En tiempos del pintor y explorador Roerich, todavía cabía imaginar el paraíso espiritual de Shambhala oculto en un valle perdido del Himalaya. Como todo mito o utopía, hoy nos sirve como faro o referencia para la evolución tanto de las sociedades como de las personas. Escribe Joaquín G. Weil.
Málaga es un lugar de la mente (entendida desde un punto de vista metafísico). Y a Málaga, en cuanto que realidad urbana, llega ahora la exposición del pintor místico ruso Roerich, dedicada al reino mítico de Shambhala, en cuya existencia geográfica o histórica hasta hace poco se creía.
Roerich y Shambhala tienen mucho que ver con el debate entorno a cómo debería ser una sociedad perfecta. Un debate absolutamente pertinente en estos tiempos de incertidumbre política tanto en España como en Europa y en el mundo todo. Por más que haya diversos planos y puntos de vista en cada persona, ante esta incertidumbre, la única respuesta posible desde la perspectiva del yoga es el encuentro sereno con la paz y la tranquilidad interior. El inhalar amplio y el exhalar profundo de la meditación.
¿Quién fue Roerich y qué es Shambhala?
Roerich (pronunciado “Rerijk”) fue un artista, explorador y promotor político-cultural de la primera mitad del siglo XX. Veremos en este artículo el nexo místico entre estas sus tres actividades principales. Una de sus mayores aportaciones a nivel histórico fue el pacto internacional que lleva su nombre, “Tratado sobre la Protección de Instituciones Artísticas y Científicas y Monumentos Históricos” que, iniciado a principio del siglo XX, fue progresivamente sumando adhesiones y tomando forma hasta dar lugar al Pacto Roerich en sí mismo, firmado por decenas de países, y que, con posterioridad, fue inspirando o motivando diversos acuerdos y tratados como el del 14 de mayo 1954 de la ONU y la UNESCO en la Conferencia de La Haya que aceptan la «Convención para la protección de los valores culturales en el caso de los conflictos armados». Su idea, bastante coherente, consistía en marcar los lugares dignos de protección con una bandera blanca, diseñada por él mismo con una circunferencia protectora donde se contenían tres círculos que representaban tres llamémosles “tesoros”: ciencia, arte y espiritualidad.
Además de esta importante iniciativa del Pacto Roerich, que hoy en día recibe un consenso casi unánime (quitando grupos terroristas de carácter fanático extremo), como pintor cuenta con museos dedicados a su obra en Nueva York, Moscú y Kulu (India). Fuera de estas tres ciudades y sus respectivos países, se trata de un artista a descubrir.
El explorador
En cuanto que explorador, Roerich es conocido por sus esforzadas y arriesgadas expediciones en algunos países del Asia Central, como Kazajistán o Mongolia. Literalmente colocó estas desérticas regiones en el mapa cultural: los montes Atai, los lamasterios de Kalmukia o las ciudades y reinos en las estribaciones de los Himalayas, donde finalmente fijó su residencia (en Kulu) hasta su muerte en 1947.
Sus expediciones están rodeadas de misterios e intrigas, a caballo entre las aventuras de una novela de espías y los iniciáticos viajes exteriores/interiores de (auto) descubrimiento. Todavía se debate si Nicolai y su mujer Helena Roerich (así como el resto del equipo expedicionario) creían en la existencia real de Shambhala y estaban buscando su ubicación geográfica, o si la exploración se limitaba a lo científico, antropológico y folclórico.
Pensemos que estamos aproximadamente en la época de los legendarios viajes iniciáticos por el Asia Central de Alexandra David Neel y George Gurdjieff. Época precedida por los no menos iniciáticos libros y viajes de Helena Blavatsky, a la que Helena Roerich tradujo y que tanta influencia tuvo sobre los subsecuentes movimientos místicos de, sobre todo, Rusia y también Europa y Asia. Se trataba de una atmósfera de misterio que rodeaba las llanuras, los desiertos y cordilleras de Asia Central donde se considera que muchos portentos son posibles: el encuentro de maestros de sabiduría, los poderes sobrenaturales, la eterna juventud y… la existencia de una sociedad perfecta en un reino paradisíaco.
El descubrimiento interior
Es el tiempo de Horizontes Perdidos (1933), novela de James Hilton, que históricamente fue el primer gran libro de bolsillo superventas. En el se narraba el descubrimiento fortuito de Sangri-la (Shambhala). Este reeditado mito del reino utópico o la sociedad perfecta tuvo un gran atractivo para todos los públicos. Además de ser traducida a decenas de idiomas y vender miles de ejemplares, sirvió de base para dos adaptaciones cinematográficas: la primera en 1937, dirigida por Frank Capra, y la segunda en 1973, dirigida por Charles Jarrott.
En la actualidad, en tiempos de los drones y los satélites GPS, ya es imposible fantasear con la idea de que un reino maravilloso y utópico esté tras un desfiladero, o al otro lado de la vertiente de una montaña. Si bien, todavía, claro está, podemos centrarnos en otros aspectos digamos más genuinos del mito de Shambhala: su significado simbólico, artístico y de descubrimiento interior.
Hoy en día lo podemos concebir como ese gran Eldorado del espíritu, que en tiempos de Roerich todavía cabía imaginar se escondía en un valle perdido. Como todo mito o utopía, bien la consideremos literalmente como tal y no como una posibilidad histórica o geográfica, nos sirve como faro o referencia para la evolución tanto de las sociedades como de las personas.
Allá en esas alturas de los Himalayas y la cordillera Altai, Roerich plantó su caballete, pintó sus lienzos, que ahora viajan al Museo Ruso de Málaga, tratando tal vez de rastrear la existencia real del reino perfecto de Shambhala, o como inspiración para descubrir dentro de sí las esencias de un desarrollo humano y social óptimo. Ya sabemos, lo saben, por ejemplo, los miles o millones de personas que han peregrinado a Santiago, que la peregrinación no consiste tanto en alcanzar la meta como en la experiencia y la vivencia del camino.
La búsqueda de Shambhala tal vez constituyó en sí misma el hallazgo. Un hallazgo basado en la convicción de que sólo a través de la desarrollo de la atención y la conciencia plena aplicada a cada asunto relevante es posible la evolución humana en cuanto que individuos y en cuanto sociedades. Por eso Roerich promovió su mencionado pacto para la protección de los grandes tesoros de la humanidad: espiritualidad, ciencia y cultura, simbolizados en su ya mencionada bandera de la paz.
En sí mismo, es un gran logro y hallazgo, hacer valer la idea y la consciencia de que precisamente en tiempos de guerra, cuando tantas vidas humanas son destruidas, es crucial salvaguardar el patrimonio científico, cultural y artístico de la humanidad, es un último bastión y principio de paz y de evolución para las personas y las sociedades.
Helena y Nicolai Roerich también, a su modo se interesaron por el yoga, otro de los grandes ejes de sus vidas. Por estas razones, con motivo de la exposición En busca de Shambhala en la Colección del Museo Ruso de Málaga, allí mismo, ante estos valiosos cuadros que vieron y retrataron las cumbres y los templos de los Himalayas y montes Altai, en pos de un sociedad perfecta (de existencia mítica o geográfica) en las silenciosas y espaciosas salas museísticas, una vez cerradas para las visitas, se están realizando ciclos de entrenamiento de la conciencia a través del yoga y meditación denominados: Shambhala, el poder de la atención, con la convicción de que el enfoque de la consciencia es un factor básico para la mejora del día a día de cada persona y también para la paz, la convivencia y la prosperidad ciudadana.
Agradecemos a la Colección del Museo Ruso y al Ayuntamiento de Málaga la irrepetible ocasión que nos brinda.
La conclusión lógica de todo esto consiste en comprender que la evolución de una sociedad se realiza precisamente en la consciencia de sus ciudadanos. Este es el sentido profundo del mito de Shambhala, donde lo interior y lo exterior, lo imaginado y lo real se aúnan en cada persona.
Joaquín G Weil. Autor de Dominio de las Técnicas Específicas de Yoga
Exposición temporal Nikolái Roerich. En busca de Shambhala 27/09/2019 — 01/03/2020
Colección del Museo Ruso, San Petersburgo / Málaga
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