La pálida luz del sol otoñal brillaba y traspasaba las ventanas del ashram en el Himalaya, ese lugar donde impera el silencio. Allí, junto a mi ventana que da a un camino vertiginoso e infinito hacia la montaña, decidí que era el lugar para aprender de lo antiguo y de lo nuevo, es decir, del Yoga y del “yoga ásana”. Y allí las preguntas brotaron como flores en primavera, una detrás de otra: ¿Qué significado tienen las posturas que se me enseñan? Escribe Mayte Aguado (Maheshwari).
¿Por qué son idénticas a las desarrolladas por un profesor de gimnasia? ¿Es esto esa gimnasia que quizá no conoce nada de India? ¿O quizá yo nunca había conocido la enseñanza del ásana?
Hoy, al igual que la luz que reciben mis sentidos va evolucionando a través del paso del tiempo, comprendo que mi curiosidad me llegaba a molestar, porque según avanzaba aprendía que nada puede ser luz si viene de la crítica destructiva inducida por el ego. Aprendí que el sistema que derivaba de la mítica gimnasia del siglo XIX que tanto había revolucionado la base del entrenamiento tanto de escuelas como de ejércitos, formaba la parte más activa y viva del yoga de Occidente.
Hoy mi curiosidad me lleva a estudiar la evolución del yoga en la década de 1920 y a la vez viene a mi recuerdo, porque así es la mente, aquel encuentro fortuito en el que tuve la suerte de conocer, en Rishikesh, India -un lugar del mercado mundial del yoga donde todo está acondicionado para la comodidad del “yogui” occidental- a esta gran maestra discípula directa de Iyengar que me dijo que la gimnasia de Occidente es la misma que entendemos en su forma primitiva en India. Y que parte de ella, pero con un estudio más minucioso, se incorporó al Hatha Yoga, ese que forma parte del óctuple sendero del Raja Yoga.
En ese momento, al igual que entraba la luz en mi cuarto, entró la luz en mi interior y entendí los orígenes del yoga en los ásanas, surgiendo una nueva cascada de preguntas: ¿Los ásanas son yoga antiguo o moderno? Entonces, ¿cuál es el origen del Raja Yoga? ¿Todo es cuestión de temporalidad? ¿Acaso no somos los mismos, con las mismas ansiedades, miedos y apegos?
Revolución interior
Una revolución interna nacía en mí, porque esto no fue lo que mis maestros me enseñaron. El Yoga que se me mostró como una práctica dictada durante miles de años, proveniente de los Vedas, los textos religiosos más antiguos de los hindúes, ahora se me presentaba como un híbrido entre la tradición secular y la gimnasia de India.
Durante años estudié las tradiciones «clásicas» del yoga: Bhakti, Karma, Jñana y Raja, y desde hace unos pocos años particularmente el Hatha yoga. Leí varias veces los Yoga Sutra de Patanjali, los Upanishads y los posteriores «Yoga Upanishads»; textos medievales de Hatha yoga como Goraksasataka, Hatha Yoga Pradipika y otros; y textos de las tradiciones tántricas, de las cuales surgieron las prácticas de Hatha yoga menos complejas y menos exclusivas.
Mientras repasaba nuevamente estos textos primarios, me convencía de lo obvio que es para mí que el ásana rara vez o nunca sea la característica principal de la milenaria tradición del yoga. Posturas como las que conocemos hoy a menudo figuraban entre las prácticas auxiliares de los sistemas de yoga (particularmente en Hatha yoga), pero no eran el componente dominante. Están subordinadas a otras prácticas superiores como pranayama (expansión de la energía vital por medio de la respiración) y dharana (enfoque o ubicación de la facultad mental). Es decir, la salud y la aptitud eran el principal objetivo de estas posturas. Pero una repentina explosión de interés en el yoga postural, al que llamo “yoga ásanas”, en los años 20 y 30 del siglo XX, primero en la India y luego en Occidente, hizo que lo realmente importante en el yoga pasase a un segundo plano o perdiera interés.
¿Por qué ásana migró al mundo occidental?
Como todos sabemos, el yoga comenzó a ganar popularidad en Occidente a fines del siglo XIX. Pero fue un yoga profundamente influenciado por las ideas espirituales y religiosas occidentales, que representa en muchos aspectos una ruptura radical con los linajes de yoga de base de la India. La primera oleada de «yoguis de exportación» estuvo encabezada por Swami Vivekananda, quien ignoró en gran medida el ásana y tendió a enfocarse en pranayama, meditación y pensamiento positivo, teniendo un gran éxito entre la alta sociedad estadounidense. SwamiJi bien pudo haber enseñado algunas posturas, pero públicamente rechazó el hatha yoga en general y el ásana en particular, debido en parte, según he leído, a los prejuicios de los indios hacia las castas de “yoguis faquires» y mendigos que basaban lo que aprendían del yoga popular en posturas severas y rigurosas para obtener dinero, algo inaceptable en un yogui auténtico.
Hace algunos años quise recibir clases y talleres intensivos en India de ese “yoga ásanas” en sus distintas vertientes, impartido por maestros conocidos y menos conocidos, y según los iba probando iba excluyendo a aquellos que basaban el yoga principalmente en los peregrinos eventuales del yoga occidental. Nuevas preguntas surgían en aquella época: ¿No era India el hogar del yoga? ¿Por qué no había más indios haciendo menos ásanas? ¿y por qué era tan importante llevar o tener una esterilla de yoga? Pensé: ¿ahora el yoga se basa en construir cuerpos fuertes, más que seres de luz?
Mientras continuaba profundizando en el pasado reciente del yoga, las piezas del rompecabezas se unieron lentamente, revelándome una porción cada vez más grande de la imagen completa. En las primeras décadas del siglo XX, India, como gran parte del resto del mundo, se vio atrapada por un fervor sin precedentes hacia la cultura física en su objetivo de “construir mejores cuerpos”. A menudo, el nombre dado a esta palabra que todo lo dice, “yoga”, lo convierte en ese seudónimo que está bajo un yugo peculiar que una serie de personajes vestidos de blanco o de naranja se encargan de fortalecer, haciéndose pasar por gurus del yoga para que sea más creíble. Quizá sean la serpiente de Shiva.
El ásana moderno
Sigo recorriendo la historia. De la década de 1920 surgen Kuvalayananda, junto con su rival y Gurubhai («hermano del gurú») Sri Yogendra, quienes mezclaron ásanas y sistemas de cultura física indígenas con las últimas técnicas europeas de gimnasia y naturopatía, y con la ayuda del gobierno indio, sus enseñanzas se extendieron por todas partes. Así, los ásanas, reformulados como cultura física y terapia, rápidamente adquirieron una legitimidad que no habían disfrutado previamente en el avivamiento de yoga posterior a Vivekananda. Aunque Kuvalayananda y Yogendra son en gran parte desconocidos en Occidente, su trabajo es una gran influencia o la razón por la que practicamos yoga de la manera que lo hacemos hoy.
Otra figura altamente influyente en el desarrollo de la práctica del ásana moderno del siglo XX fue, por supuesto, T. Krishnamacharya, que estudió en el instituto Kuvalayananda a principios de la década de 1930 y pasó a enseñar a algunos de los más influyentes profesores globales de yoga del siglo XX, como B. K. S. Iyengar, K. Pattabhi Jois, Indra Devi y T. K. V. Desikachar. Krishnamacharya formuló una práctica dinámica de ásana, destinada principalmente a la juventud india, que estaba muy en línea con el espíritu de la cultura física, y que se convertiría en lo que hoy se conoce como Ashtanga Vinyasa Yoga. Aunque este estilo de práctica representa sólo un corto período de la extensa carrera docente de Krishnamacharya (y no hace justicia a su enorme contribución a la terapia de yoga), ha tenido una gran influencia en la creación de Vinyasa, Flow y Power Yoga basado en éste sistema pero sin ser él. Y mi siguiente pregunta fue: este yoga practicado así, ¿qué tiene de auténtico?
Esta no fue una pregunta casual para mí. Mi rutina diaria durante estos años, basada en pranayama y meditación con el fin de acceder a estados de conciencia elevados, nada tiene que ver con lo que se comercializa. Pero el tiempo y la observación en mi cambio de práctica, incorporando las ásanas, me ayudaron a interpretar que éstas, junto con su compañera la respiración, son un movimiento armonioso que forma parte de las herramientas para serenar la mente desde su parte más física o primaria, y que cada cual debe escoger qué movimiento y qué armonía necesita para serenar la mente, sin que las enseñanzas de Patanjali, los Upanishads, los Vedas, se desmoronen.
Injertos que hacen más fuerte el gran árbol del Yoga
Por fin volvió la luz a mi cuarto. Se acabó el debate porque el razonamiento se volvió más flexible al seguir aprendiendo y profundizando hasta concluir que ciertas prácticas modernas como simplemente los últimos injertos en el gran árbol del yoga. Y aunque esos injertos están lejos de toda la historia anterior, ahora sé que el Yoga es como un vasto y antiguo árbol con muchas raíces y ramas. Que no es una traición a la auténtica «tradición», ni fomenta una aceptación acrítica de todo lo que se llama a sí mismo «yoga» sin importar cuán absurdo sea. Por el contrario, sigue siendo un aprendizaje cuestionarse estas cosas, ya que puede alentarnos a examinar nuestras propias prácticas y creencias más de cerca, a verlas en relación con nuestro propio pasado y con nuestra herencia ancestral. También nos puede dar un poco de claridad a medida que navegamos por el mercado contemporáneo del yoga, a veces desconcertante, sí, pero este tipo de conocimiento es sano porque puede revelarnos tanto nuestro condicionamiento como nuestra verdadera identidad.
“Todo aquello que rechazo es lo que soy; el verdadero conocimiento está en querer verlo”.
Con amor, Maheshwari,
Maheshwari (Mayte Aguado). Profesora de Yoga certificada por la Escuela Sivananda en Rudraprayag (India). Discípula de Fernando Díez. Colaboradora de la Fundación Vicente Ferrer.