Esta preciosa leyenda está extraída del libro Las leyendas del Yoga. El origen mitológico de la meditación, el pranayama y las posturas de yoga (Mindalia Editorial). Agradecemos a su autor, Pedro López Pereda, la cortesía de compartirla con las lectoras/res de Yogaenred.
Cuenta una antigua leyenda que, al principio de los tiempos, los hombres y los animales vivían juntos en la Tierra, hasta que el Creador comunicó a todos que había llegado la hora de separarse. Abrió unas grietas en el suelo y explicó que cada uno debía quedarse en la zona donde quisiera vivir para siempre. Cuando el suelo comenzó a temblar, los animales empezaron a formar grupos entre ellos.
Por su parte, el perro, que se encontraba en el lado contrario al hombre, dio un gran salto arriesgando su vida para situarse junto a él, ya que le consideraba su fiel amigo. Desde entonces, el ser humano se encuentra emocionalmente ligado al perro y a su incondicional amistad.
Leyenda del rey Yudhisthira
En tiempos del reinado de los hermanos Pandavas, llegó un triste día en que Krishna, protector y Señor del rey Yudhisthira, dejó su cuerpo material y regresó a la esfera celestial.
Al recibir la noticia, el íntegro rey dejó el trono a su sobrino-nieto y, junto con sus cuatro hermanos y su esposa, decidió seguir el camino de su maestro y realizar su último viaje en dirección a los Himalayas, hacia el elevado monte Meru, considerado centro del Universo y puerta de entrada al Cielo.
Al iniciar su viaje se les unió un séptimo e inesperado viajero: un cordial, afectuoso y fiel perro.
En el duro camino hacia las altas montañas del Himalaya fueron muriendo progresivamente los cinco hermanos del rey, así como su querida esposa, y Yudhisthira prosiguió solo su largo camino con la única y leal compañía del perro, que se había convertido en su inseparable amigo.
Un día de marcha el rey escuchó un sonido impresionante y junto a él surgió un brillo asombroso que enmarcó la llegada de Indra, el Señor del Cielo, montado en su carruaje celestial. El dios informó a Yudhisthira que había llegado al final de su viaje y le invitó a subir al carro para entrar en el ansiado Cielo.
El rey se sintió honrado, pero se mostró apesadumbrado ante la idea de acceder al reino celestial sin sus hermanos ni su esposa, a lo que Indra le explicó que sus familiares sólo habían abandonado el transitorio cuerpo material y ya estaban esperándole en el Paraíso. Después le explicó que él en cambio iba a tener el extraordinario privilegio de entrar al Cielo conservando su cuerpo físico.
Cuando estaba a punto de subir al carruaje, Yudhisthira dijo:
—Señor, este perro me ha sido extremadamente fiel. Me gustaría llevarlo conmigo al Cielo.
Indra sonrió y respondió:
—Se te está asegurando la inmortalidad y la felicidad sin límites; eres la persona más afortunada del mundo y lo quieres perder todo por amor a un perro.
Yudhisthira, ejemplo de integridad, dijo:
—Señor, me estás pidiendo algo que no puedo hacer. Para alguien que se comporta de forma recta, es muy difícil actuar sin rectitud.
Entonces, en ese instante, el perro se convirtió en la personificación que representa la piedad, el orden y la ley universal: el Dharma.
Se trataba pues de una última prueba, que Yudhisthira superó, demostrando su inquebrantable amor al dharma, la ley que incluye también la compasión hacia todos los seres, incluso hacia un perro callejero, aunque cumplirla le hubiese significado perder su ingreso en el reino celestial.
Consecuentemente, Yudhisthira subió al carruaje y todos juntos entraron al Paraíso.
La fidelidad del perro, su templanza y su bondad quedan plasmadas en el ásana que lleva su nombre. Como dice Khrisna en el Bhagavad Gita: “Los sabios que poseen la realización del ser, consideran de igual manera tanto a un docto y humilde brahmín como a una vaca, a un elefante o a un perro”.
Adho Mukha Svanasana (Postura del Perro boca abajo)
Vamos a realizar esta postura desde Tadasana (la Montaña). Para ello nos situamos al principio de nuestra esterilla, separando los pies al ancho de las caderas.
Con una profunda inspiración elevamos los brazos a ambos lados de la cabeza y, mientras espiramos, flexionamos el tronco con las rodillas dobladas hasta que las manos, bien abiertas y con los dedos muy separados entre sí, apoyen por completo sobre la esterilla.
Desde ahí, los pies caminan hacia atrás, para formar con piernas y brazos la forma de un triángulo equilátero, es decir, con todos sus lados iguales.
El apoyo de las manos, el apoyo de los talones y la zona del coxis constituyen los vértices de este triángulo.
Las piernas se mantendrán paralelas, manteniendo el ancho de las caderas.
Nuestra atención se focalizará en sentir cómo las ingles crecen hacia el techo a la vez que se mantiene la firmeza de piernas y brazos, tratando de evitar cualquier tensión.
Es importante que la cabeza quede suelta, con el cuello relajado.
Mantendremos la postura un mínimo de 30 segundos, e iremos aumentando gradualmente el tiempo de permanencia en ella. Para deshacer, mientras espiramos, doblamos las rodillas hasta que apoyen sobre el suelo y llevamos la pelvis todo lo posible hacia los talones, aflojando la posición de los brazos.
(Extracto del libro Las leyendas del Yoga. El origen mitológico de la meditación, el pranayama y las posturas de yoga, de Pedro López Pereda (Mindalia Editorial), que puede adquirirse en https://www.amazon.es/dp/B09V5TTYFS