La distracción e inquietud que genera la mente dificultan una visión que pueda llevarnos a neutralizarla. De igual manera, los hábitos caóticos surgidos de dicha actividad mental hacen que, incluso practicando el yoga y la meditación, sea complicado permanecer en el camino que nos conduzca a un estado de progreso y profundización del autoconocimiento y el crecimiento espiritual. Escribe Pablo Rego.
Venimos de donde venimos. Es inevitable estar imbuidos de las costumbres o hábitos de una cultura que valora el movimiento, que incita a poner la energía fuera, que basa su desarrollo en la producción masiva de lo que sea y en un consumo indiscriminado que en muchas ocasiones se vuelve irracional.
Como individuos de esta sociedad de consumo –y dando por sentado que alguien que ha decidido practicar yoga es bastante consciente de lo nocivo que este estilo de vida puede resultar– muchos practicantes ponen esta disciplina en el mismo nivel de importancia que cualquiera otra actividad disponible para ocupar el tiempo “ocioso”, para entretenerse o evitar el aburrimiento.
La influencia de la cultura de la inquietud
Acercarse al yoga como “consumidores”, tomando todo el entorno de esta disciplina como una oferta más y con la expectativa de aquietarse y soltar la inercia de seguir consumiendo, puede llevarnos a saltar de una clase a otra, combinando yoga con otras actividades sin distinción de cuáles son los efectos que provocan en el Ser cada una de las prácticas realizadas.
De la misma forma, aun habiendo decidido que el estilo, el lugar o el profesor o profesora de yoga son los adecuados para sí y asumiendo la propuesta de quedarse en la práctica para profundizar en sus experiencias y conocimientos para los que el tiempo es fundamental, luego de un tiempo comienza la idea de experimentar y cambiar algo, manifestándose parte de ese hábito de consumir y saltar de una cosa a la otra.
Uno de los hábitos que es fundamental cambiar, entonces, es el de creer que la respuesta está en lo que no se hace, en lo que no se tiene, en lo que no se es. Comenzar a practicar yoga, quedarse, aprender, darse el tiempo para que todos esos impulsos vayan transformándose en paciencia, contemplación y autocomprensión, es una oportunidad para crear una referencia de quietud, un mojón o hito al que regresar siempre para continuar transitando el camino que nos pueda conducir a trascender la mente y el poder que esta tiene sobre todo el Ser.
El valor de la “regularidad”
Desde el punto de vista de la ciencia médica Ayurveda -medicina originada en India con más de cinco mil años de antigüedad y hermana del Yoga-, la “regularidad” es un camino a utilizar para estabilizar ciertos trastornos.
En Ayurveda, el movimiento es identificado con dos de los cinco elementos en lo que se basa su teoría del equilibrio. Estos elementos son el Aire y el Éter (que se suman al Agua, el Fuego y la Tierra para alcanzar los cinco elementos de los que está formado el Universo).
El desequilibrio creado por el exceso de Aire y Éter (Vata Dosha) en el cuerpo, manifestándose por sus características como la liviandad, la sequedad, el movimiento, la dispersión o la inquietud mental se compensan con regularidad. Comer a horario y realizar todas las comidas o dormir una cantidad mínima de horas y tratar de hacerlo siempre a las mismas horas son recomendaciones básicas para regularizar los hábitos del metabolismo que pueden observarse en trastornos físicos como problemas de tránsito intestinal, insomnio o preocupación permanente entre muchos otros.
Esos elementos suelen estar fuera de control en gran parte de las personas, producto del caos en el que se vive en las comunidades modernas. Caos que no es casual y en el que de una u otra manera todos estamos inmersos cuando nos conectamos demasiado con las pautas marcadas por la sociedad de producción y consumo.
La regularidad es un elemento que siempre nos va a ayudar a permanecer en un estado más consciente, ya que si estamos habituados a ella, cuando advirtamos que vamos a perder ese factor de equilibrio podremos reaccionar corrigiendo aquello que nos aleja de nuestro centro.
La oferta y la demanda de yoga
Cuando tomamos como un elemento importante la regularidad [como también pueden serlo en Ayurveda la moderación para controlar Pitta Dosha (Agua + Fuego) o la activación para estabilizar Kapha Dosha (Agua + Tierra)] es importante tenerlo en cuenta tanto cumpliendo el rol del aprendiz como el del facilitador, guía, instructor o profesor de Yoga.
Como seres humanos todos estamos expuestos a los factores condicionantes de la cultura en la que vivimos. Por lo tanto es importante que tanto quien ocupe el rol de organizar y dar clases de yoga como quien esté en el lugar del alumno asuma la importancia de cumplir con un programa regular de práctica para conseguir resultados positivos.
Organizar unas clases regulares de yoga, sostenerlas y estar disponibles para que los asistentes puedan practicar y realizar su camino de autoconocimiento lleva mucha energía. El amor y la profunda convicción de que yoga es una disciplina maravillosamente transformadora está presente (o debe estarlo) en el universo filosófico y espiritual que rodea a la mayoría de los dadores de Yoga, pero, de todas formas, se pone una gran cantidad de energía real en la formación dentro de la disciplina y en la organización y sostenimiento de las clases que se dan.
Si no hay una propuesta de constancia que sea una referencia para el aprendiz, difícilmente pueda haber luego por parte del alumnado un compromiso con las clases. Pero una vez que existe ese lugar al que ir a practicar Yoga siempre, es fundamental que el practicante tome como prioritario el factor de la permanencia y la profundización para alcanzar niveles reales de cambio y autoconocimiento.
El camino del progreso y trascendencia de las reglas de la oferta y la demanda del mundo de producción y consumo del que yoga debería estar exento (o por lo menos alejado o en un estado de protección) nos puede conducir a tomar la práctica de actividades de crecimiento personal como una oportunidad para valorar cada acto de quienes proponen la creación y el sostenimiento de espacios para que se practiquen esas disciplinas entre nosotros.
Conectar con los demás de una manera profunda nos puede ayudar a tomar consciencia de que detrás de cada acto hay un ser humano como nosotros. Intentar dedicar un tiempo y algo de atención a las personas que dedican sus energías vitales a crear espacios en los que transformar nuestros estados internos y la propia consciencia, pueden llevarnos a, por ejemplo, dejar de saltar de un lado a otro como consumidores para valorar la existencia de los lugares reales que puedan abrirnos las puertas a lo que realmente necesitamos para vivir en un estado más equilibrado, saludable y consciente en medio del mundo contemporáneo.
Pablo Rego. Profesor de Yoga. Terapeuta holístico. Diplomado en Medicina Ayurveda