El poder transformador del Yoga no se limita a los libros ni a las clases. Surge allí donde se practique, incluso en las condiciones menos favorables, para asombro incluso de quienes lo conocen bien. Es la esencia del Yoga. Lo cuenta Pilar Luna.
Es sábado y las fuerzas flaquean. La semana ha sido intensa (¿demasiado intensa?, sobrepasando mis limites… Puedo cambiarlo…), el cuerpo pide cama y racaneo bajo las mantas. Fuera hace frío, no entra el sol… Todo llama a quedarse quieta… L@s alumn@s esperan… Me arrastro hasta la ducha… tirando de “tapas” (fuego ardiente, disciplina, esfuerzo que me lleva a lo que busco…), termino de arreglarme, repaso la clase, llego al coche… 30 minutos ….
Llego al centro, tropiezo con la “burocracia”, dificultades para entrar, para congregar a los alumnos, para comenzar a tiempo… Me centro en la respiración para evitar discutir. El discurso mental me invita a dejar esta actividad que cuesta tanto energéticamente mantener, dejar de luchar con centros que dan tan pocas facilidades para trabajar. Solo la imagen de los alumnos me empuja desde el corazón y me empuja a seguir, a vencer los obstáculos.Lo consigo, una vez más… desde hace 14 años…
Las alumnas acuden: ¡¡¡Sorpresa!!!! Hoy son todas nuevas. La clase preparada no sirve… Comienzan las dudas… Observo a las participantes para buscar la mejor adaptación posible. Una de ellas es rumana, los ojos le brillan y sonríe. La otra alumna está muy agitada, espera que llegue la metadona, sus vrittis nos sacuden a las dos… no puede para ni su mente ni su cuerpo. La tercera alumna es de edad más avanzada, blanca, muy blanca, sudorosa, lenguaje muy precario, precisa de atención todo el rato, se queja, desconoce el esquema corporal, su cara hace ver que se afeita y la barba incipiente ensombrece en el rostro su piel.
Fluye la armonía
Me parece difícil ajustar algo que pueda captar sus mentes dispersas y no sé si seré capaz de construir frases comunes con un lenguaje extremadamente simple. La confianza en el Yoga es mi único sustento. Hoy no hay mantas, comenzamos una clase de pie, movimientos simples asociados a la respiración, mantener la presencia en la acción, en el instante, eliminar todo lo accesorio… Tadanasa dinámico y luego mantenido… Observación del resultado… Alargar espiración… Han pasado 10 minutos. Todos los vrittis (los suyos y los míos) se han detenido, las caras se han relajado, fluye una armonía…
Entre todas, mi anahata se desparrama: ¡¡¡el milagro del Yoga!!! Estoy asistiendo en primera fila a ver un milagro de transformación por el Yoga. Dirigido a la esencia del ser humano, veo como las clases sociales, la cultura, las ataduras superficiales, no suponen un obstáculo para el avance. Esas grandes murallas que se elevan en la vida ordinaria que hemos creado y que incluso producen crisis y guerras, se desvanecen como sombras cuando nos dirigimos a la esencia, a la diana a la que apunta el Yoga.
Sigo la clase con gran emoción. Al terminar, la alumnas sonríen y de forma espontánea dicen: «¡Que bueno es esto!, ¡qué energía señorita!».
Esto es lo que ocurre en el grupo de Yoga de la Prisión de Picasent, alias “Picatraz” desde hace 14 años. Un grupo de siete profesores voluntarios, pertenecientes a diferentes escuelas y líneas de trabajo, asistimos a milagros desde un palco, reforzamos nuestro tapas, vemos cómo caen nuestros preconceptos y nos aferramos cada vez más al Yoga como la esencia de la transformación que dará lugar a un mundo nuevo, formado por seres humamos donde las crisis serán siempre oportunidades.
Si queréis derribar muros (los externos y los propios), apuntaros a la experiencia, seguro que no os defraudará.
Quién es
Pilar Luna
Médica. Profesora de yoga y Secretaria del CP de AEPY
Profesora voluntaria de Yoga en la Prisión de Picasent (Valencia)