Todo ser humano lleva una herida consigo. A veces causada por una situación traumática en la niñez o por una enfermedad, y en muchas ocasiones venimos ya con ella siendo esta una huella de nuestro paso por vidas materiales anteriores. Escribe Zaira Leal.
Durante mis largos paseos estivales junto al mar he podido meditar bastante sobre la mía, sobre cómo me ha marcado y condicionado en esta vida, pero mis contemplaciones también han girado en torno a cómo me ha dado un sello de identidad, cómo a través de ella me he hecho cada día mejor persona y sobre cómo el yoga me ha dado las claves para que todo eso tuviera lugar.
La herida necesaria
La herida está presente en muchos mitos de la humanidad, incluidos aquellos que provienen de las tradiciones de la India. Estoy pensando ahora mismo en el nacimiento de Ganesha, por ejemplo, quien llegó a ser él porque su padre, en un arrebato de proteccionismo y celos, le decapitó y reemplazó su cabeza con la de un elefante para contentar a su adorada esposa.
Por si no estás familiarizado con la leyenda, la diosa Parvati se encontraba sola en casa mientras su marido, el dios Shiva, luchaba cruentas batallas contra diversos demonios. Un día decidió crear un hijo con los barros que había utilizado para aclarar su piel y le pidió que se quedara junto a la puerta de la casa por si venía alguien mientras ella se bañaba. Y llegó Shiva, quien al ver a un chico desconocido haciendo guardia ante la puerta de su mujer, se enfureció y le cortó la cabeza con su poderosa espada. Alarmada por los gritos de Shiva, salió Parvati, y cuando se dio cuenta de lo que había hecho le regañó sobremanera exigiéndole que le devolviera la cabeza a su hijo querido. Shiva, desesperado, salió a buscar una cabeza adecuada para el niño y encontró la de un elefante. Por eso Ganesha es el dios de la inteligencia, de los comienzos, de los elementos, es él quien nos enraíza y quita los obstáculos de nuestro camino.
Las heridas son míticas, marcas de las experiencias de superación que nos recuerdan las lecciones aprendidas. Los grandes héroes de nuestras tradiciones podían recontar sus aventuras victoriosas ayudándose de las señales que habían estampado sus propios cuerpos. La herida entonces se convierte en algo hermoso y necesario. Soy quien soy por esto, aquello y lo otro. Sin embargo, en el contexto de nuestra sociedad actual la rechazamos, incluso intentamos ocultarla bajo la terrible careta sonriente que le dice al mundo que estamos bien y nos va de maravilla. Sí, es cierto que a nivel de alma nos encontramos en un estado de perfección inmaculada, pero el humano que somos también está ajado en muchas partes, y eso conviene verlo desde el ángulo adecuado ya que es a través de esas brechas por donde puede empezar a brillar la poderosa luz del Ser.
Con frecuencia me encuentro en el mundo del yoga o de la espiritualidad con una interpretación errónea del camino que lleva a la gente a decir cosas como “si tú haces yoga, pensé que eso ya lo tenías superado” o “¿pero no se supone que porque medito ya debería encontrarme en estado samadhi?”. El proceso del yoga no trata de superar nada ni de eliminar nada de tu pasado sino de comprenderlo y de transformar las ideas erróneas que nos hacemos en torno a ello. Hemos venido a celebrar quienes somos, cada uno con su idiosincrasia, sabiendo que son esas singularidades las que hacen único el brillo y el reflejo de la Luz cuando pasa por el prisma material del cuerpo-mente-corazón individual.
Es muy probable que a lo largo de tu vida trabajes una y otra vez los temas específicos que tu herida en particular viene a mostrarte. Esto no quiere decir que lo estés haciendo mal ni que estés obcecándote en tus problemas personales; simplemente significa que tú elegiste encarnarte para comprender ciertos aspectos de la existencia y que con cada experiencia que vives se te da la oportunidad de ir un pasito más allá, de trabajar a un nivel aún más profundo. Digamos que es como hacerse doctor honoris causa en un tema en concreto hasta que acaba disolviéndose dentro de ti y, al mismo tiempo, en la existencia entera, pues ¡el trabajo que haces a nivel personal es el reflejo del proceso de transformación que está sucediendo en todo el universo!
También existe la manera opuesta de verlo: maximizar la herida hasta hacer de ella el comodín que justifica todo lo que somos y los comportamientos que dictan nuestras acciones, pero esta tendencia sólo nos lleva a alimentar una actitud de víctima sin remedio, a seguir funcionando desde el “pobre de mí” y a continuar en un estado de desempoderamiento que nos pone un freno gigantesco en el camino evolutivo. Escuchemos la voz que nos dice: “Vale, genial, ya pasó tal o cual; ahora avanza manteniendo presentes las enseñanzas que se te ofrecieron en tus aventuras”.
¿Quién está herido en ti?
Una de las enseñanzas más potentes que nos proporciona el yoga es la capacidad de reconocer y de diferenciar entre los diversos aspectos de la personalidad o el ego y los del ser o alma. Todos ellos son componentes indivisibles de quien uno es como alma encarnada. Ni mejor ni peor, solo son diferentes colores en la paleta con la cual pintamos la vida.
Aprender a manejar cada color es muy útil, principalmente porque nos permite controlar si estamos funcionando únicamente desde la personalidad o también desde el ser. La parte más sutil de quien tú eres no conoce el dolor porque no juzga ni evalúa, simplemente existe conscientemente. Es la personalidad quien vive la herida como tal porque es parte de nuestro karma tanto personal como colectivo. Recuerdo las palabras de mi abuela: “Siempre hay algo, hijuca”. Con esto quería decir que debemos siempre permanecer atentos pues los problemas, los obstáculos y las dificultades del karma se muestran en el camino constantemente y hay que prestar atención para que los viejos patrones de comportamiento-pensamiento no sean los que dirigen nuestros actos.
El ideal de vida yóguica es siempre la armonía, la compasión y el bienestar a todos los niveles, pero la herida ya está ahí, cada uno trae la suya como la gran lección kármica que hemos elegido en esta vida. No hace falta provocarla ni buscarla ya que la vida nos muestra siempre lo que tenemos que trabajar. Gracias a los sentimientos que ella provoca podemos ver cómo sube a la superficie aquello que necesita una transformación y podemos enaltecer más la unión con la luz subyacente en el juego maravilloso de complementarios opuestos que tiene lugar durante la vida de cada persona. Por un lado, somos una fuente de luz inagotable e infinita; por otro, vamos cincelando los maravillosos condicionamientos de la materia para brillar con más belleza. La práctica espiritual nos llevará a vivir cada día con mayor presencia de Ser todo aquello que nos duele, nos pesa o que ya no nos sirve, libres de una actitud de resignación y como un proceso de comprensión transformadora.
Obsesiónate con lo positivo
La manera de vivir la herida desde el Ser es estando presente y respirando conscientemente momento a momento. Tu ser álmico es la sabiduría infinita, puedes dejar de analizar y de intentar comprender desde una perspectiva racional para permitir que tu mente descanse. Volviendo al personaje del dios Ganesha que mencionaba un poco más arriba, imagínate que él se pasara los días lamentándose o dándole vueltas al hecho de que Shiva, su padre, le había cortado la cabeza y le había alejado de su madre; no podría haber tomado su propio poder para protegernos ni bendecirnos cuando nos embarcamos en nuevas aventuras, ¿verdad? Sea cual sea nuestra herida personal, permanezcamos centrados en ser luz, sabiduría y amor. Vivirla conscientemente también quiere decir que te obsesionas con lo positivo, con el ser de luz que ya eres, y eso nos lleva a traspasar cualquier situación siguiendo adelante con más amor hacia la vida y mayor sentido de libertad. Tengamos siempre en cuenta que la negatividad es la droga más adictiva que hay, nubla nuestra mente-corazón de una manera horrorosa y hace de la herida algo decadente y mortal. No importa cual sea la tuya ni cómo te ha marcado, vive radiante, disfruta y celebra.
El 12 de septiembre comienza en India el gran festival que conmemora al dios Ganesha. Cantemos a las fuerzas que nos apoyan incondicionalmente en el camino.
GAM GAM GANAPATAYE NAMAHA
Zaira Leal es autora de Una fiesta para el alma y de Yoga en la cocina, Ed. Urano. Se considera yoguini desde la cuna y empezó a enseñar yoga en el año 2000. Imparte clases públicas y formaciones para profesores de yoga y meditación, programas de perfeccionamiento para profesores, así como talleres monográficos de salud y temas para la mujer. También trabaja como coach de salud y bienestar del estilo de vida ayurvédico.
Lingüista, es máster en enseñanza y está acreditada en diversos estilos de yoga, meditación y ayurveda.
Más información: zairalealyoga.com / www.facebook.com/zaira.leal.5 | ©zairaleal