Te habrá pasado a ti también. Seguramente, cuando empezaste a dar clases. Te devanabas los sesos intentando hacer de la sesión de āsana algo no solo completo (todas las gravedades, todos los movimientos de columna, contraposturas adecuadas) sino también interesante. Que no se cansasen. Que no se aburriesen. Que tanto la señora mayor como el treintañero estresado encontrasen durante esa hora y media un motivo para volver. Escribe Luisa Cuerda.
Luego, cuando tuviste un grupo más o menos estable, la preocupación fue que no se hartasen de hacer siempre lo mismo. Cada dos o tres clases, ponías una variación, introducías una nueva postura como premio para quienes ya hacían «bien» la anterior. El miedo al tedio sobrevolaba tu plan de clase junto con otros miedos (no ser demasiado «filosófico», no exigirles demasiado ni demasiado poco…). Todo para que no se fueran.
No era (solo) por una cuestión económica. El hecho de que se marchasen de tus clases cuestionaba ante ti y ante los demás tu capacidad. Eso que hemos dado en llamar la profesionalidad. Pero es que, además, tú sabes que el yoga es bueno, que viene bien, que si siguen haciéndolo les irá mejor en muchos aspectos. Y por eso, cada baja constituye un pequeño fracaso, no solo económico o profesional, sino vital.
Y sin embargo, nada de eso es verdad. No es verdad que una sesión de āsana tenga que recoger todas las gravedades ni todos los movimientos de columna ni tenga que durar hora y media como si fuera una clase de gimnasia de mantenimiento. No es verdad que una misma clase sirva para una señora mayor y para un treintañero estresado (a no ser que ambos tengan un objetivo concreto común que deje al margen sus diferencias). No es verdad que la variación y renovación de las posturas de yoga tenga que venir marcada por el calendario ni por el hastío, ni siquiera porque se haya conseguido hacer correctamente esa postura. No es verdad que el yoga tenga que ser divertido.
Porque el yoga no es divertido. La palabra «divertido», que según la RAE significa «que divierte» viene del verbo «divertir», que también según la RAE significa en su primera acepción «entretener, recrear» y en su segunda «apartar, desviar, alejar». Etimológicamente viene del verbo latino «divertere», que significa «llevar por varios lados». Todo lo contrario que la atención concentrada y focalizada en un punto que lleva a la absorción, a la clase de unión que invoca la palabra «yoga».
No sé si a ti también te habrá pasado. A mí, en un momento dado, me empezaron a chirriar las clases que estaba dando y comencé a profundizar en la filosofía del yoga. Y en los sūtra II. 46-48 del Yogasūtra de Patañjali encontré la fórmula que me permitió comprender por qué los antiguos enseñaron a hacer lo que yo llevaba haciendo (y haciendo hacer) tantos años ya. Fui tirando de ese hilo hasta desenredar el ovillo. Y desde entonces tanto mis prácticas como las que recomiendo son mucho más cortas y mucho más simples. Pero, sobre todo, son las mismas durante mucho, mucho tiempo. Por supuesto solo aparentemente. Porque lo que me revelaron los sūtra y mi propia práctica a partir de ellos, es que una vez construida la arquitectura exterior de la postura, y solo entonces, empieza el āsana.
Y el āsana nace de un trabajo interior, hecho de respiración, de paciencia, de concentración infinita y atención amorosa al equilibrio entre el esfuerzo adecuado (prayatna) -un esfuerzo que se logra con estabilidad (sthira) y confort (sukha)- y la disolución de tensiones (śaithilia) que necesitamos para meditar.
Porque āsana no está si no hay meditación. Y en āsana cada postura (es decir cada actitud) requiere un abordaje distinto de la atención, porque no es lo mismo dirigir tu mente hacia un determinado tema cuando rozas tu nariz con tu rodilla que cuando elevas el tórax y el abdomen sujetándote en hombros y plantas de los pies. No es lo mismo lo que aprendes de ti en una postura de flexión asociada a una limpieza interior que a una postura de apertura a lo que no tienes e invocas.
La actitud meditativa en āsana (ananta-samāpatti), que es lo que la define, es una manera de incidir con lo primero que tenemos a mano (nuestro cuerpo) en nuestro universo interior para limpiarlo y encontrarnos con nuestra esencia. A partir de ahí aprenderemos a meditar cada vez con más sutileza valiéndonos de la respiración y de la concentración mental. Pero utilizar el cuerpo es el primer paso del camino. Es cierto que mientras practicamos āsana encontraremos además, en mayor o menor medida, beneficios que podrán traducirse en flexibilidad, fortaleza, alineación, flujo de energía… Beneficios que también encontraremos con otras técnicas (yo recomiendo mucho la de Josef Pilates) que podrían resultarnos más divertidas o interesantes pero que por sí mismas no nos van a llevar, como el yoga, a poder dar el siguiente paso del camino hacia el Ser que somos.
Por eso, cuando hacemos āsana correctamente, nos empezamos a conocer a un nivel del que nosotros mismos no éramos conscientes antes de la práctica. La postura que construimos no es una imitación de un dibujo ni la emulación de una foto, es la nuestra y nos pertenece. Y, como sucede con lo esencial, es invisible a los ojos que nos miran. La consecuencia es que estamos cada vez más cerca de nuestro centro, y por eso, cada vez más libres, menos afectados (anabhighāta) por los extremos (dvandva) con los que la mente nos golpea en su montaña rusa de emociones, decisiones y arrepentimientos y placer y dolor intercambiables. Somos más fuertes porque sabemos mejor quiénes podemos llegar a ser. Y también sabemos que estamos en el camino.
Por eso, tampoco es verdad que la marcha de una persona o de muchas de nuestras clases sea un fracaso ni profesional ni vital, si previamente hemos sabido transmitirles honradamente en qué consiste nuestro oficio y cómo y hasta qué punto podemos ayudar a quien se nos confía en el camino del yoga. Y, si con independencia del aspecto económico, que nunca debe apartarnos de nuestro compromiso con la práctica, hemos puesto la decisión de seguir (no los alicientes para que siga) en sus manos.
Cuando comprendí y experimenté todo eso, me di cuenta de hasta qué punto carece de sentido pretender que el yoga sea divertido cuando tenemos en las manos una de las más potentes herramientas de liberación y de felicidad. Espero que te suceda a ti también, para que las personas que elijan aprender contigo se vean beneficiadas por algo que les ayude a vivir su vida, y no por algo que les divierta mientras pasa. Es cada vez más necesario.
Luisa Cuerda es escritora, profesora de yoga y especialista en estudio de los Yogasūtra. luisacuerda@yahoo.es,
Curso «Yoga, el camino hacia la libertad»
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Luisa lo imparte UNIOGA, Carrer de Joan Cremona, 4 Palma de Mallorca
Info: T 661532382 (Carol Gullón)