No se trata de que los pensamientos cesen; lo que ocurre es que, haya pensamientos o no, vamos adquiriendo la capacidad de mantenernos en ese trasfondo más amplio de claridad que es nuestra conciencia. Escribe Alejandro Villar.
En una entrada anterior explicábamos como mientras la psicología occidental y la psicoterapia sirven para tratar el sufrimiento neurótico, la meditación sirve para superar la infelicidad ordinaria o cotidiana, esa que no tiene que ver con una patología psicológica, sino con el hecho de vivir identificado con nuestro cuerpo/mente y el yo psicológico que lo acompaña.
Por cierto, esa entrada estaba inspirada por este diálogo entre Terry Patten y el psicólogo de Harvard y maestro de las prácticas más elevadas o avanzadas del budismo tibetano Daniel P. Brown, y ambos han fallecido recientemente. Les estaré eternamente agradecidos por sus contribuciones a la práctica integral (Terry) y a la enseñanza avanzada de la meditación (Daniel).
Uno empieza a meditar muy atrapado en las fluctuaciones mentales, dejándose llevar por los pensamientos-Pero si se persiste en la práctica, puede ir logrando cierta elevación sobre dichas fluctuaciones mentales. No se trata de que los pensamientos cesen, aunque los espacios entre ellos de profundo silencio interior pueden agrandarse; lo que ocurre es que, haya pensamientos o no, vamos adquiriendo la capacidad de mantenernos en ese trasfondo más amplio de claridad que es nuestra conciencia.
Se suele comparar a la conciencia con el cielo y a los pensamientos con las nubes: las nubes pasan, pero el cielo se mantiene inmutable en el trasfondo. De la misma forma los pensamientos vienen y van, pero nuestra conciencia permanece inmóvil contemplando todo ese movimiento. Esta capacidad de contemplar con ecuanimidad nuestras fluctuaciones mentales se va incrementando con la práctica de la meditación.
Trascendiendo la carencia y el miedo
Dos de los síntomas de esa infelicidad de la que hablábamos al principio son la carencia y el miedo. La carencia tratamos de cubrirla persiguiendo todo tipo de deseos, gratificaciones sustitutorias que nunca acaban de funcionar, porque nada puede llegar a sustituir satisfactoriamente la plenitud de la conciencia. El miedo, aunque tiene su función protectora en el día a día, nos hace contraernos impidiendo que nos abramos plenamente a lo que quiera que se presente en nuestras vidas. Pues bien, ya en los primeros pasos de nuestra práctica meditativa podemos ir viendo cómo se alivian esos dos síntomas. Y es que cuando adquirimos la capacidad de ser conscientes de algo, de atestiguarlo, lo estamos trascendiendo desde una conciencia que está libre de eso que estamos atestiguando.
Cuando somos conscientes de esa carencia que mencionábamos, ya no estamos identificados con esa carencia, sino que la vemos como un objeto. Y vamos descubriendo que esa conciencia que es testigo de la carencia no la tiene en sí misma, sino que va acompañada de una gran sensación de plenitud, pues esa conciencia, al no tener limites y abarcarlo todo, no tiene nada fuera de sí misma que pueda desear. Nuestro cuerpo/mente seguirá teniendo sus necesidades y deseos, pero como conciencia vamos descubriendo una plenitud, con la sensación de que era lo que siempre habíamos estado buscando, aún sin saberlo. Y por intuirla pero no saber dónde estaba, la buscábamos en la satisfacción de todo tipo de deseos.
Asimismo, nos vamos haciendo conscientes de nuestros miedos y descubriendo que como conciencia estamos libres de ellos. La razón, en última instancia, es que no hay nada ajeno a la conciencia que pueda amenazarla, pues ella lo abarca todo. Ser conscientes de nuestros miedos nos libera de ellos, nos sitúa en ese observador que está más allá del miedo. No obstante, a nivel relativo, el miedo seguirá teniendo su importancia para que nos protejamos ante posibles peligros. Trascenderlo no significa reprimirlo, sino poder integrarlo para que pueda realizar su función.
Es así como ya en los pasos iniciales de la experiencia meditativa vamos teniendo las primeras experiencias en que reconocemos una plenitud profunda, la que buscamos persiguiendo distintos deseos, pero que la satisfacción de ninguno de ellos nos podía reportar, porque eran meras gratificaciones sustitutorias para conseguir esa plenitud que intuíamos, pero que al no saber dónde estaba, la buscábamos por medios que nos impedían encontrarla. También vamos reconociendo una libertad desde más allá del miedo, una paz y una tranquilidad que superan con mucho las que podamos conseguir protegiéndonos y consiguiendo condiciones estables y seguras, lo cual seguirá siendo necesario, claro.
Alejandro Villar. Profesor de Yoga Dinámico. De El Blog de Alejandro Villar.