Durante su ejecución se establece un diálogo silencioso entre el cuerpo y la mente que nos da la oportunidad de explorar nuestra realidad fisiológica. Así lo explica Swami Digambarananda Saraswati, Danilo Hernández, en su acreditado libro Claves del Yoga. Teoría y Práctica (La Liebre de Marzo).
De las numerosas asanas que nos han legado los yoguis, la práctica de unas pocas es suficiente para restaurar el equilibrio físico-mental que se necesita poseer antes de adentrarse en las etapas más avanzadas del yoga mental.
Las asanas son un medio para potenciar la integración del cuerpo-mente. Nos ponen en íntimo contacto con el cuerpo, ayudándonos a comprender cómo funciona y cuáles son los estímulos que necesita para equilibrarse y armonizarse. En la realización de una postura, el aspecto más esencial es la atención, la toma de consciencia de todo cuanto sucede.
En la asana, por primera vez, podemos realmente escuchar a nuestro cuerpo y percibir los mensajes que nos envía. Es un proceso de sensibilización en el que la consciencia empapa cada miembro, órgano, tejido y célula de nuestro cuerpo. Hay que descartar la concepción errónea de la postura como un esfuerzo para domesticar el cuerpo. No se trata de domar el cuerpo sino de comprenderlo, cuidarlo y desarrollarlo, desde la vivencia de sus ritmos interiores. Ayudarle con una asana a que pueda satisfacer sus necesidades legítimas de respirar, estirarse, comprimirse, expandirse, movilizarse, inmovilizarse, flexibilizarse, fortalecerse, relajarse, tonificarse, afirmarse y expresarse.
Cada asana tiene un efecto global y repercute positivamente en todos los sistemas del organismo físico, la estructura energética, el estado emocional y en la mente. Es importante ser muy cuidadoso y no violentar ni forzar el cuerpo. Hay que tratarlo con amor. Una actitud cariñosa hará brotar la comprensión de sus posibilidades y limitaciones y la reconciliación con su realidad actual. Nos permitirá conocer la forma más adecuada de colaborar a que se regularicen todas su funciones vitales y a desarrollar armoniosamente toda sus potencialidades.
Cuando se ha perfeccionado la ejecución de una postura hay que intensificar la autoescucha corporal. Una actitud de atenta observación, en la que somos un espectador de nosotros mismos y de cómo nos influye la asana. No hay que hacer nada, no hay que pensar, solo estar presente y abierto, intensificando la vivencia de nosotros mismos. La postura hace todo el trabajo mientras nuestra consciencia nos informa de lo que está sucediendo. Así, el proceso de la asana se transformará en una meditación, una experiencia integradora en la que el cuerpo, la mente y la respiración se hace UNO.