Compartimos por su interés esta entrevista de Gwendolyn Beetham, publicada en el portal Feministing, a Melanie Klein, escritora, oradora y docente asociada en Santa Monica College, donde enseña sociología y estudios de la mujer.
Para más información sobre el trabajo de Melanie Klein en Twitter: @feministfatale y @YogaBodyImage, y en Facebook: Feminist Fatale y Yoga + Body Image.
Gwendolyn Beetham: Le atribuyes al feminismo y al yoga las dos principales influencias en tu trabajo. ¿Puedes describir cómo los dos están vinculados para ti?
Melanie Klein: Para mí ambos tratan igualmente de desarrollar la conciencia, de desempañar el espejo para ver el mundo (incluidos a nosotros mismos) a través de ojos nuevos, y así movernos desde un lugar auténtico y arraigado. Esto significa, al final, que somos agentes más eficaces del cambio social, ya sea en el hogar, el trabajo, los medios de comunicación o la política.
El feminismo proporcionó el marco intelectual e ideológico para reconocer, analizar y cuestionar la desigualdad estructural que es el núcleo del sistema patriarcal. Ese velo cayó cuando encontré el feminismo y mi primera mentora, una feminista marxista radical que ahora tiene más de ochenta años. Hice clic cuando me di cuenta: «¡No soy yo! Es el patriarcado”.
Hasta ese momento, sentía que no era lo bastante inteligente, ni capaz, ni atractiva; siempre «no lo suficiente».(…) El feminismo también me ayudó a aliviar los sentimientos de vergüenza y aislamiento que sentía, al darme cuenta de que no era la única. Comprender que el problema era el sistema y no yo como individuo, fue liberador. Esa comprensión me impulsó simultáneamente a la acción y ha alimentado mi trabajo durante los últimos 20 años.
Descubrí el yoga dos años después de considerarme feminista. Fue mucho antes de que el yoga se convirtiera en una mercancía y una industria; la moda del yoga y las portadas de yoga pasadas por photoshop aún no se habían inventado. Un amigo me llevó a un antiguo local en el centro de Santa Mónica, un espacio sin tiendas ni membresías costosas. Yo era muy escéptica respecto al llamado «power yoga». Pero mi maestro Bryan Kest sacudió mi mundo. Estoy segura de que el aspecto físico de la práctica me atrajo, dada mi obsesión por hacer ejercicio en ese momento, pero fue la teoría lo que me convenció. Era transparente, estimulante y desafiaba los principales valores con los que me habían machacado toda la vida: la competitividad, ir más allá de mis límites y luchar por un objetivo establecido. Tampoco había aires de superioridad ni de establecer un «estado de ánimo de yoga» a base de velas, incienso o luces tenues., cosas que a veces pueden parecer inauténticas.
No son las velas parpadeantes las que hacen la práctica, sino tu ánimo, y tienes que trabajar en ello. Tienes que enfrentarte a lo que hay en ti, afrontar desafíos. Como cualquier trabajo espiritual o activista, el yoga es una práctica y cuesta trabajo. (…) Fue una práctica desnuda, básica y áspera que conectó en mí en muchos niveles y que apoyó y profundizó mi feminismo.
El yoga me dio una herramienta para practicar el discernimiento, la conciencia, la compasión, la amabilidad, la aceptación y el amor propio, mientras me brindaba un espacio y una comunidad para sumergirme y afrontar los retos de mi socialización cultural, de las lecciones e historias profundamente arraigadas en mi psique y cuerpo físico. Me permitió desprogramar mi configuración predeterminada y crear un cambio de paradigma tangible. Por primera vez desde la infancia me sentí cómoda en mi propia piel.
El feminismo me dio la base intelectual y el yoga me proporcionó la práctica para encarnar y vivir estas enseñanzas.
G. B.: Tú y Anna Guest-Jelley, de Curvy Yoga, tenéis un libro sobre yoga e imagen corporal, y tú ya habías escrito antes sobre el tema…
M. K.: Sí, como dije el feminismo y el yoga estaban estrechamente conectados para mí. Respecto a mi propia imagen corporal, ambos fueron fundamentales para poner fin a la guerra que planteaba contra mí misma: desde la restricción excesiva de calorías a los atracones y las purgas, así como el ejercicio compulsivo. Castigar mi cuerpo por no ajustarse a mis deseos y a las expectativas de la cultura era ya una rutina. Al llegar a un lugar de equilibrio y armonía, pude canalizar mi tiempo y energía en otras direcciones y convertirme en partícipe más activa de mi vida personal y cívica.
Es por eso que los problemas de imagen corporal son tan importantes para mí: demasiadas personas están paralizadas por la baja autoestima y gastan una cantidad exorbitante de tiempo y dinero persiguiendo un ideal de belleza efímero y esquivo. Y eso es una pérdida para toda la sociedad. Ese tiempo, dinero y energía podrían usarse para cultivar habilidades y talentos al margen del proyecto corporal de uno mismo. Y, obviamente, podríamos estar trabajando para resolver apremiantes cuestiones políticas, sociales y económicas si no estuviéramos completamente enredados en esta red del culto a la imagen.
El feminismo y mi práctica de yoga representaron un despertar. Me proporcionaron libertad emocional, mental y física, y durante mucho tiempo he divulgado los beneficios positivos de cada uno de ellos operando al unísono en mi vida.
Pero ese no es el caso general A muchas feministas les desagrada la cultura del yoga por la floreciente industria que reproduce muchas de las imágenes y mensajes tóxicos que la práctica real tiene la capacidad de minimizar y silenciar. Y, como resultado, la naturaleza transformadora de la práctica a menudo se rechaza. Es un error: la práctica del yoga es una cosa y la cultura del yoga es otra.
(…) Con demasiada frecuencia, la cultura del yoga acusará a las personas de ser «antiyóguicas» por señalar expresiones sexistas y por la falta de diversidad en las principales publicaciones de yoga. Y a medida que el yoga aumenta en popularidad, veo más y más maestros que enseñan yoga físico como si fuera una clase de aeróbic para luchar contra los kilos de más y con un enfoque puramente físico: “Vamos, otro perro boca abajo más para quemar ese polvorón navideño”, “El verano está a la vuelta de la esquina, es hora de sudar”.
Ese lenguaje es completamente contrario al yoga. Es que, para empezar, eso no es yoga. Pero muchas personas creen que sí: una rutina de ejercicios es lo opuesto a meditar en movimiento para el despertar de la conciencia. ¡Eso es potente! Hay un montón de investigaciones que promueven las virtudes de la meditación, tantas que no se podrían citar aquí todas.
Basándome en mis experiencias como resultado de una práctica constante, creí necesario compartir los elementos de transformación que la práctica ofrece, especialmente en relación con la imagen corporal. Cuando conocí a mi coeditora, Anna Guest-Jelley, supe que había encontrado la socia perfecta. No solo tiene conciencia feminista y formación académica, sino que su trabajo está comprometido a hacer que el yoga sea accesible para todos los cuerpos, no solo para los blancos, jóvenes y delgados capaces de realizar acrobacias alucinantes.
(…)
G. B.: Recientemente se refirió a su activismo como una práctica espiritual. ¿Cómo funciona esto en tu vida diaria?
M. K.: Como el feminismo y el yoga, estas dos cosas van juntas. Uno no puede existir sin el otro. Mi práctica espiritual brinda la conciencia y el autocuidado necesarios para trabajar como agente de cambio. El activismo es una práctica espiritual que requiere introspección, despertar, responsabilidad consciente y acción.
Gwendolyn Beetham escribe para Feministing. Tabaja como investigadora independiente, enseñando a estudiantes universitarios sobre feminismo y practicando yoga.
Ver entrevista original: http://feministing.com/2014/02/18/the-academic-feminist-melanie-klein-on-yoga-and-feminism/