El yoga no es un culto, no es una religión, no son creencias sino experiencias. Se puede ser un gran yogui tanto siendo ateo como teísta o transteista. El yoga es un método para la evolución consciente y el mejoramiento humano. Escribe Ramiro Calle.
Es el precursor de la ciencia psicosomática y la primera psicología del mundo, pero es básicamente una técnica espiritual, en el sentido de actualizar los más nobles recursos del ser humano y permitirle alcanzar una mente clara y un corazón tierno.
El yoga es como un gran árbol con diferentes ramas y numerosos frutos. Las ramas son las distintas modalidades de yoga y los frutos son las técnicas y métodos específicos para liberar la mente de oscurecimientos y conseguir que aflore su prístina pureza. Las distintas ramas o senderos del yoga son como las laderas que conducen a la cima de una misma montaña. Practicar una modalidad del yoga no excluye ni mucho menos las otras, pero el aspirante puede tener predilección por una u otra ladera hacia la cima de la montaña.
Así como el Hatha Yoga trabaja conscientemente con el cuerpo y las energías, implicando también la mente, y el Radja Yoga lo hace con el entrenamiento mental y emocional, mientras que el Karma Yoga se sirve de la acción diestra y menos egoísta, el Bhakti Yoga se ayuda de la propensión devocional y el sentimiento puro.
No es un yoga religioso, sino místico, que apela a las emociones espirituales del ser humano para, activándolas, despejar la mente de impedimentos y poder fusionar la energía individual con la energía cósmica. A esa energía cómica unos le llaman Dios o el Divino, otro lo Absoluto o el Absoluto, otros Tao, Brahmán, Shiva, Mente Unica o como fuere. Pero, como reza el antiguo adagio zen, «los dedos que apuntan a la luna no son la luna».
Hay que ir más allá del pensamiento ordinario para que, a través de la intuición mística, se conecte con «aquello» que está más allá de lo conceptual. No es en la mente dual donde se celebra la experiencia de ser, sino en la no-mente o mente supramundana. Esa alta y transformativa experiencia de ser ha sido bien conocida y vivida por los grandes místicos como San Juan de la Cruz, Rumí, Kabir o tantos otros.
Unos le denominan autorrealización, otros samadhi o nirvana, otros satori o iluminación, pero el inconfundible sabor de la experiencia del ser o del no-ser es el mismo para todos. Uno de lo más grandes yoguis de la India, Ramakrishna, declaraba: «A lo que otros llaman Dios, yo prefiero llamarle Madre».
El sentido de la devoción
Hay diversas categorías de devotos. Los principiantes se sirven de la oración (que corre el riesgo de volverse mecánica y egoísta), las jaculatorias, los rituales y los mantras. Los devotos un poco más avanzados comienzan a desligarse de los automatismos religiosos para atender hacia los adentros y encontrar la gracia no solo fuera sino en el propio corazón. Los devotos maduros se sirven de la meditación, la contemplación, el desasimiento y la acción altruista.
Bhakti es un amor intenso por la deidad, un anhelo de fundirse con ella, de la que en realidad, para el bhakta (devoto) nunca ha estado separado. El devoto avanzado dirige sus pensamientos y actos al Divino. Poco a poco se va liberando de las cadenas del ego y, por tanto, de la vanidad, la arrogancia y la infatuación. El devoto genuino refunde todos sus deseos en un anhelo de orden superior: la unión con el Divino. Va superando sus apegos y desidentificándose de lo sensorial para encauzar todas sus energías hacia el Poder más alto. Es la búsqueda del amor por el amor mismo. Uno se vacía de todo para llenarse del Absoluto.
El devoto maduro jamás se precipita en el dogmatismo y mucho menos en actitudes fanáticas. No juzga a los otros, no impone sus convicciones, es respetuoso con toda creencia o con ninguna. En el rostro del Amado ve el rostro de todas las criaturas sintientes. Es comprensivo y permisivo, porque sabe que «el espíritu está presto pero la carne es débil». Como le decía un maestro sufí a sus discípulos: «Porque soy débil comprendo vuestra debilidad». El devoto genuino ve al Ser en todas las criaturas. A través de la verdadera humildad y la compasión uno abre una senda hacia» aquello» que no puede ser pensado pero hace posible nuestros pensamientos, hacia «aquello» que respira por nosotros y está más cerca de nosotros que nuestra propia yugular.
Ramiro Calle
Más de 50 años lleva Ramiro Calle impartiendo clases de yoga. Comenzó dando clases a domicilio y creó una academia de yoga por correspondencia para todo España y América Latina. En enero de l971 abrió su Centro de Yoga Shadak, por el que ya han pasado más de medio millón de personas. Entre sus 250 obras publicadas hay más de medio centenar dedicadas al yoga y disciplinas afines. Ha hecho del yoga el propósito y sentido de su vida, habiendo viajado en un centenar de ocasiones a la India, la patria del yoga.
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