Roberto Rodríguez Nogueira expone (en tres partes que iremos publicando) su respuesta y sus objeciones al artículo de Joaquín G. Weil titulado “El Yoga y la espiritualidad prohibida”: https://www.yogaenred.com/2019/12/30/el-yoga-y-la-espiritualidad-prohibida/
Mi intención es mostrar bien a las claras las incongruencias de un artículo que presenta el yoga, como profesión relacionada con la enseñanza, de la peor manera posible: como una superstición confusa con una visión demasiado elevada de sí misma.
Soy profesor de yoga desde hace cerca de 30 años, ateo, materialista y filósofo aficionado. Gravito en la órbita del materialismo filosófico de Gustavo Bueno, sistema del que soy un atentísimo ignorante pero que me ha atrapado en su gravedad destructora de ilusiones y vanidades.
He leído los textos históricos del yoga como es de rigor en el oficio, y suscribo la evidencia de que pertenecen a las distintas épocas en las que fueron escritos, encajando en el ámbito de las sociedades que los produjeron. Hoy pueden considerarse útiles para la historia, la filología, la lingüística comparada, la religión, la literatura, la antropología, o la filosofía. También sostengo la evidencia de que, como cualquier otro texto histórico, son inútiles (y hasta tóxicos) si se pretende sobreescribir con ellos nuestro contexto social y personal buscando un discurso y, en él, un criterio sensato y útil para entender nuestro presente. Hacer eso creará una enorme confusión que raya en el fanatismo dogmático. A mi juicio pasa lo mismo con el Corán o con la Biblia. Y lo mismo pasará a quien use, lleno de fe, el manual del fabricante de un teléfono fijo de 1975 para reparar un smartphone.
No es mi objetivo aquí desmontar la metafísica del yoga con argumentos materialistas. Quede claro que hoy no voy por ahí. Ese es otro debate, de más lustre y alcance, que la comunidad yóguica debería encarar urgentemente y con una seriedad y una crítica que no veo. Sería interesante precisar los lugares que ocupa y puede ocupar (y los que no) la enseñanza del yoga en la sociedad, y los beneficios que aporta y puede aportar (y los que no) a sus practicantes. Porque según una de sus luminarias, Joaquín G. Weil, martillo de herejes y censor de filósofos y científicos, su lugar es el trono de la Revelación.
Objeciones a «El yoga y la espiritualidad prohibida»
Aquí sólo pretendo demostrar, con mis humildes medios de aficionado (y seguramente cometiendo errores de bulto que me encantará reconocer cuando me los muestren), que el artículo citado aleja de la práctica del yoga a muchas personas que podrían beneficiarse de ella, nos presenta como integristas a todos los que practicamos y enseñamos esta disciplina y atrae personas confusas a las que confundirá más.
En el citado artículo, el autor expone en poco más de mil palabras:
–Que el yoga cura el ateísmo.
–Que los pilares fundamentales de “las ideologías antiespiritualistas en Occidente” (donde calza a Nietzsche y a Freud, él sabrá por qué) no le aguantan a él dos tortas bien dadas: tritura el marxismo y el positivismo en cuatro frases diagnosticándolos como religiones tóxicas encubiertas que nunca se libraron de Dios y la espiritualidad porque es imposible.
En el artículo no se nos explica de qué Dios Único se está hablando. Dice: “Si hay algo claro al respecto es que Dios es ante todo un amor y una luz de poder, fuerza y alcance inconcebible desde nuestra humilde escala humana”. Este desvelamiento sapiencial de la divinidad agruparía cómodamente en el mismo bando a un talibán, a un rabino y a un obispo católico, y no porque nos presente una verdad trascendente, sino porque no dice nada.
–Se afirma que “el racionalismo materialista se da de bruces contra la realidad sensorial, consciencial, sensitiva, intuitiva y sentimental. Es una realidad vital para la persona, que evidentemente no cabe dentro de los conceptos científicos, y es precisamente con lo que trabaja el yoga.”
¿Qué se está diciendo? ¿Qué diferencia la “realidad sensorial” de la “sensitiva”? Además, ¿existe eso? ¿Qué es la “realidad consciencial?”. Para la RAE, “consciencial” no es en realidad una palabra… ¿Qué es la “realidad vital? ¿Hay realidad sin vida?
Y de paso, ¿qué son «la persona”, “la ciencia” y “el yoga”? Puesto que la «ciencia” -sea lo que sea, y por cierto no es porque tampoco existe: hay ciencias, no ciencia- nunca coexistió con el yoga, ¿son comparables ambos, “la ciencia” y “el yoga” separados en tiempos, lugares y culturas radicalmente diferentes? ¿Y “persona”? Persona es un concepto que nace con el cristianismo para poder hablar de la naturaleza humana y divina de Cristo. Y “persona” es diferente en función de la perspectiva desde la que se aborde: histórica, filosófica, psicológica, sociológica, moral, ética, jurídica…
¿De qué estamos hablando?
En cualquier caso, el racionalismo materialista sí explica aquello de lo que el señor Weil cree estar hablando. Precisamente para explicar la materia de todas esas cosas (el cosmos, el hombre, Dios) nace la filosofía, en Grecia, hace dos mil quinientos años con Platón (más antigua que el Yoga de Patanjali); y es la tradición de crítica y estudio de las ideas más amplia, seria, rigurosa, longeva, influyente y fértil de la humanidad (en realidad, la única), y no menos en España, donde se lleva enseñando en las universidades, sin pausa, cerca de mil años. El autor del artículo debería leer a Platón y a Aristóteles (y a Gustavo Bueno y a sus discípulos), sólidos fundamentadores del “antiespiritualismo” o “racionalismo materialista” como él llama a la filosofía materialista, a la que también se refiere con el confuso concepto de “ideologías antiespiritualistas”.
–Confunde el sr. Weil el fundamentalismo científico actual con el “racionalismo materialista”, que a su vez confunde, como se ha dicho, con la filosofía materialista, que es lo que cree que hacen los científicos (materialistas, supone él) cuando filosofan.
Pues no. La filosofía es cosa de los filósofos. Los de oficio, no los aficionados. Las ciencias son cosas de científicos de oficio, no de aficionados. Y cuando los científicos intentan filosofar, salvo notables excepciones (y ni Penrose ni Einstein, citados en el artículo, son notables excepciones filosóficas), reinventan la pólvora (“espiritualista”, con esto Weil quiere decir “idealista”). Y es que los grandes científicos no han dedicado su vida profesional a estudiar filosofía e historia de la filosofía en profundidad de forma sistemática, sino a estudiar y hacer cosas de ciencias, que es su oficio, de forma sistemática.
Las filosofías idealistas de Einstein (“Dios no juega a los dados”, a la que por cierto Bohr respondió: “Deje usted de decir a Dios lo que tiene que hacer”), la de Penrose (que Gustavo Bueno califica de presocrática) y la de tantos otros científicos devenidos filósofos, conducen al “fundamentalismo científico”, que es un interesantísimo tema que no cabe debatir aquí en este momento.
Este encadenamiento de contraposiciones y confusiones del autor del artículo entre “racionalismo agnóstico o ateo y cientifista”, “ciencia”, “antiespiritualismo”, “Dios”, “autoconocimiento”, “uno mismo”, “realidad sensorial, sensitiva, vital, consciencial”, etc., le permiten el delirio de incrustar el yoga como criterio de verdad para que a cualquiera se le pueda revelar, claramente, el único fundamento del todo: Dios. Por ello comienza el artículo: “Hay quien pretenda ser yogui siendo agnóstico o ateo, si bien lo que está claro es que el agnosticismo o el ateísmo se volatiliza a los primeros segundos de samadhi, como la gota de sudor de un corredor de fondo que, de la frente, cae al suelo caliente y seco en un verano caluroso”.
La espiritualidad inexistente prohibida
–De nuevo el artículo confunde (la pertinaz confusión se sustantiva al identificar a Dios con el abandono, por agotamiento, del pensamiento racional) al sostener que “ciencia y espiritualidad están reñidas”, cuando hoy se considera exactamente al contrario. Dice el autor citando a Avinash Chandra: “Hoy en día se puede hablar de cualquier cosa, sexo, drogas… lo que se quiera. Lo único que está realmente prohibido, depende en qué ámbitos, sobre todo en los ambientes y salones académicos y científicos, es la espiritualidad”. No es cierto. El “espiritualismo” o la “espiritualidad” lo llena todo. Ni ha muerto ni está prohibida en nuestra cultura: en realidad ha explotado como un gremlin al echarlo al agua.
Habla el artículo de una “espiritualidad prohibida” que sólo existe en la confusa mitología personal que sustenta la tesis del autor. Hoy la espiritualidad o, dicho de otro modo, el no tener que fundamentar materialmente de qué se está hablando porque las palabras son la realidad misma (el verbo se hace carne, la tesis central de los idealismos) goza de excelente salud; es más libre que nunca y lo confunde todo. El artículo es, precisamente, una brillante demostración de esa libertad del espíritu.
–Para fundamentar la ciencia como lo que es según el autor: la auténtica hija de la espiritualidad, cita a un químico, a un filósofo y a un biólogo para afirmar que “la inspiración espiritual, onírica, febril o extática está en el principio de muchas de las grandes teorías científicas contemporáneas”.
Por un lado, estos fenómenos no tienen nada de espirituales, puesto que los sueños, las fiebres y los éxtasis se explican perfectamente sin acudir a realidades inmateriales. Por otro, el hecho de que no se hable de esos tipos de inspiración como parte integral de los métodos para generar grandes teorías científicas o filosóficas no parece afectar las conclusiones del autor.
Muy al contrario, de lo que siempre se habla en las génesis de las teorías científicas o filosóficas es del ingente trabajo racional de generaciones (y escuelas) de científicos y filósofos que han acumulado durante siglos, en el contexto del desenvolvimiento histórico occidental, una masa creciente y crítica de conocimiento científico y filosófico. Los científicos y los filósofos no generan teorías ni sistemas porque se duerman y sueñen, algo que hace cualquiera, sino porque han soñado despiertos durante milllones de horas de duro trabajo racional sobre las materias de conocimiento heredadas de su tradición, algo que sólo hacen ellos.
Nadie está atacando ni acorralando a “la espiritualidad”, no es una cruzada en marcha ni hay dos bandos de defensores y atacantes. No fundamentar materialmente qué se dice porque Dios se dice a sí mismo es un peligro serio en una cultura donde nadie pierde el tiempo en pensar bien qué dice porque ya está muy ocupado diciéndolo.
El ateísmo es el resultado de un exigente trabajo filosófico incesante y de un desenvolvimiento histórico indispensable que facilita las herramientas que lo fundamentan. No es ateo quien quiere (muchos dicen serlo y sólo han cambiado el nombre del Dios que adoran) sino, con frecuencia, quien no se lo planteaba pero no puede negar la evidencia racional a la que le conduce la purga de la autocrítica a sus propios fundamentos.
Ser ateo es descubrir a Dios dentro, continuamente, en forma de idealizaciones abstractas, de dogmas que uno no ha sometido a una criba filosófica sistemática y, por tanto, usa sin conocer. Todos sobreescribimos la realidad con ese tipo de idealizaciones (y se nos alienta intensamente a ello). La filosofía ofrece complejas herramientas prácticas para despejarlas y comprender qué está sucediendo en realidad en la realidad, o al menos qué no lo está haciendo. Esto no es una tara que se cura meditando en samadhi. La simpleza de mente (y demente), por contra, sí lo es, pero se cura estudiando filosofía.
El yoga no es asunto de fe
–Termina el autor diciéndole a “la ciencia” cómo debe ser: “La ciencia ha de tener un carácter noble, ponderado y ético, sabedora de su ámbito y su limitación. Y uno de sus límites es precisamente el ámbito de lo espiritual, y el de los valores esenciales del ser humano, como son la libertad y la dignidad. Ahí no llega la ciencia; ahí comienza la humanidad o las humanidades. Es por pura lógica: pertenecen al ámbito de lo humano. El lugar de la ciencia no es colocarse sobre la humanidad, su espiritualidad y sus valores, sino evidentemente subordinarse a ellos”.
Pregunto: ¿qué es “noble” para “la ciencia”? ¿Algunos gases, tal vez? Repito: ¿qué es “la ciencia”? Porque no existe: no hay una teoría del todo (aunque los científicos idealistas monistas como Einstein y Penrose la buscan) que aglutine sus diferentes campos de estudio bajo un único punto de vista. Hay ciencias, y están perfectamente definidas, separadas, cada una en su campo cerrado. No hay límites entre “espíritu y ciencia” porque las ciencias estudian sus campos materiales con criterios materiales, con lo que para ellas el espíritu es irrelevante. De lo contrario estaríamos hablando, para la satisfacción del señor Weil, de religiones.
¿Qué es “libertad”, “dignidad”, “valores”, “humanidad”, “humanidades”, “pura lógica”, qué “espiritualidad” para el autor del manual de formación filosófica de profesores de yoga en España? Porque cada uno de esos términos tiene connotaciones diferentes en religión, donde se proyectan (ascendiendo o descendiendo) a lo intangible; o en filosofía, donde se busca su operatividad desde su origen etimológico en la materia y su evolución semántica en la historia; o en ética, o en derecho… En yoga, la mayoría ni existen o se sobreescriben hoy con significados arbitrarios.
El autor del artículo censura y desprecia ante su feligresía el valor de la filosofía y las ciencias, como han hecho y hacen los predicadores sectarios al denigrar cualquier intento de pensar de forma sistemática, bien fundamentada y racional, porque esas tonterías no aguantan dos tortas bien dadas de su samadhi.
Convertir al yoga, como enseñanza, como aprendizaje y como práctica, en un asunto de fe (fe en que yoga es lo que el autor del artículo dice que es yoga) es denigrarlo. Este desprecio por la razón alejará a quienes no pueden compartir la fe en la confusión del autor; alejará a quienes no pueden tener fe en sustancias no materiales porque no la necesitan; y alejará a quienes, lisa y llanamente, no pueden tener fe en una sustancia divina diferente a aquella a la que ellos ya rinden culto.
El desprecio por el conocimiento solo puede interesar a quienes, viviendo en la corteza virtual de la vida, no piensan lo que dicen, así que dicen lo que no piensan. Pero estos pronto aprenderán yoga con aplicaciones gratuitas en sus smartphones sin salir de la nación Android… Sin embargo, lo peor es el intento de atraer a gente confusa por su sufrimiento interno que está buscando un alivio y un criterio para fundamentar su posición ante lo que experimenta.
Roberto Rodríguez Nogueira, profesor de yoga.