mundy Yoga, más allá de la mente pensante, y fue publicado en inglés en septiembre en la web oficial de Graham Hancock (el original en inglés puede verse al final del texto). Escribe y traduce Simon G. Mundy.

SimonGMundy copia

(Leer la primera parte del artículo AQUÍ)

En la época de Mahavira y del Buda, hace unos 2.500 años, en la región nororiental de la India llamada Magadha, buenos hombres y mujeres de todas las profesiones y condiciones sociales –profundamente consternados por esta cuestión– abandonaron sus costumbres ordinarias de la vida hogareña y laboral, y se convirtieron en yoguis y ascetas en búsqueda del conocimiento que faltaba y que liberaría sus corazones y mentes. Este movimiento se conoció como el movimiento sramana o Movimiento de Renunciantes. Siguió una tradición en la antigua India desde tiempos inmemoriales, y perdura incluso hasta nuestros días.

Es notable el hecho de que, de todas las culturas antiguas conocidas del mundo, sólo la de la antigua India perdura hasta nuestros días en paralelo a la de la India moderna. Todas las demás culturas antiguas del mundo –salvo algunos vestigios aquí y allá– han desaparecido hace mucho tiempo, dejando sus huellas en yacimientos arqueológicos y museos.

Los antiguos textos jainistas y budistas, así como los Vedas, relatan la existencia previa de un ‘conocimiento perdido’ sobre el camino directo a la iluminación, redescubierto por Mahavira y Buda. Ambos maestros afirmaron que lo que habían descubierto ya había sido conocido por hombres y mujeres de épocas anteriores que habían vivido en un estado de armonía dotados de un conocimiento perfecto y de todo tipo de atributos psíquicos y poderes paranormales.

De hecho, las Edades Cíclicas –algo así como las 4 estaciones del año solar– se mencionan en diversas culturas antiguas, incluso en las mitologías griega y romana más recientes. Así, la Teoría de la Evolución lineal de la corriente principal de las ciencias modernas –con principios y finales cartesianos en línea recta– contrasta completamente con la abundancia de mitos, leyendas y culturas antiguas que relatan ciclos repetitivos de Edades de Oro, Plata, Cobre (bronce*) y Hierro*.

(*no confundir con las nombradas edades de bronce y hierro de la arqueología).

Durante la Edad de Oro, los humanos dotados de una panoplia completa de poderes paranormales (siddhis) vagan por la Tierra efectivamente como dioses y diosas y, en menor medida, en la Edad de Plata durante «el declive de la perfección».

En el período inicial de la última Edad de Cobre, los dioses y diosas todavía se cuentan como interactuando con los seres humanos, la mayoría de los cuales para entonces parecen haber perdido los vestigios de poderes psíquicos.

En la literatura antigua no hay referencia alguna a una evolución corporal lineal o a una descendencia directa de primeros humanos «primitivos» o de cualquier forma de vida primitiva anterior, aunque son frecuentes los relatos de dioses en forma animal, así como los relatos de formas de vida mitad humanas, mitad animales. Pero estas formas de vida poseen poderes y conocimientos formidables, y no tienen nada de primitivo o puramente animal. Muy al contrario, los relatos y referencias del pasado invariablemente se remontan con veneración y nostalgia a un estado anterior de la humanidad como cuasi divino, como perteneciente a un «orden superior», y todas las culturas antiguas del mundo parecen reconocer en sus dibujos, pinturas, monumentos y escritos un proceso de degeneración de lo más noble a lo más basto (ilustrado figurativamente en los metales progresivamente menos nobles).

Así, en lugar de hacer hincapié en una evolución mentecuerpo, los textos antiguos apuntan a ciclos repetitivos de evolución e involución de la inteligencia, conocimiento y sabiduría. Las diferencias en inteligencia y capacidad se entienden como dependientes de distintos grados de coherencia y alineación con el Principio Ordenador Natural. Los ciclos repetitivos no son circulares sino en espiral, tendiendo cualitativamente a mayor refinamiento –a pesar de las involuciones– hacia expresiones y manifestaciones cada vez más perfectas a la vez de más complejas.

En El Héroe de las Mil Caras de Joseph Campbell, se describen detalladamente numerosas leyendas y mitos cuyo tema central es la búsqueda del ‘conocimiento perdido’, que puede recuperar el héroe o la heroína que arriesga su vida para devolverlo al reino humano en beneficio de todos.

Por lo tanto, no se sabe si la decadencia cíclica del esplendor es un reflejo real del movimiento de los acontecimientos en la Tierra, pero sin duda es demasiada coincidencia que todos los esfuerzos de la tecnología moderna parezcan empeñados en restaurar exactamente esos mismos poderes psíquicos y paranormales perdidos a través de la simbiosis del ser humano con herramientas y máquinas cada vez más sofisticadas …

De esta primera reflexión del Buda tras la iluminación, sólo podemos adivinar el alcance de la atrofia de las facultades a lo largo de los milenios:

«Esta verdad que he alcanzado es profunda, difícil de percatar y difícil de comprender, apacible y sublime, inalcanzable por el mero razonamiento, sutil, para ser captada por los sabios. Pero esta generación se deleita en la identificación, se recrea en la identificación, está apegada a la identificación».

«Es difícil para tal generación reconocer la verdad del Origen Condicional (del sufrimiento). Y difícil darse cuenta de esta verdad, a saber –el aquietamiento de todos los códigos (sankhara), la renuncia a la identificación, la destrucción de la compulsividad– el desapego, la cesación y el Nibbana.» Majjhima Nikaya 26

Se dice que el Buda durante semanas dudó antes de enseñar, mientras reflexionaba sobre el hecho de que la mayoría de la gente de su época estaba ‘apegada a los placeres mundanos’ y ‘demasiado aficionada a las distracciones superficiales’.

***

Extrapolando los relatos antiguos –especialmente los de la antigua India, tan detallados y precisos en su registro de periodos y ciclos temporale –, es muy probable que la especie humana sea mucho, mucho más antigua de lo que la ciencia moderna está dispuesta a admitir en la actualidad. La paleo-antropología, que estudia la evolución de la especie humana, y la arqueología, que estudia sus huellas, siguen revisando sus estimaciones del Tiempo, las líneas temporales y las relaciones, pero parecen no tener en cuenta el patrón cíclico y espiral de cómo se desarrolla y evoluciona todo en la Naturaleza.

La vida en este planeta Tierra en sus innumerables formas y expresiones –incluida la humana– probablemente ha surgido, perdurado durante un lapso de tiempo y luego ha sucumbido múltiples veces en sus formas externas a la destrucción y la renovación:

  •  por perturbaciones del gran elemento Tierra (terremotos, movimientos sísmicos; impactos de cometas/asteroides…)
  • por perturbaciones del gran elemento Agua (crecidas, inundaciones, lluvias incesantes…)
  • a través de alteraciones de temperatura en el gran elemento Fuego (erupciones solares, calor y sequía extremos…) y Frío (paso del clima templado al frío; glaciaciones)
  • a través de movimientos y alteraciones del gran elemento Aire (cambios en la composición; en la presión; vientos extremos; sequedad/humedad…)

Existen algunos estudios que documentan las huellas de los dos primeros tipos de destrucción (Tierra/Agua), pero apenas se mencionan los dos segundos (Fuego/Aire), ya que quizá se remontan demasiado en el tiempo o son menos susceptibles de dejar huellas duraderas.

Es poco probable que la evolución siga líneas rectas con principios y finales cartesianos. Es mucho más probable que siga un camino cíclico, en espiral, cuyo paso por el Tiempo asciende y desciende a medida que evoluciona cualitativamente, surgiendo su contenido de residuos –impresiones semejantes a semillas de manifestaciones anteriores.

Hablando de residuos tipo semilla… curiosamente, la hipótesis de Platón en relación con el patrón, la forma y el concepto es que los diseños de una miríada de formas (estructura en general) se conservan en estado de semilla en el éter. Platón se refería a ellos como «moldes» subyacentes a la re-manifestación siempre que las condiciones prevalecientes son favorables/maduras. Podemos entender esta noción en el crecimiento de un poderoso roble a partir de una pequeña semilla cuando las condiciones lo permiten.

De hecho, toda la noción de evolución en línea recta, de principios y finales parece fundamentalmente errónea y más una cuestión de lenguaje que genera nociones incorrectas que un reflejo de la Realidad tal y como sucedió. Es tan errónea como la noción de espacio vacío y el colosal error de desterrar el éter de la ciencia convencional desde aproximadamente el 1900.

Buda declaró que hay cuatro «imponderables» sobre los que es una pérdida de tiempo y esfuerzo reflexionar. El más importante de ellos es la búsqueda de un «primer principio». La búsqueda de un comienzo absoluto no es más que un juego de tenis mental en el que la mente pensante se recrea en conjeturas y se distrae de la importantísima tarea de comprenderse a sí misma junto con sus mecanismos repetitivos que la mantienen sumida en creencias, esperanzas y dudas alejadas de conexiones útiles al Mundo Real.

En la Realidad no parece haber comienzos que no puedan describirse igualmente como finales de algo anterior. Del mismo modo, no hay finales que no sean comienzos de algo que vendrá después. El cambio y la transformación son la esencia de la Vida y la antigua visión india de la evolución en espirales ondulantes de apariencias y características externas en continuo cambio parece ser la noción más acertada. De hecho, como se ha mencionado anteriormente, casi todas las mitologías antiguas del mundo tienen una visión de repetición de Eras en grandes lapsos de tiempo.

Incluso un estudiante de ciencias de primer grado podría reconocer que para que haya habido un big bang, debe haber existido algo antes –al menos dos «cosas» previas– que colisionan en un medio. Así pues, el big bang no puede ser un comienzo absoluto, sino sólo un comienzo nominal. Tampoco puede ocurrir en un vacío absoluto –es decir un espacio vacío de propiedades.

De hecho, desde hacia finales de la década de 1970, los instrumentos científicos ultrasensibles empezaron a ser capaces de detectar una parte de la «perturbación portadora» del éter, pero en lugar de decir «Lo sentimos, chicos, nos equivocamos sobre el vacío del espacio y la inexistencia del éter», se negaron a admitir el error de desterrar a Prakriti (¡sólo conceptualmente, por supuesto!) y recurrieron a traerla de vuelta subrepticiamente bajo la apariencia –o deberíamos decir bajo el disfraz– de nombres complejos como Radiación Cósmica de Fondo de Microondas. 34 letras donde 5 fueron consideradas suficientes por gigantes de la ciencia como Newton, Clerk Maxwell, Poincaré, Lorentz, Tesla ¡e incluso Einstein!

(Continuará la tercer y última parte la semana próxima)

Nota: Este artículo se publicó por primera vez en septiembre de 2023 en la web oficial de Graham Hancock como Autor-del-mes bajo el título Missing Knowledge: a prelude to ‘Yoga Beyond the Thinking Mind’

(El libro:Yoga más allá de la Mente Pensante (Editorial Kairós, octubre 2023)

Simon G. Mundy cuenta con más de 50 años de experiencia en la práctica de yoga, meditación vipassana, taichí y chi kung. Es cinturón negro de karate goju ryu y shaolin del norte. Se graduó en el London Polytechnic y se diplomó en homeopatía. Es coautor con Ramiro Calle de varios libros sobre yoga, budismo y taoísmo.