Ha dejado sembradas las semillas del trabajo bien hecho, de la honestidad y la responsabilidad en muchos profesores que hemos pasado por sus cursos. Miguel Fraile nos deja, entre otras cosas, la responsabilidad de hacernos mayores en una profesión que parece no saber muy bien cómo madurar en la sociedad del futuro. Escribe José Manuel Vázquez.
Los primeros libros que leí con vocación divulgativa de la ciencia que se esconde tras el yoga fueron los del belga André Van Lysebeth. Explorando en esa dirección me encontré en 1996 con el yoga terapéutico de Miguel Fraile. Por entonces, su punto de vista era novedoso y muy interesante. Relacionaba el yoga con su práctica budista y con su formación como médico y psicoanalista. Utilizaba sus conocimientos como herramientas terapéuticas al servicio de la salud integral del individuo. La meditación, como técnica de introspección, era parte fundamental de su trabajo.
La primera vez que entré en su estudio de la calle Goya yo tenía 25 años. Era un espacio poco iluminado y aislado de la agitación del centro de Madrid. Iba muy bien con mi carácter reservado y poco social de entonces. Desde la primera sesión me acostumbré a ponerme al fondo de la clase. Desde esa posición privilegiada podía ver cómo cada persona, incluido yo mismo, establecía su propio diálogo con las posturas. Miguel Fraile, con su particular forma de dar las clases, concedía espacio al alumno para equivocarse y aprender, sin la presión de hacerlo bien o satisfacer las expectativas del “maestro”.
También recuerdo claramente la sensación de “sereno vigor” , como él decía, con la que salía de su clases. Me sentía en calma y a la vez con energía. Caminaba de regreso a casa sin saber muy bien cómo el yoga que practicaba en su estudio podía tener ese efecto de ingravidez sobre mí; sobre todo porque era muy diferente del que yo estaba acostumbrado a practicar. Decidí formarme con él. Fue una buena decisión; muchas de sus frases y comentarios me han seguido largo tiempo y no cobraron pleno significado para mí sino muchos años después.
Agradecimiento
Era un lunes, hace poco más de un mes, cuando un conocido común me dijo que Miguel Fraile acababa de fallecer ese mismo fin de semana. Me pilló tan de sorpresa que reaccioné con incredulidad, como si no se me hubiera ocurrido nunca esa posibilidad. Salí a la calle y de forma un poco automática cogí un autobús y me senté. Mientras miraba sin ver a la gente que se movía por las aceras empecé a sentir el vacío que dejaba su persona. Se apropió de mí una especie de orfandad no reconocida. Su ausencia empezó a cobrar la forma de los fragmentos de tiempo que la memoria rescataba. Mis ojos se humedecieron y una mezcla de emociones empezó a dar paso a un sentimiento nuevo de agradecimiento. No vi venir este proceso: no estaba preparado para una despedida tan a desmano, pero caí en la cuenta de que éramos muchos los que teníamos una deuda contraída con él. Decidí en ese momento que quería escribir el presente texto de agradecimiento.
Una parte suya se ha ido, pero otra no. Miguel Fraile ha dejado sembradas las semillas del trabajo bien hecho, de la honestidad y la responsabilidad en muchos profesores que hemos pasado por sus cursos. Nos deja, entre otras cosas, la responsabilidad de hacernos mayores en una profesión que parece no saber muy bien cómo madurar en la sociedad del futuro. Nos invita a perseverar en el camino propio, aunque a veces sea a tientas y no sea fácil. Nos recuerda también que hay que cuidar la relación docente por encima de nuestras pequeñas miserias humanas; y por supuesto, nos deja algunos libros que son la síntesis de su trabajo y su pensamiento a lo largo de todos estos años. Considero que sus textos son referencia obligada para los estudiantes actuales de yoga; se dice que cada vez se lee menos, pero estos libros no pueden caer en el olvido y su enseñanza tampoco.
De lo que yo recuerde, fue un profesor que siempre se mantuvo firme en sus convicciones pero nunca se hizo notar más de la cuenta, ni tampoco impuso su punto de vista con violencia. Mi imaginación quiere dibujar su figura como la del centauro herido Quirón: un gran educador que vivía en una cueva en las montañas y que fue mentor de algunos de los héroes más importantes de la mitología griega. Esta imagen se me antoja perfecta para describir su labor formativa.
Con los años mi forma de aplicar las técnicas concretas del yoga en el ámbito terapéutico ha ido desarrollándose en una dirección diferente a la suya, pero sin embargo me sigo sintiendo afín al pensamiento que subyace y sostiene su trabajo. Por mi parte, he ido explorando las posibilidades del yoga adaptado hasta llegar a un yoga que cobra todo su significado en el individuo y que es lo que para mí da sentido a mi profesión.
Pilar del yoga terapéutico
Aunque durante estos años no he mantenido una relación personal con él y posiblemente no soy la persona más indicada para decir esto, me parece importante que valoraremos, agradezcamos y celebremos la vida y obra de uno de los profesores de yoga más singulares que hemos tenido en este país. Es innegable que ha sido un pilar fundamental en la implantación y desarrollo del yoga terapéutico en España.
Me queda la sensación de que es el turno de los que nos quedamos en este lado de la vida; de que ahora nos toca a nosotros dignificar al yoga y decidir en que dirección queremos que el yoga se desarrolle y crezca en nuestra cultura. Todos los que nos dedicamos de una forma u otra a esta disciplina, somos responsables de la forma en la que el yoga llega a las personas. Siempre digo que el yoga tiene su propia forma de hacer conocimiento y que no necesita convertirse ni en una actividad de “fitness”, ni repetir los esquemas de una religión para ser comprendida, respetada y asimilada por las mentes occidentales. Aunque a veces nos equivoquemos o no creamos estar a la altura de nuestros mayores, ni de las circunstancias, no creo que tengamos otra opción. Hemos de estar, estudiar, reflexionar, trabajar y compartir el resultado de nuestros esfuerzos. En parte, éste es el ejemplo que nos ha dejado Miguel Fraile.
Gracias Miguel, gracias por tanto esfuerzo.
José Manuel Vázquez preside la Asociación Shiva-Shakti de Yoga Integral. Es profesor y formador de profesores certificado por la Yoga Alliance. Experto universitario en yoga terapéutico por el CEU y European Yoga Alliance. Miembro de la International Association of Yoga Therapists, de la Asociación Española de Practicantes de Yoga y de la Asociación Profesional de Profesores de Yoga de Madrid.
Desde 2001 dirige su propia escuela de yoga, Yoga Orgánico, donde investiga una enseñanza integral y orgánica del yoga y desde el 2010 dirige una formación de profesores basada en estos principios.
Es autor de Los valores terapéuticos del yoga y de Manual de yoga para occidentales (ambos en Alianza Editorial)