Víctor M. Flores, el yogui que estuvo «al otro lado»

2017-07-20

Hace un año, Víctor M. Flores (SengeDorje) renació literalmente al volver a ver la luz después de un aparatoso accidente de tráfico… que le provocó una ECM (experiencia cercana a la muerte). Hoy nos cuenta lo que el Yoga pudo hacer por su total recuperación. Es una entrevista de Heylis Martínez y Jacqueline Lozano para YogaenRed.

SergeDorje

Víctor M. Flores se describe de un modo parco y estricto: Fundador del Instituto de Estudios del  Yoga. Autor de nueve libros de yoga y espiritualidad. Ha pisado 34 tierras y se formó en distintas líneas de hatha yoga, tanto clásico como contemporáneo. Es de los que prefiere pedir perdón a pedir permiso. No es vegetariano. Tiene dos gatas que se llaman Rumi y Carol. Una por el poeta, la otra por la protagonista de WalkingDead.

Hace cuatro años Víctor emigró a Nicaragua donde creó la primera formación de profesores del país, además de ser contratado por la prestigiosa Universidad Centroamericana  (UCA) como profesor de yoga para la asignatura de «Ejercicio físico para una vida saludable». Fundó el primer congreso de yoga de la Costa del Sol  (Málaga), que del 29 de septiembre al 2 de octubre celebrará su XI edición.

El 30 de julio de 2016 renació literalmente, cuando volvió a ver la luz  después de un aparatoso accidente de tráfico a consecuencia del cual cual sufrió un ECM. Estuvo, simplemente, al otro lado

¿Qué enseñanzas te dejo ese accidente?
La primera de todas es la impermanencia. Por fin descubrí una gran verdad: la muerte. Esta no ofrece dudas. Nacemos solos y morimos solos aunque estemos rodeados de gente. He aprendido que no soy inmortal. Que perder la vida es cuestión de décimas de segundo, una maceta que cae de un balcón, un conductor borracho, un resbalón en la bañera… no hay un previo trascendente, una despedida de seres queridos, un cierre de círculos. Simplemente mueres  y todo lo que has hecho, todo lo que tienes material y sentimental, todo por lo que luchas, se va contigo

La segunda es, sin duda, el sentido de la vida: la búsqueda de la felicidad. La tercera, el sentido del yoga: la salud. Más que nunca mi trabajo se ha vinculado a lo físico. Pero no al mejor apoyo sobre brazos, sino a la rehabilitación. Mira, no quedé igual: una lesión de slap, el traumatismo del nervio del olfato, la pérdida de visión del ojo izquierdo. Mi suelo craneal fue arrasado como se tala un bosque y el sistema cognitivo fue bastante dañado. Tuve que aprender todas las emociones (y como recién nacido la primera que aprendí fue el miedo), hasta mi mismo nombre o mi edad.  La memoria también sufrió al punto de que lo que tiendo a olvidar aquello con lo que no tengo un contacto continuo: compañeros de colegio, por ejemplo, o episodios de mi vida comienzan a difuminarse y terminan siendo similares a un sueño.

Y la última enseñanza es no escuchar todas esas conclusiones de las que se llenan la boca muchos «maestros espirituales». O vives algo así -o, mejor dicho, o mueres algo así- o no tienes nada que decir salvo tu especulación, tu «yo creo», que habitualmente es categórico.

De todo esto doy gracias. Ha sido mi universidad, mi ashram. Cuando no aprendes lo que es la vida, la vida te lo enseña

 Once años de congreso en la Costa del Sol…
Si, once años. Jamás soñé que llegaría tan lejos. En mis expectativas más elevadas había calculado tres años, tal vez siete a lo más… pero cada año ha ido aumentando gradualmente. Lleva años siendo el congreso más visitado de toda Europa, eso por no hablar de su gratuidad, su independencia y de haber sido uno de los más imitados en su formato, dentro y fuera. Este año por segunda vez es dirigido por Julia Castellanos y su equipo.

A Julia la conocí como visitante durante el segundo congreso, o sea, hace diez años, y ha sido clave fundamental dentro del Instituto de Estudios del Yoga, que hoy dirige.

¿Por qué Marbella?
Siento una especial debilidad por Marbella. Fue mi casa por catorce años, donde me desarrollé en el yoga y dónde encontré un núcleo fuerte de practicantes y grandes amistades. Cuando expuse la idea de un congreso allí, mucha gente lo criticó porque parte de la fama de Marbella, por desgracia, se la debemos a la prensa amarilla. Y nada que ver. Hay que vivir allí para saberlo y amarla.

A Marbella se la ama por sus defectos y se la quiere por sus virtudes.

Yo me crié en Madrid, una ciudad a la que adoro y me acompañará siempre. Pero si tuviera que volver a España o vivir en otro sitio del mundo que no fuera donde vivo, volvería a Marbella.

Háblanos de tu último libro, Yoga para la mujer
El yoga es muy paradójico.  Es un arte, una ciencia para la mujer y una forma de adoración de esta… creada por el hombre. El Tantra, por ejemplo, está destinado al hombre pero porque considera a la mujer directamente iluminada. La misma Shakti, la energía, es la que genera Mâyâ, un aspecto fundamental no por el velo que crea sino porque sin ese velo no habría trascendencia. Sin un falso cuerpo físico no puedo alcanzar la verdadera mente sin velos.

Este libro aborda disfunciones propias de la mujer. Menstruación, cólico disfórico pre-menstrual, menopausia, cáncer de mama, etc… Ha sido un trabajo  muy largo, de mucho estudio y muy bonito, en el que he contado con gran colaboración.

 Nicaragua es el segundo país más pobre de Latinoamérica. ¿Qué te hace sentir vivir en él y accidentarte en el mismo?
Me hace vivir aquí su gente. Es un país maravilloso, lleno de gente también maravillosa. Si, por supuesto que hay gente que no lo es, pero como en todas partes. Se vive muy tranquilo, a veces sufres lo que es un país en vías de desarrollo, pero si he de ser sincero no echo de menos. Al principio era una novedad: el profesor de yoga que viene de España pero ahora ya soy simplemente un extranjero más que se ha quedado aquí. La ley de la gravedad es más fuerte en Nicaragua: todos los nicaragüenses que se van quieren volver y ningún visitante se quiere ir.

Me «accidententaron» en un quad mientras recorríamos una antigua isla pirata hermosísima, Ometepe. Iba a escalar por segunda vez un volcán activo, el Concepción.

Respecto a la pobreza hay que añadir algo: un país no es pobre por sí mismo. Nicaragua ha sufrido mucho a lo largo de su historia: terremotos, guerras civiles continuas y una dictadura que la saqueó hasta que la guerrilla la quitó de en medio. Gandhi en una ocasión dijo: «Entre la violencia o la cobardía, elijo la violencia».

 ¿Los practicantes de Yoga nicaragüenses son similares a los practicantes españoles?
El practicante es el practicante, universalmente y es lo que hace que el yoga sea una hermandad. Nicaragua está viviendo lo mismo que vivió España hace años: un boom de la práctica. Eso implica mucho entusiasmo y muchas ganas de hacer cosas, pero también mucha dispersión.

España se ha vuelto un país muy maduro, con grandes maestros y encuentros. Ya discierne, por ejemplo,  que un indio por tener la barba larga y vestir de blanco no tiene porqué ser necesariamente sabio o que el origen norteamericano de un profesor no le hace ser un buen profesor. Eso es importante. La lista de grandes maestros de yoga españoles muy reconocidos en el exterior es enorme, como es el caso de mi muy admirado José María Vigar o el ya multi-reconocido Danilo Hernández… Qué te puedo decir de Ramiro Calle, ya reconocido como el introductor en España del yoga y cuya obra  influye en todo el mundo

¿Cuáles son tus expectativas acerca de la profesora nicaragüense que llegará al Congreso de la Costa del Sol?
Es obvio que defiendo mucho lo propio: la raza, la sangre y la lengua. Esto no es excluyente, más bien es una reivindicación frente al marketing. No cierra puertas a nadie, sino que las abre hacia dentro. Por eso propongo maestros que tienen mucho que decir o que hacer. Es el caso de esta profesora, Jacqueline Lozano, que forma parte del proyecto de UCA saludable y que con 22 años se está convirtiendo en toda una figura. Espero que reciba una calurosa bienvenida y se la preste el apoyo y atención debida siendo muy comprensibles y sin prejuicios con su experiencia, nacionalidad y edad. Su taller es muy físico y divertido, yoga con calcetines para trabajar brazos y abdominales mientras resbalamos.

 La clase de yoga como asignatura la impartes en la Universidad.  ¿Qué sientes al dar clases a prácticamente adolescentes?
Lo primero es una sensación de privilegio. Te encuentras ante mentes sin formar del todo y como tales muy permeables a recibir instrucción. Son mentes inquietas, con muchas ansias de aprender y más algo considerado “exótico” o muy ligado, popularmente, a figuras públicas. Es muy divertido.

También es notoria la falta de preparación física. Eso es muy preocupante y lamentablemente generalizado en la mayoría de los países. En ese sentido los Estados Unidos son una referencia dónde su preocupación por el deporte es neurótica. No hay una buena higiene postural ni una difusión del deporte y del acondicionamiento físico en gran parte del mundo.La alimentación sigue siendo muy deficitaria generalmente, no por la cantidad, sino por la calidad y su variedad. Y eso sigue siendo universal mientras los refrescos sean la chispa de la vida.

¿Cuáles son tus últimos proyectos?
Pues seguir como hasta ahora… Once años de formación en España con más de medio millar de certificaciones. Tres ya en Nicaragua. Y nuevos cursos: rehabilitación deportiva en España con la escuela Shantalay coach alimenticio en Nicaragua basado en que comer verde no es comer sano necesariamente y en el concepto de la bio-individualidad: la dieta es individual y no generalizada. El Congreso de la Costa del Sol en septiembre, del día 30 al 2 de octubre, y en noviembre el Congreso Centroamericano en Managua, 11 y 12 de noviembre…

También visitaré Panamá en agosto para una inmersión intensiva invitado por una gran profesora de yoga para niños, Yaoska Espinoza, y Ecuador en noviembre para dos cursos organizados por dos grandes almas blancas.

A veces ser profesor de yoga supone tener una maleta en la puerta,  buscar quien cuide de tus gatas y tener cactus como plantas. Y encontrar en todas partes maestros y maestras.