Slow es un movimiento que reclama un cambio de cultural radical hacia la desaceleración del ritmo de vida violento. Se inicia con la protesta de Carlo Petrinni frente al McDonalds de la Piazza di Spagna di Roma en 1986.
Carlo reclamaba el derecho a una “comida lenta”; había nacido el slow food. Con el tiempo se convirtió en una subcultura que se extendió a las ciudades slow, vidas lentas, diseño lento o viajes lentos. Slow travel fue un movimiento orgánico evolucionado e inspirado por uno de los escritores de viajes más famosos del siglo XIX, Theophile Gautier, que reclamaba el derecho a viajar lentamente
Durante las últimas décadas ha habido un cambio sutilísimo sobre la manera que tenemos de acercarnos a los países; ahora con la crisis hay aun menos dinero para viajar… y la gente mide más su movimiento.
Dante, a través del infierno, cruza los tres reinos de los muertos; Homero retrata en la Odisea el fabuloso viaje; y Ulises viaja para llegar a Ítaca -la Tierra Prometida-. El placer de viajar se ha visto eclipsado por los controles aduaneros -después del 11 de septiembre-, por las huelgas de las compañías, perdidas de maletas… Más que viaje a veces es un calvario, con un estrés de anticipación insoportable. ¿Qué tal si para llegar más rápido hubiera que ir más lento?
Marcha lenta
Cuando era pequeña me encantaba la geografía; la maestra me explico un día que si hacia un túnel profundo podía llegar a Oriente… Esa idea me pareció fascinante, no dependía de nadie, solo de mí. Por la tarde llegue al corral de mi abuela y les expliqué a las gallinas -que iban a ser mis aliadas- los planes de viajar al país de Marco Polo. Empecé a cavar un túnel… rumbo a China. No podía entender, por mi corta edad, los kilómetros que me separaban de mi sueño, pero puse empeño y décadas más tarde lo logré… Ha sido el viaje más slow de mi vida.
Uno de los elementos más importantes del “Slow Movement” es la oportunidad que ofrece de viajar y conectarse al lugar que visitas y sus gentes. Se acabó viajar deprisa, el deber de hacer fotos, buscar recuerdos y traer regalos a la familia… Empieza la era de “permanecer atento al camino”. La escuela lenta del viajar ofrece escoger los alquileres vacacionales, casas, villas, u otro tipo de “hogar para estar fuera del hogar”, comprando, comiendo y cocinando como lo haríamos en nuestra casa siendo “nadie yendo a ninguna parte”.
Conviviendo con el destino, podemos experimentar el lugar con mayor intensidad. No solo es tomarte un café, sino tomarlo en el “café del pueblo”. Vivir en el camino, con poca cosa. Vivir en oposición a habitar. Marchar lentamente, explorar la zona es como un proceso de inmersión donde la mayoría de viajeros lentos empiezan por los metros más cercanos. A pie, en bicicleta, en tren, buceando.
Las exploraciones lentas se contraponen a los viajes agresivos del avión o coche convencional, que busca golpear al medio y explotarlo. Los viajes lentos no abordan más de 20 kilómetros por jornada, quieren liberar de la presión tediosa al turismo estándar. Caminar a pie o en bici nos ofrece la oportunidad de hablar con la gente y descubrir cuáles son sus puntos de interés, sus tendencias o intereses. Si tienes un poco más de tiempo puedes participar en las actividades locales, conocer su cultura (hacer un curso de cocina, aprender una lengua, enseñar algo que ya sabes hacer, irte a una granja orgánica…).
También podrías diseñar un “viaje a marcha lenta” de algo más de tiempo, un año para conocer un país. Utilizar tus habilidades para aprender y comprender a los otros. Algunos destinos están más en sintonía con la naturaleza del viajero lento y algunos países han desarrollado al máximo sus aspectos lentos.
Marchar lentamente no siempre significa meses o años, no solo es pasear; puede ser trabajar alrededor del mundo. Es más bien un estado del ser. Una cuestión de elección y pasión por el movimiento consciente.
Un país que te robe el corazón
Me he quedado en países a veces años, otras meses y otras semanas. Recuerdo mi último viaje a Corea de tan solo una semana, mucho más intenso que ningún otro. Veía a los viajeros pasar rápidos, y yo permanecía. Durante mi estancia, vi a muchos turistas que iban y venían. Un espectáculo el aeropuerto de Seúl, acostumbrarse a él; a uno le dan ganas de no salir nunca más de casa, de no saber ni como se llaman los países y de no buscar más razones para viajar… Pero siempre hay un país para robarte el corazón.
Ha habido tiempos en los que he conocido a camareros de la calle que me han enseñado a cocinar el arroz balinés o el curry como nadie, o he escuchado la historia del pescador que perdió todo en el tsunami y fue capaz de seguir pescando y sonreír. Su mayor meta era salir de la pobreza y conseguir que sus hijos llegaran a la Universidad.
Lentamente te mueves a través de los lugares, con tiempo suficiente para que la gente te pueda sonreír por la mañana, o digan tu nombre por la calle. Una de las cosas más hermosas de los viajes es la sorpresa. Baja el ritmo un poco y descender allá donde la mayoría de las personas no descienden, para descubrir los tesoros ocultos que de otra forma hubieran quedado inadvertidos.
Viajar no tiene que ver con el dinero o los privilegios; es un estado de ánimo. Se trata de tener el coraje de hacer tu propio camino y no ir por dónde va la mayoría. Todos los caminos llevan a Roma. Un buen viaje es como un parto: debe de ser cultivado sin prisas y hay que saber cuándo empujar y aprender a dar tiempo a cada cosa.
Por Koncha Pinós- Pey Ph. D.