Como mujer no me deja indiferente que las enseñanzas de las grandes corrientes espirituales hayan llegado a nuestros días a través de la práctica y experiencia de maestros como Buda o Cristo, pero que apenas se hayan dado a conocer a las maestras. Sin embargo, la mujer ha sido una figura relevante en el ahondamiento, comprensión, práctica y conocimiento de las enseñanzas. Escribe Isabel Ward.
Por ejemplo, Sujata, quien ofreció sustento a Siddharta Gautama cuando estaba a punto de desfallecer a causa del ascetismo autoimpuesto. Aquel encuentro marcaría un punto de inflexión en la vida de ambos. La compasión de Sujata supuso un cambio en el enfoque de las reflexiones del Buda Sakyamuni, lo que le llevó a alcanzar la iluminación. A su vez, ella se convirtió en la primera Bodhisatva y en su primera discípula, aunque nunca fuera reconocida como tal, del mismo modo que les ha sucedido a otras mujeres a lo largo de la historia.
Irónico, ¿verdad? Las enseñanzas promueven el carácter universal y eterno del espíritu, pero la capacidad de trascender se encuentra supeditada a una cuestión de género.
El papel de la mujer en el budismo
Siempre he visto a Buda como un revolucionario político, quizás porque veo la política como el sistema que genera distintos modelos de sociedad. Y en una sociedad como en la India, con una jerarquía de castas y una gran diferencia entre hombres y mujeres, Buda creó un sistema social que erradicaba la desigualdad. Por tanto, ¿qué nos hace pensar que solo afectaba a las castas y no a la división de géneros también?
Tal vez la respuesta la encontremos en la interpretación que la cultura patriarcal ha otorgado al Canon Pali, la colección de los antiguos textos budistas recopilados aproximadamente 454 años después de la muerte del Buda. Según este texto, Buda estableció que la comunidad budista debía estar formada por los hombres laicos, las mujeres laicas, los hombres monjes y las mujeres monjas. Asimismo, afirmó que la iluminación puede ser alcanzada por igual por hombres que por mujeres.
Sin embargo, se da una inconsistencia. Al parecer, puso una norma a la mujer: aceptar las Ocho Condiciones (Garudhammas). La autenticidad de estas reglas es altamente discutida, porque sitúan a la mujer en un estatus inferior. Además, parece muy conveniente para un mundo históricamente dominado por hombres que una de esas reglas sea que una mujer deba ser ordenada dos veces, contando con la presencia de monjes y monjas. Y no deja de ser causalidad que, en un momento de la historia que se desconoce, desapareciera el linaje las mujeres ordenadas monjas (bhikkhunis).
Desde entonces, países como Tailandia, Birmania o Camboya toleran a las monjas budistas… pero no las aceptan. Así que no reciben ningún subsidio ni pueden participar en rituales estatales o públicos. Algo que hace muy difícil establecer monasterios de monjas.
Por este motivo, necesitamos rescatar la presencia de mujeres en el budismo que, a pesar de las muchas dificultades, han logrado superar los obstáculos (externos e internos). Sin duda, en ellas podemos encontrar el verdadero sentido de la «maestría».
La voz de las maestras budistas
La tradición dice que Mahāpajāpatī fue la primera monja budista. Madrastra y tía materna de Buda (lo crió tras la muerte de su hermana Maya), convirtió al budismo en la primera religión en otorgar a las mujeres la misma posición que los hombres en la jerarquía eclesiástica. Sus enseñanzas se pueden encontrar en la colección de literatura femenina más antigua que se conserva en el Canon Pali, la Therigatha (s. VI y I a. C.): poemas cortos de las «mujeres sabias» que narran sus experiencias con Mara (la ilusión) —las trampas umbrosas que nos tienden nuestras propias debilidades— y cómo las superaron en el trabajoso camino hacia la Sabiduría.
En el budismo tibetano encontramos muchas personificaciones de la sabiduría femenina. Una de ellas es Arya Tara. A pesar de sus logros espirituales, un maestro le propuso orar para renacer como varón y así llegar a convertirse en Buda. Un estado, según la creencia del momento, inaccesible a las mujeres. Afortunadamente, ella lo rechazó y prometió que se convertiría en Buda siendo mujer.
A lo largo de la historia encontramos muchos ejemplos de grandes maestras budistas orientales y occidentales. Yeshe Tsogyal y Magig Labdron; Alexandra David-Néel (la primera occidental ordenada), Khandro Tsering Chödron, Jetsum Kushok, Pema Chödrön, Tenzin Palmo, Charlotte Joko Beck, Tsultrim Allione, Ayya Khema, Ana María Schlüter, Shundo Aoyama o la gran Venerable Dhammananda (la bhikkhuni que actualmente ha sido nombrada y que trabaja incansablemente para restablecer este linaje en Tailandia), por nombrar alguna de ellas.
A pesar de ello, la sociedad tradicional asiática, en especial en la tradición teravada, nunca llegó a aceptar que las mujeres dejaran su lugar en el hogar. Sin embargo, son precisamente mujeres teravadas las que más están demostrando que una interpretación distinta de las enseñanzas es posible, dado que cada vez hay más pruebas de que las verdaderas enseñanzas de Buda apuntan hacia una espiritualidad sin género.
Sin barro no hay loto
Una de las flores más bellas crece en el lodo, y sirve para recordarnos que el dolor se puede transformar en conocimiento, verdad y belleza. Por eso, escuchar cómo interpretan mujeres académicas los textos budistas no pone de manifiesto una lucha por los derechos de la mujer sino una responsabilidad hacia una sociedad en la que los géneros puedan relacionarse entre sí como iguales.
Las maestras han caminado un camino como hijas, esposas, madres… Pero, sobre todo, son mujeres que han transformado el abuso de poder del patriarcado en una hermosa flor de loto. Ellas nos enseñan el verdadero significado de la maestría. Como Tara (el buda femenino), que alcanzó los mayores logros al desarrollar ciertas cualidades internas y comprender enseñanzas externas como la compasión (karuna), la bondad (metta) y el vacío (shunyata).
Mucho más sobre el tema
Ahora bien, ¿sabes quién te puede contar mucho más sobre este tema? La maestra Samaneri Arindama, a quien en la escuela Yoga Anandamaya hemos invitado este jueves, 14 de septiembre, a las 19:00 para impartir un curso de meditación.
En la época del Buda hubo mujeres de distinta índole y estatus social que, bajo sus enseñanzas, se convirtieron en arahants (‘maestras’): mujeres liberadas que poseían el conocimiento de la Verdad. En concreto, 15 bhikkunis dejaron huella de sus experiencias en una serie de poemas que recoge el Therigatha. Este seminario se centrará en tres de ellas: Khema, Upalavanna y Kisagotami, cuyas experiencias con Mara (la ilusión) nos servirán para entender las trampas umbrosas que nos tienden nuestras propias debilidades.
La trayectoria de Samaneri Arindama la llevó a cambiar de vida cuando sus hijos ya eran mayores, momento en el que se dedicó completamente a profundizar en las enseñanzas. Primero estuvo en India. Luego, en el 2008, en Myanmar (Birmania), durante un momento de turbulencia política. Retirada en el centro de meditación de Thae Phyu, vivió apartada del ajetreo diario y pudo dedicarse completamente a la contemplación.
Posteriormente, se retiró tres años a los bosques de Maha Myaing tres años, haciendo una vida simple en una cabaña, dedicada a profundizar en la meditación. Y en el año 2021 cofundó el monasterio de Sarana Vihara para la vida y la práctica diaria.
Así que no dejes pasar esta oportunidad y pincha en este enlace para realizar tu reserva para el 14 de septiembre.
Isabel Ward es fundadora de Yoga Anandamaya.