El genocidio de todo un pueblo ante el silencio del «mundo civilizado» extravía nuestras mentes entre sentimientos de culpabilidad y de impotencia. ¿Cómo gestionamos eso emocionalmente? ¿Lo ignoramos, lo banalizamos, lo evadimos de algún modo? Pero entonces, ¿quiénes somos?, ¿nos estamos despojando de valores humanos por el camino? Escribe Pepa Castro.
En un mundo como el nuestro, en el que los grandes valores humanistas y democráticos que consagran la vida en el planeta y la convivencia entre seres humanos son cada vez más papel pisoteado por las relaciones de poder y la codicia, el ciudadano occidental, moralmente desarmado, desarrolla instrumentos sofisticados de adaptación a una realidad a todas luces injusta, desigual y desoladora para una mayoría de sus congéneres en el planeta.
Las personas estamos psicológicamente muy dotadas para mirar hacia otro lado cuando algo nos desagrada o nos genera tensión o incomodidad. Un mecanismo aún más refinado es reacondicionar nuestros propios valores para que encajen con lo que conviene a nuestros intereses del momento, y así evitar el conflicto que genera la contradicción. A esto la psicología social lo llama disonancia cognitiva, y se caracteriza por el malestar mental y emocional que resulta de confrontar en uno mismo creencias, valores o actitudes contradictorias.
Menos grave que disociar
Disociación y disonancia no son lo mismo, pero se podría entender que la segunda es una adaptación “cotidiana” y “normal” a la primera. Disociar es desconectar elementos usualmente asociados. En psicología se estudia mucho la disociación patológica, que es la desconexión entre la mente (la conciencia, la memoria, la identidad o la percepción) y la realidad, como un mecanismo defensivo asociado a vivencias traumáticas, y que da lugar a trastornos o patologías disociativas como el trastorno de despersonalización, el trastorno de identidad disociativo (antes llamado trastorno de personalidad múltiple) o la fuga disociativa.
Por otra parte, se llama disonancia a la falta de la armonía o consonancia entre dos cosas que naturalmente están unidas. El término disonancia cognitiva se utiliza para describir el malestar mental que genera disociar, o sea el choque entre dos creencias, valores o actitudes contrapuestas conviviendo en la misma mente. Este fenómeno fue estudiado por el psicólogo social Leon Festinger como un mecanismo universal. Nuestras mentes están muy entrenadas para disociar cognitivamente como modo, casi instintivo, de huir de la incomodidad que nos generan nuestras propias encrucijadas, casi siempre de naturaleza ética o moral.
A diferencia del hipócrita y del cínico, que fingen y embaucan a los demás a sabiendas, cuando disociamos cognitivamente en realidad “solo” estamos autoengañándonos a nosotros mismos para tratar de esquivar la incomodidad que sentimos por la falta de coherencia entre lo que pensamos y lo que en realidad hacemos. Y para ello creamos argumentos, justificamos como sea o maquillamos nuestras ideas y creencias para hacer que encajen entre sí de manera aparente.
Sucede, por ejemplo, cuando defendemos el vegetarianismo estricto pero nos decimos que el pescado y los lácteos son admisibles. O cuando tergiversamos los datos sobre los desastres provocados por el cambio climático para seguir manteniendo nuestro estilo de vida. O, más común y penoso, cuando justificamos los crímenes como recurso de legítima defensa, o cuando pensamos que todos los seres humanos tenemos los mismos derechos pero sentimos como amenaza a los desesperados que vienen de fuera para sobrevivir.
El malestar en un síntoma elocuente
Somos artistas de la disonancia. Algunos disocian con tanto virtuosismo que recrean realidades paralelas, atractivas o terribles según convenga, por todos los métodos y teorías posibles. En realidad, aunque Leon Festinger lo investigó a fondo en 1957 en su Theory of Cognitive Dissonance, la mente del ser humano ha manejado las disociaciones cognitivas desde siempre en la construcción de doctrinas o interpretaciones filosóficas, religiosas o históricas moldeadoras de la realidad para acomodarla a los intereses del individuo o grupo social que las enunciaban. Pero mejor dejarlo ahí y que cada uno busque sus ejemplos en este sentido.
Al ser un mecanismo psicológico defensor del equilibrio mental, parece improcedente tildar de buena o mala la disonancia cognitiva. Recordemos que es principalmente un síntoma (tensión, ansiedad) generado por una incoherencia interna; por lo tanto, nos está alertando y haciendo tomar conciencia sobre algo que hay que atender y entender.
¿Cuáles son las situaciones nuevas que suelen generar ese conflicto interno? Por ejemplo, la aparición de una información que desafía nuestras creencias preexistentes. Eso fue recurrente a raíz de la pandemia por covid y aún más con su vacuna, que no solo dio pie a conflictos interpretativos entre personas, sino también a nivel individual. Pensemos en el malestar de una enfermera que duda en vacunarse pero que está obligada por una normativa; o en el de aquellas personas antivacunas que vaticinaban terribles consecuencias pero acababan aceptándolas para sus mayores de más riesgo.
Las situaciones muy comunes que generan incoherencia cognitiva tienen que ver con la necesidad de tomar decisiones “incómodas”. Por ejemplo, cambiar de trabajo por motivos económicos pero en contra de los propios principios. Con frecuencia, buscamos argumentos solventes para justificar una decisión ingrata, y entonces aliviamos la tensión… al menos temporalmente.
Cómo el yoga ayuda a unir lo que está disociado
Cuestionar, dudar y replantear pensamientos y actos en busca de coherencia y equilibrio interior es positivo a todas luces. Y también esto implica de lleno al practicante de yoga y meditación en el camino de la toma de conciencia hacia su observador interior y del karma yoga o discernimiento de la acción correcta. Por tanto, la disonancia cognitiva gestionada con honestidad puede ser un buen acicate que nos incita al autoanálisis y el cambio necesario, quizás para poner fin a situaciones paralizantes que nos están provocando sufrimiento.
La brecha entre pensamientos, deseos y actos puede ser desquiciante; influye incluso en cómo las personas se sienten y se ven a sí mismas, lo que genera sentimientos negativos de frustración, indefensión e incompetencia. Esto se hace notar, por ejemplo cuando nuestros principios chocan con los opuestos de un grupo de presión dominante. Pensemos en alguien que se cree obligado a asumir valores sectarios, o en una mujer sin trabajo y con hijos pequeños sometida al maltrato psicológico de su pareja.
No es infrecuente que una persona pueda experimentar un conflicto interno tan intenso entre lo que le dictan sus creencias y lo que está viviendo en la realidad que, de mantenerse larvado en el tiempo, podría provocar bloqueos de energía, somatizaciones y enfermedad. En otros casos, si la tensión que generan las contradicciones internas escapa al control de la consciencia, puede derivar en huidas de la realidad, adicciones, fantasías e incluso trastornos delirantes.
Señales de disonancia
Vigilemos de cerca, por tanto, las señales de disonancia cognitiva, como pueden ser:
–Justificación irracional: Intentamos justificar acciones o pensamientos contradictorios más allá de lo que nos dicta el sentido común o la evidencia de la realidad.
–Generalizar y banalizar para no discernir. Recurrimos a declarar que “todo es falso”, “todos son iguales”, “si sucede es que conviene”, “no se puede hacer nada”, etc. para tranquilizar la mente y no esforzarnos en discernir, investigar y separar la información veraz de la falsa.
–Culpar y echar balones fuera. Aliviamos el malestar de la contradicción entre lo que hacemos y lo que deberíamos hacer responsabilizando de todo a otros.
–Transformación radical: Cambiamos de chaqueta ideológica o damos la vuelta a nuestros valores más arraigados justificándolo por exigencias de una persona o grupo, en una cesión clara de la propia responsabilidad.
–Aislamiento, descrédito y negación: Para no sentir el malestar, nos cerramos a la escucha, negamos o desacreditamos la información que pueden contradecir nuestras creencias o valores. O buscamos datos contrapuestos para enterrar los que nos crean tensión.
–Magnificación, sacralización: Optamos por situar entes superiores o designios divinos por encima de nuestros propósitos y capacidades humanas, desactivando nuestra voluntad de cambio y quedándonos inertes frente al devenir.
Ya intuimos que en la mayoría de estos casos resulta peor el remedio que la enfermedad. No hay que huir de la disonancia cognitiva sino, muy al contrario, identificarla y afrontarla. Y el camino siempre es el de la honestidad, para volver a unir lo que se ha dividido en nuestro interior para recuperar la coherencia, la paz y el equilibrio.
Meditando sobre el conflicto interno
Vivimos en una época disonante en sí misma, de energías polarizadas, de enfrentamientos provocados y violencias banalizadas que afectan a nuestra salud mental, ensombrecen nuestros recursos éticos y confunden nuestro pensamiento crítico. Meditar para conectar lo que en nuestro interior se ha roto o desconectado es un gran modo de volver a hallar coherencia entre nuestros valores y nuestra conducta. Un proceso de indagación en el que no ha de faltar el respeto y la autocompasión.
Cuando nos enfrentamos a un dilema y no sabemos hacia dónde tirar, podemos seguir estos pasos:
- Tomar conciencia de que tenemos un conflicto. Identificarlo y expresarlo con la mayor honestidad.
- Valorar su procedencia, su alcance y sus consecuencias para obtener una perspectiva más sincera y realista y lograr que la situación sea más clara.
- Reflexionar sobre nuestros valores: Lo que nos importa más y lo que nos importa menos. Lo que no es renunciable para la propia paz, dignidad y autoestima. Meditar sobre el papel que están jugando en el conflicto el miedo, la presión social o un mal hábito personal, y cómo afrontarlo…
- Posicionarse. No tomar partido ante lo injusto o ante el sufrimiento no es humano. El posicionamiento a favor o en contra de un suceso es parte del rearme ético que dignifica a las personas, y resulta más fácil cuando se buscan fuentes fiables de información, cuando se contrastan hechos, cuando se escucha a expertos o se leen textos especializados.
- Decidir: Una vez identificado el origen de la disonancia cognitiva, consideremos tomar medidas para resolver el malestar que genera sin evadirlo o camuflarlo, ojo, por otros métodos. Esto podría incluir cambios y decisiones importantes; tal vez convenga consultar con un profesional o al menos hablar con alguien allegado sobre nuestros sentimientos para tratar de encontrar una solución creativa que respete y dignifique nuestros valores y principios.
- La huida de la realidad, relativa o absoluta, hacia dentro o hacia fuera, nunca es un buen sistema.
Pepa Castro es periodista, codirectora de YogaenRed y exdirectora de la revista Psicología Práctica.