Para el Yoga, la respiración es un bien preciado que podemos utilizar a nuestro favor, tanto para vigorizar nuestro cuerpo como para calmar nuestra mente. Más sutil que el trabajo postural, la disciplina respiratoria logra armonizar el mundo emocional y darnos el vigor suficiente para empujar nuestra propia vida y las responsabilidades sociales que derivan de ella. Escribe esta serie Julián Peragón (Arjuna). Ilustración: Eva Veleta.
El prānāyāma nos ayuda a purificar las vías respiratorias y a aumentar nuestra capacidad pulmonar; a incrementar nuestro aporte de oxígeno y a equilibrar el sistema glandular; a regular los flujos de energía, calmar la ansiedad y también a desarrollar nuestra capacidad de concentración y de voluntad, entre otros muchos beneficios. (…)
Para hacer un trabajo eficaz con la técnica respiratoria, previamente debemos observar nuestra respiración y hacer un buen diagnóstico de ella. Esa respiración que se da en lo cotidiano desde que nos levantamos, desayunamos, conducimos y trabajamos, y así hasta que nos vamos a dormir y seguimos durmiendo, adolece muchas veces de sensibilidad, profundidad y capacidad de adaptación a cada momento.
Barreras respiratorias
A menudo, nuestra respiración se limita a un movimiento superficial porque la caja torácica alberga una gran cantidad de tensiones musculares que le impiden una adecuada apertura. Es evidente que las desviaciones de la columna vertebral, tales como la cifosis o la escoliosis (por citar las más evidentes) deforman la caja torácica, enrollan las costillas y hunden el pecho, acortando la musculatura pectoral necesaria para una buena respiración.
Unos abdominales demasiado tónicos y una parrilla costal rígida pueden dificultar el movimiento del diafragma, principal músculo inspiratorio, así como su correcta expansión. Por otro lado, la misma ropa que vestimos, desde el cinturón del pantalón, sujetadores muy ceñidos, corbata muy apretada y hasta la misma goma de las medias o leotardos pueden inhibir una respiración más amplia y natural.
También nos limitan los malos hábitos respiratorios: respirar con esfuerzo, con ruido o de forma intermitente. Hay un gran porcentaje de personas que respiran por la boca, ya sea a causa de rinitis, alergias, desviación del tabique nasal o mala oclusión dental, entre otras. Pero respirar por la boca puede suponer una insuficiencia de oxigenación, e incluso provocar que padezcamos apneas. Y no es necesario remarcar, dado que es evidente, que las enfermedades del sistema respiratorio (como bronquitis, asma, enfisema, etc.) van a socavar nuestra plena capacidad respiratoria.
Una de las características de esta respiración ordinaria que estamos analizando es que es demasiado rápida, fruto en la mayoría de los casos de una mente agitada y de una vida estresada. Este aumento de la frecuencia respiratoria arrastra también al corazón y acaba por influir en todo el sistema.
Ahora bien, aunque las patologías respiratorias, las desviaciones de la columna, las corazas musculares o la forma de vestir son contundentes y dejan su huella en nuestra respiración, no podemos olvidarnos de la actitud emocional o psicológica que están detrás de nuestros hábitos respiratorios. El nerviosismo, el temor, la dispersión, la desgana, la depresión, la excitación, la ira o la tristeza, entre muchas otras, pueden dejar con el tiempo una impronta energética o una tendencia corporal que incidirá sin duda sobre la respiración. (…)
La respiración funcional
Una respiración es funcional cuando sostiene sin problemas la actividad vital que llevamos en cada momento. Por ejemplo, cuando caminamos un buen trecho, corremos tras el autobús que se escapa o subimos las escaleras de nuestro edificio… la respiración debería darnos el oxígeno necesario para hacerlo sin claudicar, sin entrar necesariamente en disnea respiratoria. Una respiración natural se adapta sin esfuerzo a nuestra actividad, ya sea plácidamente cuando leemos un libro o contemplamos el paisaje por la ventana, o más enérgicamente cuando hacemos el amor o practicamos nuestro deporte aeróbico favorito. (…)
Uno de los errores en la divulgación del Yoga es la introducción de técnicas avanzadas cuando las estructuras físicas, emocionales y psíquicas del practicante todavía están débiles. Y Patañjali es muy claro en este sentido: la práctica del prānāyāma debería ir a continuación de un trabajo ético y personal, y de una intensidad sobre āsana ¿Quiere esto decir que no podemos trabajar con la respiración hasta una etapa muy avanzada en la práctica de Yoga? Por supuesto que no, tenemos un trabajo imprescindible de escucha de nuestra respiración, sensibilización y purificación, pero dejando para más adelante técnicas y ritmos mucho más intensos.
Si el cuerpo está tenso, si las emociones están a flor de piel y la mente está agitada, hemos de proceder de forma diferente. A veces, sólo con tumbarse sobre el suelo, con las piernas dobladas, y poner las manos en el vientre para sentir la respiración, podemos producir un efecto apaciguador extraordinario. Dirigir la atención a sentir, sin modificar todavía la entrada y salida del aire, las zonas que se abren o se cierran, la sensación de frescor y de calor alrededor de la nariz, las diferentes fases de la respiración y las pequeñas pausas entre ellas, puede ser suficiente para empezar. En todo caso, nunca hemos de forzar el trabajo de respiración e ir más allá de los límites personales. (…)
La respiración ordinaria suele ser, la mayoría de las veces, inconsciente, superficial, rápida, esforzada e irregular, fruto de una mente agitada. Nuestra mente está alterada porque está condicionada e impregnada de patrones que no hemos revisados. Nuestra confusión, miedo, deseo o aversión, entre otras emociones y tendencias, puede generar en nuestro interior una tormenta de contradicciones e inseguridades. Incidir directamente sobre esos patrones inconscientes no resulta nada fácil, de ahí que la respiración constituya un atajo para ello. La respiración está tan a nuestro alcance que podemos regularla conscientemente, pues partimos de la hipótesis de que la respiración está tan estrechamente vinculada con los procesos mentales que somos capaces de actuar sobre ellos de forma indirecta.
¿Cómo empezar a regularla?
En primer lugar hay que tomar consciencia de cómo respiramos, de los malos hábitos adquiridos y de los síntomas asociados a ellos. Sólo si sabemos con claridad cuál es nuestro punto de partida, podremos diseñar una práctica personalizada que sea efectiva y que no genere más tensión de la que pretendemos eliminar. No seríamos los primeros (ni seguramente los últimos) que después de una sesión de prānāyāma se van a la cama sin poder conciliar el sueño.
Lo importante en esta personalización es acercarse de forma progresiva, avanzando paso a paso. Podremos observar, en principio, cómo es la entrada y salida del aire, si el flujo es continuo o irregular. Observar también las diferentes fases de la respiración, desde la inspiración a la espiración, sin olvidar, aunque sean breves, los espacios de retención en lleno y vacío. Tenemos que percibir si la respiración es más abdominal, costal o pectoral, o si el ritmo es lento o rápido.
Hay todo un universo respiratorio en cada uno de nosotros en permanente metamorfosis. En concreto, Patañjali nos recuerda en el sūtra 50 del Sādhana-pāda los elementos que podemos utilizar para esta regulación necesaria de la respiración. Nos dice que contamos con cuatro fases (inspiración, retención en lleno, espiración y retención en vacío) para hacer una verdadera alquimia con nuestro estado energético y mental. Y también nos recuerda que su control está determinado por los espacios respiratorios, la duración de cada ciclo y el número de respiraciones que vamos a hacer en cada ejercicio. Nos recuerda, por último, que la respiración tiene que ser larga y sutil. (…)
Si en el capítulo de la disciplina corporal habíamos recordado que Patañjali define āsana como un equilibrio entre sthira y sukha, esto es, entre una cualidad de firmeza y otra de abandono, también, de forma inteligente, define el prānāyāma como un equilibrio entre dīrgha y sūkshma. Nos quiere decir que la respiración tiene que ser larga y sutil.
De un lado, es importante que la respiración sea larga y profunda, que tenga un ritmo lento que involucre todo el espacio respiratorio como si fuera una burbuja de aire que se expande en todas direcciones. En las respiraciones más superficiales, el ápice de los pulmones no termina de ventilarse adecuadamente y es necesaria una respiración más amplia que movilice y ventile todas las porciones de los pulmones. Por otro lado, las respiraciones largas ejercen una gimnasia importante a todo el parénquima o tejido pulmonar manteniendo la necesaria flexibilidad que se va perdiendo con la edad. Y otro elemento importante es que las respiraciones profundas logran recolocar la columna en la verticalidad evitando una caída de las costillas y una sobrecarga en la zona torácica que puede llevar, con el tiempo, a una cifosis.
En el otro extremo de este delicado equilibrio se encuentra el aspecto sutil de la respiración. Podríamos decir que la respiración no es sólo una cuestión de cantidad de aire inhalado, sino que también es importante la calidad de esa respiración. Uno podría hacer una respiración larga con brusquedad e incluso con ruido. Los deportistas están preparados para respiraciones profundas que sostienen los enormes retos de resistencia y fuerza a los que se someten, pero no es exactamente eso lo que busca el Yoga.
Debemos complementar la longitud con un mayor refinamiento de la respiración hasta volverla fina, sutil, delicada y silenciosa. Esto se traduce en una mente extraordinariamente atenta y sensible.
Dīrgha, el aspecto de longitud de la respiración, nos lleva a una mayor calma de nuestra mente al introducir profundidad y ritmo. En cambio, sūkshma, el aspecto sutil, mantiene nuestra mente en atención. Un exceso de dīrgha hará, como hemos indicado, que se pierda la sutilidad. Y un predominio de sutileza puede atenuarla hasta el punto que acabe por perder profundidad. La clave está en el equilibrio. (…)
Seguramente todos hemos pensado alguna vez que el pez vive en el agua pero que no es consciente de ella. Nosotros vivimos en un mar de aire del que muchas veces tampoco somos conscientes. Los astronautas han fotografiado esa minúscula capa de pocos kilómetros de la atmósfera que nos permite respirar, en realidad una línea azulada en la inmensidad del cosmos. Una capa de aire limitada que ha sido respirada innumerables veces por la inmensidad de plantas y animales desde el inicio de la vida. Podríamos decir que cada bocanada de aire que respiramos tiene la impronta de toda la vida y, al final, el aire se convierte en una matriz que aúna a todos los seres, en un cordón umbilical que nos va nutriendo.
Es cierto, respiran nuestros pulmones y evidentemente nuestro cuerpo, pero a menudo nos olvidamos de que también respira nuestra alma. Lo que es el oxígeno para el cuerpo, es armonía para nuestra mente luminosa. La mente se centra y el alma busca un vuelo para abrazar la totalidad. Todos sabemos que por muy largas que sean las alas del pájaro, necesita aire bajo ellas para poder batirlas. El alma, como proceso íntimo, se apoya en la respiración, se inspira en ella, se deja flotar y se vacía de tanto y tanto dato anecdótico que acumulamos en el vivir. Por supuesto, se trata de dejarse respirar.
Julián Peragón Arjuna, formador de profesores, dirige la escuela Yoga Síntesis en Barcelona. Es autor del libro Meditación Síntesis (Ed. Acanto).
Este artículo fue publicado en 2017 y se basaba en el libro La Síntesis del Yoga. Los 8 pasos de la práctica. Editorial Acanto.