Yoga por los pueblos, una experiencia personal

2017-06-29

Una feliz circunstancia que con los años se fue transformando en una motivación: llevar yoga a donde hace falta. Siguiendo la máxima que dice “Haz aquello que amas y no trabajarás un solo día de tu vida”, después de años de práctica decidí dedicar mi tiempo a dar a conocer esta actividad, compartiendo mis experiencias y conocimientos. Escribe Pablo Rego.

Desde 2008, en la Comunidad Valenciana, España, en pueblos como Almazora, Requena y Nules. Hasta la actualidad, cuando cada día voy a dar clases a pueblos de la provincia de Buenos Aires, Argentina, como Iriarte, Alberdi y Germania.

La vida en los pueblos y el Yoga

Se suele pensar que la vida en los pueblos es mucho más tranquila que la de las ciudades. Desde el punto de vista del ritmo y de la cantidad de actividad puede ser cierto, pero teniendo en cuenta el estilo de vida del mundo globalizado, la necesidad de liberarse de las tensiones se impone ante los síntomas que presentan los pobladores de estrés y enfermedades relacionadas con hábitos físicos, alimenticios y emocionales poco saludables.

Aquellos que viven a kilómetros de distancia de las grandes urbes miran los mismos canales de televisión, usan los mismos tipos de teléfonos, se comunican de la misma manera y muchas veces crean necesidades tan artificiales como las que se tienen en las grandes ciudades. La intensidad de la vida de estos tiempos hipercomunicados llega a todas partes.

Desde las primeras incursiones en las que pude compartir yoga en diferentes pueblos de España, y luego de Argentina, fui aprendiendo a dar con sencillez, a destacar la autenticidad como la mejor manera de comunicar, la transparencia en el mensaje y la contención en el aprendizaje.

Aprendí que aquellos que viven lejos de las ciudades, porque les parece mejor, muchas veces reciben lo peor de nuestras sociedades, ya que se sobrevalora la actividad económica y productiva de las ciudades y se desprotege y abandona a los pueblos, cuna de la esencia de las personas, reducto de una vida más auténtica y ecológica y con un fuerte práctica de los vínculos humanos.

Así y todo, en estos tiempos, practicar yoga también es una necesidad en los pueblos.

Mi camino como un holograma

Siguiendo la máxima que dice “Haz aquello que amas y no trabajarás un solo día de tu vida”, luego de años de práctica de yoga, decidí dedicar mi tiempo a dar a conocer esta actividad, compartiendo mis experiencias y conocimientos.

Durante mucho tiempo había practicado en silencio mientras desarrollaba otras actividades, estudiando los aspectos más profundos y menos obvios de la práctica y tratando de entender con todo mi Ser los textos y ejercicios de yoga. Al cabo de unos dos o tres años se instaló en mí la controversia de tomar el yoga como una actividad profesional, controversia que trasciende mis propios pensamientos y está instalada en la actualidad en todo el mundo con el resultado de diferentes conclusiones.

Pero, conforme pasaba el tiempo, creció en mí el impulso de compartir, de dedicar más tiempo al yoga que a otras actividades, y fue entonces cuando decidí que estaba preparado para dedicarme a guiar sesiones con la sensación de estar bastante empapado el espíritu del yoga. Y digo “bastante” porque nunca parece ser suficiente por lo infinito de este espíritu.

Llevaba tres años viviendo en España, en un pueblo de la Comunidad de Madrid, cuando mi vida dio un cambio radical y una crisis personal me condujo a abrazar con cuerpo, mente y alma la posibilidad de dar forma a todo ese conocimiento que llevaba muchos años ya cultivando por mi cuenta. Fue entonces cuando me dediqué por completo a formarme como profesor, para adquirir las herramientas didácticas y estructurales de la docencia, dentro del contexto de yoga.

Luego de realizar varios cursos de formación, comencé a dar yoga en el pueblo en el que vivía y en otro no muy lejano. Pero estaba en proceso de mudarme a Valencia por lo que aquellas clases de Majadahonda y Sevilla la Nueva en la Comunidad de Madrid, quedaron en una señal que ahora puedo sumar a al resto del camino.

Llegué a la capital valenciana en 2008 y armé mi primer estudio de yoga, “Yoga sin Fronteras”, en el centro de la ciudad, en el barrio de Cánovas. Además comencé a dar clases en otros tres lugares diseminados por diferentes barrios.

Pero, mientras me instalaba y comenzaba desde cero con esta actividad de manera profesional, con mucha ilusión, pero también con bastante incertidumbre, recibí una convocatoria, como un llamado mágico, de un pequeño empresario que se dedicaba a organizar cursos de formación profesional. Y como profesor de yoga que era, don Paco Molina quería incluir esta disciplina dentro de las posibilidades de la educación física de los trabajadores.

Este proyecto me llevó a dar clases regulares a tres pueblos ubicados fuera de la ciudad de Valencia. Allí comencé a experimentar el viaje en carretera hasta un pueblo. Conocer a unas personas con unas características particulares. Y comencé también a experimentar la comunicación y la guía de mis clases de yoga con seres ávidos de actividades, de conocimiento (que por lo general nunca habían hecho yoga), de poder vivir lo mismo que se vive en las ciudades sin tener que atravesar la dificultad de llegar hasta ellas.

Kilómetros de Yoga

Comencé a hacer kilómetros y a percibir un viaje particular. Un viaje en el que ir proyectando mentalmente la forma a una sesión de yoga, en el que reconocer a los practicantes y sus necesidades e ir diseñando a través de la intuición y el conocimiento la mejor sesión posible para todos y cada uno.

Recorría unos 60 km hacia el norte para dar clases en la provincia de Castellón, en Almazora, Nules o Moncófar; o viajaba hacia el oeste, unos 60 kilómetros, hasta Requena. Y en cada oportunidad fui descubriendo el trato amable y respetuoso de quien recibe con alegría y agradecimiento la llegada de una actividad muchas veces, aún hoy, desconocida o mal conocida.

Luego de un tiempo de realizar estos viajes, pudiendo experimentar también las clases de yoga en la ciudad, el destino me llevó a mi Buenos Aires natal, en Argentina, ciudad en la cual me instalé y repetí la experiencia de crear un estudio de yoga, en el céntrico barrio de Recoleta, en donde estuve algunos meses.

Pero luego de un tiempo volvió a repetirse aquella primera experiencia de los viajes por las carreteras españolas, pero esta vez por las rutas del interior de Argentina, en la extensa provincia de Buenos Aires.

Las clases de yoga en los pueblos empiezan ahora por el pueblo que habito, Iriarte (o Colonia San Ricardo), un pequeño pueblo a 350 km de la inmensa ciudad de Buenos Aires, rodeado de campo, cielos y horizontes. Los viajes por ruta me llevan ahora a Juan Bautista Alberdi y Germania, dos pueblos distantes unos 15 km y 35 km de mi hogar.

Llevar el mensaje, mucho más que dar clases

La experiencia de casi diez años de realizar esta actividad, la de dar yoga por los pueblos, me enseñó que la concentración de todas las actividades de nuestras sociedades deja gente afuera, incluso del yoga.

En las grandes ciudades crecieron las escuelas y los estilos de yoga, pero en los pueblos se suele pensar que yoga es una actividad menor, de pura relajación, que tienen que practicar las señoras mayores con poca movilidad. La información que poseen en la práctica tiene mucho que ver con las primeras y limitadas interpretaciones que se hacían en Occidente de la manera de cultivar, practicar y compartir yoga.

En pleno sglo XXI y con herramientas tecnológicas como las que existen hoy en día para verlo todo, en lo pequeño, en lo real, dar clases de yoga en los pueblos es una manera de aclarar cuáles son las formas y conceptos que en todo el mundo occidental ha ido tomando el yoga, debiendo ser destacados los aspectos del profundo entrenamiento físico para niños, jóvenes, adultos, adultos mayores, mujeres y hombres, y sus consecuencias positivas para la salud, la dimensión mental para encontrar un estado interior equilibrado y lo positivo de la transformación espiritual como elemento que mejora el ambiente social que se vive en las pequeñas comunidades.

Además de la práctica cotidiana y de organizar clases de yoga, la necesidad de explicar y aclarar nociones básicas, que en otros sitios como las ciudades se da por hecho, quizá sea el mayor desafío para un profesor. Y la mayor satisfacción ver una y otra vez los excelentes resultados obtenidos por los practicantes en cada sesión.

Luego de tantos kilómetros, en un camino que siempre me parece estar comenzando, no me queda más que una sensación de gratitud al yoga y a todas las oportunidades que tuve de conocer tantos seres diferentes y particulares, de explorar diferentes ámbitos, de introducir a tantas personas a la práctica de yoga, ya que desde su primera vez muchos han abrazado el conocimiento y cultivado esta amada, poderosamente transformadora y generosa actividad, convirtiéndola en algo permanente en sus vidas.

©Pablo Rego. Profesor de Yoga. Masajista-Terapeuta holístico. Diplomado en Medicina Ayurveda de India

http://yogasinfronteras.blogspot.com