Natalia Martín Cantero trabaja como periodista independiente, ha sido docente en IE University y es una apasionada profesora de yoga, porque según confiesa, es “cuando más se aprende”. Como corresponsal de la Agencia EFE tuvo la oportunidad de viajar y vivir en países como EEUU o Brasil y, desde el año pasado, reside en Beijing, China. Entrevista Sita Ruiz.
Cuenta que tras leer La conciencia sin fronteras de Ken Wilber “se abrió un mundo fascinante y desconocido por explorar”. Desde entonces, no ha dejado de investigar, nutrir y cultivar su propio desarrollo personal. Desprende luz cada vez que alguien le nombra al maestro budista Zen, Thich Nhat Hanh o su residencia Plum Village, lugar que tiene la suerte de conoce bien.
En RTVE tiene un blog, “Vuelta y vuelta”, donde comparte relatos sobre su estancia en el país asiático y también podemos leerla en la sección de Bienestar & Salud de El País, donde trata diversos temas, entre ellos, la práctica de Yoga, la Atención Plena o la Meditación.
Comprometida con el medio ambiente y con hábitos de vida saludables, dirige junto a Ignacio Gros Vida Sencilla, un portal digital en el que ofrecen diferentes alternativas invitando a simplificar, compartir y mejorar nuestra vida.
¿Cuándo y de qué manera se instaló el yoga en ti?
Allá por el 2000. Creo que con el yoga me sucedió al contrario que a la mayoría, que comienza buscando más ejercicio que otra cosa, o relajarse, y un tiempo después descubren el aspecto más espiritual. A mí me ocurrió al revés. Me sentía muy huérfana de herramientas para una conexión mayor, más trascendencia y sentido, sin pensar demasiado en que también fortalecía el cuerpo.
¿Es cierto que en San Francisco, la forma de entender el yoga es distinta a la que tenemos aquí?
En San Francisco levantas una piedra y te encuentras un estudio de yoga; los hay para todos los gustos. El yoga tiene un aspecto muy comercial y competitivo, es cierto. Pero también está mucho más integrado en la sociedad y hay una mayor comprensión.
Pienso, de todas formas, que cada país o región filtra el yoga a través de su cultura. En Brasil, por ejemplo, uno va a un retiro de yoga y termina bailando y cantando. Normal: la música es un componente fundamental de la vida del país. Los norteamericanos, por su parte, son prácticos y ordenados, entre otras cosas. Esto se nota también en su forma de entender el yoga.
Si tuvieras que elegir tres personas claves en tu camino yóguico y tres buenas razones, serían….
Marianne Linn, mi primera profesora de yoga, con la que practiqué durante seis años, me dio –sin yo saberlo entonces– buena parte de las claves que, tiempo después, he ido redescubriendo aquí y allá.
Hice mi primera formación en yoga con Laura Packer, adalid del vegetarianismo en Brasil. Pocas veces he visto menos distancia entre lo que uno enseña y lo que uno practica como con esta mujer.
Hoy día siempre recupero la inspiración, incluso en los momentos que más flaquea, cuando hablo con Inés Freedman, profesora del Insight Meditation Center. Aquí en China no tengo sangha, así que su figura se hace especialmente importante.
Si no recuerdo mal, has impartido clases de yoga en Pekin. ¿Cómo se vive el yoga allí? ¿Tienes alguna anécdota?
Como decía, cada pueblo filtra el yoga a través de su cultura. Mi impresión es que muchos chinos (o, mejor dicho, chinas, porque la mayoría son mujeres) hacen yoga porque está de moda, es cool, y poco más. Igual podrían dedicar ese tiempo a jugar al tenis, como quien dice. Por otra parte, el yoga en China (o, mejor dicho, en Pekín) está reservado para las élites, fuera del alcance de la inmensa mayoría. Una clase suelta en el estudio donde imparto clases sale a cerca de 30 euros. ¿Quién puede pagar eso? (El salario medio en esta ciudad no llega a los 600 euros). Además de dinero, por otra parte, para acudir a una clase de yoga hay que disponer de tiempo, un bien tan escaso como lo anterior. Por tanto el individuo que acude a clase de yoga es muy particular.
Una de las cosas que me llaman la atención llega al final de la clase, en Savasana. En general, a los alumnos les cuesta horrores quedarse quietos. Parece que estuvieran tumbados sobre una zarza en lugar de una esterilla. Cuando llegué a este país, tenía muchos estereotipos en la cabeza. Uno de ellos, el de que la paciencia y el temple “oriental” (otro estereotipo más) se mantendrían de alguna manera en el espíritu de la gente. Por eso es una sorpresa encontrarse con tantas personas tan agitadas, incapaces de centrarse un momento, con semejante déficit de atención.
Últimamente, parece que hay quienes prefieren quedarse sólo con la parte física del yoga. ¿Tú entiendes el yoga separado de la meditación?
Antes era más fundamentalista; hoy no tengo problemas con el yoga puramente físico, aunque sea consciente de que la mesa esté, por así decir, coja. De todos modos, a mí me cuesta encontrar un “paquete” completo que me convenza. Un profesor que lo tenga todo. Yo prefiero elegir de aquí y de allá, escogiendo de cada profesor, de cada estilo, lo que más me convenza, elaborando mi propio menú. No soy partidaria de seguir ciegamente un estilo, ni por supuesto de idolatrar a ningún gurú, como tantas veces ocurre con desastrosos resultados (el caso de Anusara/John Friend es un buen ejemplo). Como dijo no sé quién, es importante mantener el cerebro abierto, pero no que se te caiga al suelo.
En esta etapa de tu vida ¿te consideras más profesora o alumna?
Alumna seré siempre, incluso siendo profesora. Es cuando más aprendes.
Como periodista, has dedicado numerosos artículos invitando a conectar con el presente e incluso mencionando a varios maestros budistas. ¿En qué momento empezó a interesarte el budismo?
La chispita que encendió mi interés fue el libro La conciencia sin fronteras, de Ken Wilber. Cuando lo leí por primera vez, a mediados de los 90, se abrió un mundo fascinante y desconocido por explorar. Un poco después, en San Francisco, me quedé fascinada con Jack Kornfield y otros maestros budistas, con la sensación de haber encontrado lo que durante tanto tiempo había estado buscando.
También, sueles acudir a Plum Village (sur de Francia), cuartel general del monje vietnamita Thich Nhat Hanh. Cuéntanos un poco….
Cuando voy a Plum Village, recupero la confianza en la humanidad, en la vida y en mí misma. Recupero un mundo de posibilidades. Es un lugar que coloca, de la forma más natural y sencilla, cada cosa en su sitio. Las neuras que arrastramos en el día a día desaparecen como por encanto. Te das cuenta de que, en general, no son más que realidad virtual, películas que repetimos una y otra vez pero que no tienen ninguna consistencia fuera de nuestra cabeza. Es un lugar mágico, donde la mente se inclina de forma natural hacia la honestidad, la amabilidad, la compasión, el amor a la vida, la felicidad no sujeta a condiciones.
En tu portal digital Vida Sencilla podemos leer reflexiones, artículos y consejos que invitan a parar un momento y tomar una inspiración. ¿Aquí reflejas gran parte de tus inquietudes vitales?
Desde luego. Vida Sencilla es una aspiración que comparto con Ignacio Gros. Como señalamos en nuestro ideario, queremos aportar nuestro granito de arena para acompañar las personas que deseen ser menos competitivas y más cooperativas, encontrarse en paz con ellos mismos y disponer de mayor tiempo para apreciar las pequeñas cosas.
Alguna recomendación para ser más feliz….
La maestra de meditación Tara Brach, a la que escucho mucho estos días, se refiere a menudo a la avalancha de “si al menos” que nos rodea. Desde “si al menos me pudiera comer ese helado de chocolate, sería feliz” hasta “si al menos consiguiese ese trabajo, sería feliz”. Pero luego se cumplen estas condiciones y ¿qué pasa?
La idea de que algo se interpone siempre entre la felicidad y el individuo es una constante en nuestra sociedad. Y no puede ser de otra manera: está en la mismísima base del capitalismo, un sistema enfermo que no puede dejar de crecer hasta devorarse a sí mismo. Me parece importante explorar esto y frenar a nivel personal y también social. Mientras estamos ocupados en estos “si al menos”, descuidamos lo que tenemos entre manos. Ser feliz porque sí, sin razón aparente. Eso sí que es revolucionario y transformador.