Este estado de confinamiento por el coronavirus ha suspendido las clases presenciales de yoga, y por otra parte ha dejado como casi única alternativa las clases online, que han experimentado un desarrollo exponencial… Veamos sus luces y sombras. Escribe Joaquín G. Weil.
@insayoga
Hace unos días nos desayunamos con la noticia de que la venta online de materiales de yoga había experimentado un crecimiento del 500%. Pensé: “¡Ala!, qué exagerados”. Si bien puse un mensajillo a Lourdes y Rafa de mbzen.com y me confirmaron que, en efecto, habían agotado las existencias y estaban en el proceso de reponerlas. Claro –me dije– con el Tiger y el Decathlon cerrados, en algún lado tendrá el personal que comprar esterillas… En cualquier caso, era un claro indicio de que la gente se estaba crujiendo los pellejos practicando yoga online.
Días antes había leído el artículo de Jose María de Loma en La Opinión de Málaga, titulado Yoga para un torpe, donde la práctica del yoga asomaba como un elemento cotidiano y hasta consabido dentro de las rutinas que nos hemos ido creando durante el confinamiento. Ay, extraño ser, el humano, que hasta de lo extraordinario es capaz de hacer una rutina.
Ha sido un boom donde se ha juntado el hambre con las ganas de comer: la sed por el movimiento físico y el relajo por parte de una ansiosa y obligadamente sedentaria población confinada, junto con el hecho de que la única opción alimenticia para los profesores de yoga, que alcance ahora mismo a imaginar, son las clases online.
Es un asunto, entre otros referidos al yoga en relación con esta situación de pandemia y confinamiento, que abordé, siquiera someramente, en conversación de Instagram Direct (subida luego a YouTube) con Noelia Insa de @insayoga, y en entrevista telefónica con María Alonso de la Agencia EFE publicada en La Vanguardia de Barcelona y en Málaga Hoy: Durante la cuarentena ha aumentado el interés por esta práctica, que sirve para gestionar las emociones y aceptar los cambios provocados por el Covid-19
Luces y sombras
Las luces: pues que una gran parte de la población ha conocido algunas formas de práctica de yoga por vez primera en su vida. Esos vídeos de YouTube, de Instagram o de Zoom les abrieron una ventana a una actividad de la cual antes no tenían ninguna imagen mental o, a lo más, un vago tópico. También que practicantes previos y habituales de yoga han podido mantener su práctica y su contacto con los profes de su elección. Y, por último, que algunos profes de yoga han tenido algunos ingresos, por magros que sean.
Las sombras: Bueno, no vamos a pedir que todos nos convirtamos en Ramana Maharshi o Nisargadatta Maharaj o cualquier otro maestro de la no dualidad, si bien, por favor, el mundo no se divide necesariamente a cuchillo en dos opciones excluyentes. Es obvio que la alternativa de clases online gratuitas y las de pago no sólo pueden coexistir, sino que todo apunta a que son ambas perfectamente compatibles o incluso aconsejablemente complementarias, como ocurre con otras actividades y ofertas online, como las propias noticias en las webs de la prensa generalista, donde la opción gratuita sirve de llamada sobre la de pago.
Ahora bien, como le decía a Noelia Insa, hay que notar que, sacando la calculadora, es evidente que la opción online tiene una clara repercusión numérica. Y es que, si un profe en modo presencial sirve a entre 5 y 20 personas habitualmente, online sirve a ilimitadas personas. ¿Qué significa esto? Pues que, por una parte, hay una sobreabundancia de oferta (o falso efecto saturación) y, por otra, pocos pueden servir a más. Lo online global, por un lado, y lo local, por otro, siempre han tenido una difícil relación que sólo pueden superar los oligopolios tecnológicos a través de la ubicación o localización espacial de tu dispositivo móvil o tu ordenador personal (por eso, entre otras cosas, te la piden casi con cada aplicación).
Por otra parte, lo cual es uno de los principios del juego de azar, la banca siempre gana. En este caso la banca son los oligopolios tecnológicos, que de todas estas cuestiones extraen su no pequeña regalía. Y mientras que en las clases presenciales hay una alimentación de la economía local, inversión inmobiliaria fundamentalmente y otros productos y servicios, por su parte, en la economía online habrá un flujo monetario hacia los oligopolios de California.
Olvidémonos de que las redes sociales son gratis. Como reza la máxima de las tecnologías informáticas: cuando el producto es gratuito, entonces el producto eres tú.
El soma de los likes y otras trampas
Que los oligopolios tecnológicos se van a llevar siempre parte, tal vez la mejor parte, lo vemos en la prensa. Finalmente el gran bocado publicitario no va hacia tu querido diario local y sus entrañables periodistas, sino a California y sus bien retribuidos ingenieros.
Ahora bien, ¿qué significa esto en concreto en el mundo del yoga? Voy a poner un ejemplo de otro área. Siempre que he acudido a algún organismo público de “orientación para emprendedores”, me ha sorprendido que básica y esencialmente sobre lo que te instruyen es acerca de cómo pagar impuestos y todo tipo de contribuciones. Claro, de otro modo, ¿por qué iba la administración (que vive de nuestros impuestos) a orientar a algún emprendedor? (Disculpen mi libertarismo).
Pues siempre he tenido una sensación parecida respecto al famoso marketing (mercadotecnia) online: tienes que ser un usuario obediente de redes sociales para obtener, a cambio, la magra zanahoria de una cierta visibilidad en las redes, que te permita una difusión y, por ende, de modo directo o indirecto, unos someros ingresos alimenticios. Es decir: poner tus “@” (menciones), tus “#”, publicar eventos, poner las fotos y los vídeos así o andando, ser sarcástico en twitter, polémico en fb, sexy en instagram, y, en fin, bailar al son que dichos oligopolios tocan.
Ahora bien, ¿qué interés tienen los oligopolios en quererte dócil a sus (aparentemente) caprichosos dictados? No es por mero capricho, ni moda, ni por afán de poder (creo). Sino que tales usos y maneras que nos exigen los oligopolios (para abrirte un poco la espita de la visibilidad) son exactamente los más beneficiosos para sus afanes empresariales. Es decir: aumentan su “tráfico” y generan más ingresos publicitarios. Creo que no estoy diciendo nada raro, incomprensible o peregrino.
Desde bien joven, y por instinto, sé que tales «obediencias» son, a fin de cuentas, un adocenamiento peligroso para la propia supervivencia (no como persona, pero sí como artista, yogui, buscador/a o lo que en realidad tú quieras ser). Si no quieres ser nada en particular, sino ganar tu dinerillo, pues entonces adelante, no tienes nada que perder. Esto es como Brave New World de Huxley: en resumidas cuentas, si eres un siervo (o sierva) dócil, obtendrás el ansiado soma (droguilla) de los likes, followers y shares.
Recordemos la frase de McLuhan: El medio es el mensaje. Finalmente, Instagram no te ayudará nunca a difundir tu yoga, sino tu instagram-yoga; Facebook no te asistirá en dar a conocer tu yoga sino tu fb-yoga; YouTube sólo tu youtube-yoga, etc, si es que hay algún “etc”, tal vez ahora Zoom, y para de contar. Los oligopolios en la actualidad son básicamente dos: Google y Facebook, y sus empresas subsidiarias, con la extensión tal vez de Amazon para comercio relativo o merchandising, y ahora Zoom y tal vez Skype (de Microsoft) como plataformas de seminarios y clases online. Y punto (ni siquiera Twitter apenas). Porque el modelo de negocio de todos estos oligopolios consiste básicamente canalizar y vender publicidad online (soportada por los contenidos de los usuarios) y en comercializar los datos de los usuarios. Es decir, no es que nos presten gratis un medio tecnológico, sino que nosotros les damos a cambio (y en verdad regalado) nuestros contenidos (mediante los cuales tienen público al que suministrar su publicidad), y a cambio también de nuestros datos (que ellos venden a terceros o comercializan de modo directo).
¿Qué se puede hacer?
Considero que he sido suficientemente claro. Con todo habrá alguien, tal vez, que, tras leer todo lo dicho, piense: ¿Y esto es buen o malo? O ¿Y con esto qué puedo hacer yo?
Pues responderé brevemente: el enlace a este mismo artículo lo voy a compartir en mis redes sociales. Por favor, da like y comparte. En otras palabras: como hemos dicho, son oligopolios (de la comunicación). Si se realiza una actividad empresarial o se trabaja por cuenta propia, no se puede prescindir de ellos, so pena de caer en la marginalidad, del mismo modo que nuestros antepasados no podían prescindir de teléfono, radio y prensa; o nuestros ancestros de la escritura. Las personas que dicen no usarlos, en realidad ocurre que otras personas o entidades les hacen el servicio. Es decir, su referencia está incluida en los directorios o canales de empresas, asociaciones, etc. que sí realizan estas tareas de comunicación. Lo cual, como decía Zulema de @igersyoga, también en conversación de Instagram Direct con Noelia Insa, no quita que ellos mismos lo hagan. Igual que tenemos un teléfono personal, además de lo cual hay una centralita de empresa, por establecer una comparanza.
No todo es un sí o un no, luz o sombras, un 0 ó un 1.
He tratado en este artículo de traer un poco de consciencia al asunto de las circunstancias actuales de la comunicación para, hagamos lo que hagamos, operar con una mayor perspectiva y conocimiento. Y recuerda que tu mejor opción, en este mar revuelto, siempre será tu propia creatividad personal y tu valentía para la innovación.
Joaquín G Weil
Instagram y Twitter @yogamalaga / Fb: Yoga Sala Malaga / @yogasala.malaga