Como practicante de yoga desde hace más de veinte años y docente hace más de doce, asisto al fenómeno de la explosión del «yoga gratis» dentro de las actividades online, y me parece que es una de las dificultades más serias que debemos afrontar los profesionales de la enseñanza. Escribe Pablo Rego.
Enseñar «yoga gratis» no es algo que los practicantes experimentados y enseñantes veamos mal, al contrario. Todos aquellos que estamos profundamente comprometidos con este arte del autoconocimiento y la salud física, mental y espiritual consideramos lo más valioso y hermoso que podemos ofrecer. Y por eso se siguen dando clases de yoga sin remuneración.
«Dar yoga» es una manera de practicar la generosidad, de regalar a los otros algo hermoso. Yoga es una herramienta de comunicación de alta frecuencia y de transformación humana, y el camino espiritual a través de su práctica contempla el íntimo deseo de que se expanda y se multiplique sin límites.
Pero, al mismo tiempo, en Occidente, y ahora también en gran parte de Oriente, la manera en la que se estructuran las actividades hace que alguien que dedica su tiempo, sus recursos y su conocimiento a una actividad se convierta en un “profesional”. Y yoga no es la excepción. Así es el medio, y quien se compromete completamente con una actividad requiere de una retribución justa, de igual manera que lo hace cualquier otro profesional.
Pero debido a esta situación algo ambigua que se da en yoga, los profesionales de esta disciplina recibimos con frecuencia la demanda (y hasta la exigencia) de los aprendices (o aspirantes a aprendices) de la gratuidad, cosa que seguramente no se les ocurriría plantear al tomar una clase de spinning, ir al dentista o consultar a un abogado.
La profundidad que da Yoga
El dificultoso equilibrio con el que mucho debemos trabajar está emparentado con el camino de desarrollo espiritual. Aprender o refinar el arte del dar, de compartir en amor, de ser compasivos y querer ayudar se choca con el frío panorama de tener que pagar las cuentas, los gastos naturales que como profesionales debemos asumir, como alquileres, gastos generales, impuestos y hasta sueldos en muchos casos.
Es gracias al mismo yoga, de su práctica, de la meditación y el estudio de su filosofía, que podemos trascender las dificultades, incluso dándole a quien quiera conocernos una clase de yoga gratis.
Sin embargo, valorar a quien nos da una clase; conectar con lo espiritual; darse tiempo de aprender y comprender; ver el iceberg detrás de la pequeña expresión que puede ser una sola sesión, un vídeo, una imagen; explorar conscientemente a través de la guía experimentada de aquellos que cultivan yoga como algo realmente sagrado, no se consigue “consumiendo” clases.
El camino es más bien aquel que está sincronizado con los tiempos del Universo, con la profundidad de la Tierra, con la sabiduría del Sol y la contemplación de la Luna. Gran parte del aprendizaje profundo radica en darse el tiempo, crear el hábito, conectar con aquel que nos está dando su conocimiento, respetar su visión y honrar su experiencia.
Por supuesto que es recomendable elegir con quién hacer esa experiencia. A veces puede llevar tiempo encontrar a ese ser humano , así que es importante probar hasta encontrarlo. La intención de buscar al enseñante adecuado está en consonancia con el verdadero camino de crecimiento espiritual y el autoconocimiento, más allá del conocimiento o no de los valores y la filosofía de yoga. Esta es una intención bien distinta a la de “aprovechar” una clase gratis.
¿Cómo tomar clases de yoga gratis?
Esta es una de las preguntas que más se realiza a diario en los buscadores de las aplicaciones más usadas en Internet. El tema se ha vuelto un tópico y ya es parte del inconsciente colectivo.
Hay varias respuestas a esta pregunta.
Desde hace años, quien está comenzando en la práctica de yoga se encuentra a menudo con el bono extra de “clase de prueba gratis”. De modo que hay quienes creen que es buena idea pasearse de profe en profe, de escuela en escuela pidiendo la clase de prueba , lo cual es un modo de burlar a los instructores.
En tiempos de clases online o en línea esta situación se ha potenciado, tanto por acción de los alumnos que demandan un yoga gratuito como por parte de los oferentes (practicantes más o menos avanzados, instructores, profesores, etc.) que intentan encontrar un espacio en el mundo virtual y muchas veces lo abren a través de la oferta libre de las clases.
Es natural que aquellos que publican entradas en las que dan ideas de cómo hacer yoga gratis, los que creen que es buena idea y aquellos que van a exigir su clase sin costo lo hagan sin demasiada sensibilidad o compasión por quien está del otro lado, quien está poniendo su energía en la organización de un espacio de práctica, sosteniendo ese lugar al que se va a pedir, invirtiendo en formación o en recursos tecnológicos para seguir en actividad. Pero quienes estamos inmersos en el universo de esta disciplina sabemos que esa conducta sólo responde a la superficialidad de quien desconoce la dimensión más elevada de la práctica de yoga.
¿De dónde sale la idea de que Yoga debe ser gratis?
Si nos ceñimos a los textos antiguos y desarrollamos una práctica consciente, si nos vamos volviendo yoguis, llegaremos a la conclusión natural de que es parte de la práctica del yoga el desapego y, por ende, la trascendencia de la propiedad privada. Pero no es lo mismo ser yogui que profesional del yoga, y ese es un equilibrio que cada uno debe atender. Sería hermoso e ideal que los profesores de yoga pudiéramos vivir cultivando la disciplina y dando clases a tiempo completo sin necesidad del dinero, de igual manera que lo sería que todos los habitantes del mundo tuvieran cubiertas todas sus necesidades básicas.
En India, lugar de origen de yoga, se tiene una relación diferente con lo material, pero no en todos los casos y no a todos los niveles, por eso generalizar en estas cuestiones es una simplificación que no nos ayudará a comprender mucho esta situación.
Muchas de las escuelas de yoga clásico están respaldadas por fundaciones muy antiguas que han sostenido escuelas que no sólo enseñan yoga, sino que también educan, cobijan y dan de comer a niños y niñas. Esas escuelas reciben retribuciones a través de donaciones y otras formas de contribución, y en muchos de los casos el yoga que enseñan está profundamente emparentado con una visión y una práctica religiosa. Pero también en India hay hoteles seis estrellas en donde se ofrecen todo tipos de “servicios” en torno a la “espiritualidad”.
En la actualidad el propio gobierno de la India financia el yoga como una “actividad cultural nacional”, que se utiliza como bandera, como recurso para fomentar la salud colectiva y como forma de atraer el interés hacia el país, por ejemplo, en el ámbito del turismo. En el caso de India es importante tener en cuenta sus tradiciones sociales que son muy complejas y muchas veces injustas.
Los primeros maestros de yoga que llegaron a Occidente desde India, como por ejemplo Swami Vishnudevananda, lo hicieron impulsados por sus propios maestros, mentores o escuelas con la intención de difundir la actividad en nuevas regiones. Estos maestros influyeron en determinados grupos de practicantes, muchos de ellos de escala social elevada, como por ejemplo, artistas famosos. Pero en el momento de fundar escuelas y establecerse permanentemente en los países que los iban acogiendo, debieron adaptarse y crear formas de autofinanciarse para poder existir y ejercer, consiguiendo en algunos casos ayudas de los gobiernos locales y en muchos otros establecieron una retribución por las clases o crearon tiendas de ventas de productos.
Durante décadas, desde mediados del siglo XX cuando yoga empezó a hacerse más conocido en Occidente, era habitual y casi obligatorio por parte de quienes lo enseñaban que se dieran clases de prueba gratuitas debido a lo hermético de la disciplina y al desconocimiento que de ella tenía la comunidad.
En aquellos tiempos había desconfianza, ignorancia o temor por parte del común de las personas. Los maestros fundadores de las primeras escuelas abrían las puertas de sus ashrams para que el público general accediera a conocer yoga. Esa práctica se extendió junto con el desarrollo de la disciplina y de esta manera todo el mundo sabe que existen las clases de yoga gratuitas.
Estos y otros factores hacen que se confunda la idea del dar, de la compasión y del Karma Yoga con las demandas y necesidades de la vida en Occidente, en donde todo cuesta algo y el dinero lo atraviesa todo. Si las demandas de aquellos que exigen que yoga sea completamente gratuito fueran atendidas, en cuestión de una década (o menos) dejarían de tener la actividad disponible, desaparecerían las escuelas y los profesionales por tener que atender la necesidad de sustentarse económicamente de otra manera.
Siempre que alguien va a pedir (que no es lo mismo que aceptar el ofrecimiento) una clase gratuita, está manifestando su desconocimiento de todo lo que hay detrás del ser humano que está ofreciendo esa sesión. En el mejor de los casos, el acto generoso de dar abrirá las puertas al conocimiento de alguien que puede entrar al mundo infinito del yoga. En lo habitual y cotidiano, el recolector inconsciente de clases gratuitas pasará por una o veinte sesiones y no encontrará nada allí.
El negocio del yoga
Por otra parte, es justo decir que hay quienes ven en yoga un gran potencial económico y aplican a la disciplina las mismas normas que al resto de las actividades disponibles para ganar dinero. Esto alimenta el fuego de la confusión ya que la mente occidental, entrenada para el materialismo, empieza a creer que si hay éxito económico es correcto pensar que todo aquel que se dedica al yoga es exitoso y hasta rico.
Este es un desequilibrio similar el de la exigencia de la gratuidad, la otra cara de la misma moneda. Cuando un empresario toma al yoga como “producto”, lo despoja de sus más altos valores y lo somete casi exclusivamente a las reglas del mercado, transformando su práctica en algo que va perdiendo sacralidad.
De ahí que hayan surgido formas de yoga que rondan los límites estéticos y filosóficos, formas de práctica que piden dejar de ser llamadas yoga, dinámicas que responden más al mercadeo que a la búsqueda de la salud o del desarrollo de la consciencia.
El equilibrio del dar y el recibir
El equilibrio es el filtro que nos permitirá llegar a un lugar ecuánime y de claridad en este y en todos los temas. Todos los instructores, profesores o maestros de yoga somos seres humanos, al igual que los estudiantes, aspirantes a yogui y practicantes. Todos somos eternos aprendices. Por eso es importante empatizar, ponernos del mismo lado y respetar las necesidades y el espacio de cada uno.
Quien dedica su vida a formarse, a mantener un espacio, a obtener recursos para compartir yoga, es un emergente de la sociedad en la que vive y ha tomado el rol de cultivar y transmitir para que otros puedan nutrirse a través de su trabajo.
Quien busca en yoga la ayuda y el camino para crecer como persona, para mejorar sus estados de ánimo, las sensaciones de su cuerpo físico, evitar caer en enfermedad y vivir con mayor plenitud, debe contar inevitablemente con la contribución de una guía profesional, aunque sea a través de un libro o un video.
El respeto y la empatía de ambas partes crean, sin lugar a dudas, una relación sana y respetuosa, una sinergia positiva que ayuda a todos a convivir en armonía.
Si rompemos este equilibrio por ambiciones excesivas o por falta de empatía con el prójimo, estaremos deformando la pureza intencional que hace que yoga funcione realmente como un vehículo de crecimiento en el que cada uno puede encontrar su lugar sin exigencias ni abusos, cultivando juntos, desde el amor, el cuidado del otro, que al final termina siendo también el cuidado de uno mismo.
Pablo Rego. Profesor de Yoga. Escritor.
Terapeuta holístico. Diplomado en Salud Ayurveda.
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