Este pasado viernes 10 de marzo Rafael Álvarez, el Brujo, estrenó en Málaga Autobiografía de un Yogui, en honor a la célebre obra de Yogananda, el libro de yoga más leído de todos los tiempos. El verdadero hito es que ha sido esta, que yo sepa, la primera obra de teatro sobre yoga en España y probablemente una de las pocas en el mundo. Escribe Joaquín G. Weil. Foto: Jorge Zapata.
Y público había. Los tres días, lleno completo. Hizo bien en elegir Málaga para el estreno, que aquí somos bien forofos del yoga, y por lo que vi en el patio de butacas, creo que el público yogui superaba al público brujo.
Rafael Álvarez, el Brujo, tiene un Mental (Manomaya Kosha) bien prodigioso. Lleva en la cabeza varias obras de modo simultáneo. En breve representará en Valladolid de modo alterno El Quijote y la Autobiografía de un Yogui: “En un lugar de los Himalayas, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho que vivía un asceta…”
Sobre el escenario, el Brujo nos hace partícipes de estas circunstancias, convirtiendo al público en cómplice de su propio oficio teatral a través un continuo juego entre la realidad y la representación. Y esto sobre todo en los momentos de humor, al modo de los entremeses del teatro clásico español, donde se amenizaba con chistes y bromas la solemnidad de temas espesos. Y de estas espesuras y profundidades tampoco nos ahorra ninguna: el juego divinal de claroscuros, la realidad/la ilusión, lo espiritual materializado y la materia disuelta como azucarillo en la luz, la flecha del tiempo que lanzada desde el pasado se proyecta hacia el futuro…
El propio suspense de la obra del Brujo es previo a la representación misma. El espectador avisado, que haya leído la obra, se pregunta (mientras compra las entradas por internet) cómo podrá llevar Rafael Álvarez este libro voluminoso y denso a la escena en tan sólo un par de horas. Y por más difícil que parezca -y no voy a ser un “end killer”-, el milagro se produce. Y después de tantos vericuetos, después de las bromas y la chanzas, después de los momentos hilarantes y de los solemnes, en ocasiones entreverados, como cuando se habla de la muerte, con su parte humorística, como de chistes de velorio, al final, parece como que todo va encajando.
La profunda verdad del humor
La comicidad que emplea el Brujo a la hora de representar los textos de Yogananda no es un añadido azaroso, sino que sigue un patrón determinado: nos reímos de las circunstancias de todos estos exotismos representados por alguien de Lucena, demasiado andaluz incluso como para representar a Hamlet, pues imagínense explicando las densidades filosóficas del Kriya Yoga. Nos hace gracia porque nos vemos identificados con el actor, y por muy solemnes y por muy hindis que nos pongamos todos, cada cual pues es de Valladolid, de Bilbao, de Málaga o de donde quiera ser.
Este humor es un guiño de comprensión, una necesaria actualización de la verdad universal de lo expresado por Yogananda: la verdad es aquí y ahora, un fin de semana cualquiera. Y el público agradece que se comparta este hecho y todos los hechos. Nos sobrecogemos cuando la propia representación deambula entre el texto preparado, los olvidos, las afortunadas repentizaciones y teatrales morcillas que hacen reír hasta a sus propios técnicos de luz y de sonido, que conocen el guión y se preguntan entre azorados y divertidos cómo acabará todo esto.
Finalmente, la verdadera sabiduría siempre ha estado salpimentada con humor. Dicen de Ramakrishna de Calcuta, por ejemplo, que era descacharrante, un cómico de gran talento (casi como el Brujo de Lucena). Alguno de los escritos de su discípulo Vivekananda también los encuentro bien humorísticos. Y soy de la convicción, como ya he expresado en otros artículos, que un Cristo o un Buda, debían de ser personas necesariamente bienhumoradas. El humorismo respetuoso y fino, como es el caso, casa bien con la energía propia de la sabiduría y la santidad. Y el brujo exuda la energía por los poros casi de un modo neurocientíficamente visible, por así decirlo. Hay que tener energía a raudales para mantener al público en vilo con su sola palabra y solista representación dos horas sobre el escenario.
Hay en todo el desenfado de Rafael Álvarez una verdad profunda (incluso el público devoto así lo percibe), y pienso que ese talentoso humorismo manifiesta más respeto hacia la luz que millones de lectores vieron en la autobiografía de Yogananda, que no la mera solemnidad y el engolamiento que se aleja tanto más de la realidad cuanto más la imita.
Sobre Autobiogragía de un Yogui, mira el blog del Brujo aquí
Otro artículo de Joaquín G Weil sobre Autobiografía de un Yogui de Yogananda aquí
Quién es
Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.
YogaSala. Yoga en el centro de Málaga.
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