En Yoga, el ejercicio es la singularidad maestra. El encadenamiento articular, la flexibilidad adquirida, desprenden en cada uno la impresión de colaborar en el ejercicio disyuntivo en el que lo previsto no es la productividad y el legado acompasado de un ritmo mecánico. Escribe María Inmaculada García Fernández.
La orden atraviesa el cerebro sin pensar, dirigimos el movimiento creado a su ejecución y procedemos al ejercicio meritorio.
En otrora permaneceremos relajados y renunciaremos al estrés de inducir encadenamientos reflejos sin proceder al ejemplo de la realización del acto.
El dirigir, el atender, el ser consciente… aproximo el momento, el instante preciso al movimiento.
¿Cómo revierte esto en mí?
En la implantación de nuevos valores, en el rechazo del mantenimiento de la actuación repetitiva.
Sin parangón, ofrece la sustitución al movimiento versado en el tratado de Conocerse, Estar, Indagar.
Alejado de la costumbre de alentar sin más, cosecho, ensayo, reconozco, valoro, acuso el recibo de hacer y recomiendo mí ejemplo a otros.
¿Qué aporta el movimiento consciente en mí? La capacidad de crear en cada instante.
El permanecer, el acudir al instante soy-estoy-escucho. Alejo de mí los pensamientos, las elucubraciones.
La actitud de estar es la respuesta.
¿Acepto la responsabilidad de estar?
¿Capacito mi esfuerzo en el hacer desde la presencia continua?
Alejo la monotonía e introduzco la capacidad moratoria dentro de mí, procedo a la conciencia del acto. Esto revoluciona en mí la relación con el espacio, con el tiempo…
Alecciono a otros con el ejemplo, la capacidad de invitar a cada uno al “ostracismo” desde la singularidad, participo en la concertación del ejercicio de otros y en la energía grupal. El resultado es magnífico.
El movimiento consciente: la capacidad de transformar el ejercicio en singularidad y ejecución maestra.
Es el sendero de la escucha y la transformación.
María Inmaculada García Fernández. Profesora de Yoga por la AEPY