¿Sirve para algo el dolor? ¿En el yoga hay un dolor bueno y otro al que no se debe llegar? Hablamos de este tema con José Manuel Vázquez, promotor de las II Jornadas de Yoga Terapéutico, que se están celebrando este mes en Madrid.
José Manuel Vázquez preside la Asociación Shiva-Shakti de Yoga Integral. Es profesor y formador de profesores certificado por la Yoga Alliance. Experto universitario en yoga terapéutico por el CEU y European Yoga Alliance. Miembro de la International Association of Yoga Therapists, de la Asociación Española de Practicantes de Yoga y de la Asociación Profesional de Profesores de Yoga de Madrid. Desde 2001 dirige su propia escuela de yoga, Yoga Orgánico, donde investiga una enseñanza integral y orgánica del yoga y desde el 2010 dirige una formación de profesores basada en estos principios. Él responde a nuestras dudas:
¿Qué es el dolor y para qué sirve?
La capacidad de sentir dolor es de vital importancia. Es un mecanismo neuronal de protección que ha sido programado en nuestros sistemas nerviosos durante millones de años de evolución de la vida en la tierra. Negarse al dolor puede tener consecuencias desastrosas. Los individuos que no pueden sentir dolor se exponen sin ser conscientes de ello a situaciones de riesgo que pueden dañar su integridad gravemente. Es una experiencia universal y a la vez subjetiva; la manera en la que una persona percibe los estímulos como dolorosos depende de factores biológicos, pero también emocionales y cognitivos. El dolor es un asunto complejo que requiere tiempo de reflexión.
También es un tema controvertido. Si es elegido, puede fortalecer nuestro carácter; si es impuesto, nos puede sumir en una depresión crónica. Hay personas que a través del dolor provocado se liberan de dolores más complejos. Hay quien a través del dolor se conecta con el placer y se hace adicto a él. El dolor como vía de expiación e incluso de trascendencia ha formado siempre parte de la religión y la mística universal. El dolor también se relaciona con los procesos de conciencia y el reconocimiento de nuestra ignorancia, y por lo tanto es inevitable para aquellas personas implicadas en su crecimiento personal. El dolor según la Bhagavad Gita es una característica definitoria de la vida humana; para los budistas es una consecuencia de la naturaleza cambiante del deseo. El dolor admite muchas acepciones y puede ser entendido de muchas maneras. Las narraciones sobre el dolor nos acompañan desde el principio de los tiempos y son muy variadas.
¿Dolor bueno y dolor malo? ¿Cómo los diferenciamos?
Diferenciar ambos dolores puede suponer un cambio significativo en nuestra sadhana. En nuestra práctica de asanas podemos decir que el dolor que proviene de las articulaciones nos advierte de que algunas de las estructuras que forman la cápsula articular, los ligamentos que la cruzan o los tendones que la conectan con las fibras musculares están siendo forzadas y corren peligro de lesionarse. Puede ser producto de una inadecuada alineación, de una sobrecarga innecesaria, de una sobre-exigencia, de una activación muscular deficiente, o incluso de una falta de atención recurrente. Son fácilmente reconocibles porque son dolores concretos, puntuales y que podemos fácilmente señalar. Nos obligan a tomar conciencia de lo que hacemos en el momento presente. Nos invitan a salir de la postura y a entrar a ella desde otro lugar y suelen acompañarse de una cierta frustración y rigidez.
Tambien pueden darse otro tipo de malestar que no llega a sentirse como dolor pero que es igualmente nocivo porque nos hace sentir bloqueados, pesados y nos impiden respirar. Pueden revelar un auténtico conflicto interior de intereses. En este caso es recomendable pedir asesoramiento a nuestro profesor para encontrar un lugar diferente de anclaje y modificar el objetivo de la ejecución.
Por otro lado hay sensaciones de estiramiento que son liberadoras y que pueden ser confundidas con sensaciones dolorosas por su intensidad. Suelen darse a lo largo de toda una cadena muscular o grupo muscular y en las partes más largas de los huesos. Éstas sensaciones nos invitan a entrar más en profundidad en la vivencia del asana y a respirar de manera más profunda, regulada y sutil. Son una descarga de tensión saludable que nos proporcionan alivio.
¿Por qué nos sentimos fuertes y capaces de todo después de una sesión de ejercicio intenso, e igualmente después de una práctica intensa de yoga? ¿Qué posibles trampas hay en esta experiencia desde tu perspectiva?
El ejercicio mejora la circulación sanguínea, el metabolismo general del cuerpo y la actividad del cerebro. En toda actividad física intensa nuestro cerebro produce endorfinas y serotonina como mecanismo de refuerzo. Ambas son sustancias endógenas que elevan nuestro estado de ánimo y los niveles de energía disponibles. Las endorfinas son llamadas las hormonas de la felicidad; similares a la morfina y al opio, provocan en el organismo una analgesia descendente transitoria, disminuyen la percepción del dolor y nos proporcionan una cierta euforia. Sin embargo la sensación de que “las dificultades desaparecen” y que “podemos con todo” no deja de ser transitoria; salimos a la calle y al cabo de un rato nos volvemos a enfrentar con los mismos problemas de siempre si no les hemos dado solución.
A veces utilizamos ciertas actividades para drenar nuestro estrés y evadirnos de los problemas. A veces el gimnasio, el chocolate o el sexo, por poner tres casos fácilmente reconocibles, nos enganchan porque nos proporcionan una satisfacción inmediata. Nos hacemos adictos a las cosas que nos hacen sentir bien porque hay poderosas razones químicas para ello. Sin embargo, a la larga es necesario relacionarnos con el vacío, la “abstinencia” (y la ansiedad que ello nos genera), de manera más consciente para poder elaborar recursos de gestión adecuados a nuestras circunstancias personales. Entiendo que no es fácil pero se puede.
En tu libro Los valores terapéuticos del Yoga hablas de cómo nos hacemos adictos a este tipo de dolor y sin embargo no aceptamos el dolor de crecer, de tener que enfrentar situaciones difíciles. ¿Qué propone el yoga? ¿Podemos también caer en la trampa del escape haciendo yoga?
No es tanto lo que hacemos, sino más bien cómo lo hacemos. En el yoga la actividad física se convierte en una acción transformadora al ir acompañada con una practica meditativa y respiratoria que nos pone en contacto con nuestras dinámicas inconscientes. Se produce una reeducación neuromotora consciente y no es raro que en los momentos de escucha interior que propicia el yoga lleguemos a tomar conciencia de lo que podemos hacer para regular nuestra “química emocional”, de los parámetros mentales que nos hacen daño o de las circunstancias que por omisión o acto se han vuelto tóxicas para nosotros.
La solución no es volverse insensible. No es mirando a otro lado como el conflicto se soluciona; pero tampoco es cuestión de estar todo el día analizando y confrontando nuestras sombras pues podemos quedar atrapados en una visión distorsionada de la realidad. A veces necesitamos un respiro, un poco de oxígeno y cambiar de perspectiva. Creo que cada uno es libre de utilizar el yoga como mejor crea conveniente. Es útil explorar todas las posibilidades que el yoga nos ofrece y observar los resultados, para luego tener la oportunidad de cambiar las pautas que nos parecían adecuadas pero que a la larga no nos están funcionando.
¿Qué cualidades y sensibilidades propias de un “psicólogo” necesita el profesor de yoga terapéutico para tratar con estos procesos?
El modelo pedagógico en el que se sostiene el yoga orgánico que enseño se fundamenta en los yamas y niyamas del yoga. Del primero de ellos, el principio de no violencia, ahimsa, se derivan todos los demás. Es muy fácil decirle al otro lo que tiene que hacer pero no es muy útil. Esto me ha costado muchos años de errores y aprendizaje. Imponer nuestra autoridad es un ejercicio de poder de último recurso que despierta en el otro, consciente o inconscientemente, las heridas dormidas de otras situaciones de violencia consentida. El profesor y el alumno comparten un espacio de seguridad y confianza mutua; de libertad, escucha y profundo respeto por lo que allí sucede. Este espacio de trabajo interior es muy frágil y se puede romper antes de que nos demos cuenta.
No es tan sencillo aceptar nuestra forma de ser y la del otro, ni entender lo que nos pasa y saber explicar lo que nos sucede antes de negar y cerrar toda posibilidad de diálogo. Para ello el desarrollo de la comunicación y la escucha, reconocer nuestras carencias y capacidades, así como las de los demás, centrarnos en aquello que es importante para nosotros, confiar en los recursos propios y ajenos, cuidarnos y en la medida de lo posible no dañar al otro, estudiar, investigar, observar, aprender y aceptar el rol que nos toca vivir en cada momento, son algunas habilidades que nos capacitan para poder acompañar a los demás en este viaje. Según la ética del yoga, ser conscientes de todo ello es el principio y probablemente la clave para entender lo que nos causa dolor.
En la medida de lo posible, encontrar un lugar de paz interior y compartir un espacio de silencio amable es un buen punto de partida para desarrollar nuestro trabajo terapéutico a través del yoga.
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