José Manuel Vázquez sigue el relato íntimo de su experiencia meditativa en esta quinta parte del artículo ‘Meditar, la aventura del conocimiento’ (ver las entregas anteriores al final de esta página).
Llegó el momento de meditar 2
Dejo pasar unos días y vuelvo a sentarme a meditar. Después de un tiempo ha vuelto la inquietud y creo que me vendría bien parar unos minutos a observar que hay detrás de ello. A ver qué pasa. Me coloco y no acabo de estar cómodo pero tampoco estoy mal. Mi mente la noto más dispersa que de costumbre. No sé por qué. Quizás tenga que ver con el estrés del trabajo. El caso es que oigo a la vecina de abajo, oigo la vieja casa que cruje y responde al viento, oigo barullo en las escaleras. El sonido de la calle, antes imperceptible, ahora suena en mi cabeza. Pienso en todas esas personas conduciendo por las arterias de la ciudad, como las células que viajan por la sangre de un gran organismo. Escucho los latidos de mi corazón. No sé cómo he llegado aquí. Me aturde un poco. Yo no quiero pensar en nada pero al final me dejo y siento como mi cuerpo me agradece que le dé su espacio.
Todo empieza a retumbar. Esto va a ser un ataque de ansiedad, me digo recordando el último artículo que he leído en prensa especializada. Hay gente que se muere de un ataque al corazón. Me viene la imagen de mi entierro. No hay nadie. Nadie me quiere, pienso, y a continuación me veo saliendo de mi cuerpo diciendo: mejor, por fin soy libre. Me veo como un ángel atravesando el cielo sobre Berlín, escuchando lo que piensa la persona que está a mi lado e iluminando algún pensamiento que lo libere de su pequeña cárcel. Me siento bien. Me susurro a mí mismo que todo está bien. Se me abren los ojos, hay lágrimas en ellos que no acaban de brotar. Siento mucha gratitud. Me calmo. Necesito algo caliente. Todo transcurre con calma, lento, tengo tiempo, no es necesario salir bruscamente al mundo.
Hoy estoy hiperactivo. He hecho mil cosas. Me siento satisfecho pero ¡a ver quién para esto ahora! Me siento y cierro los ojos. Contra todo pronóstico toda esta energía que bulle por mi cuerpo empieza a seguir líneas concretas de flujo por él. Visualizo un círculo, la periferia redondeada y su centro. Me coloco en medio. Estoy dentro de una esfera cuyo núcleo está por detrás del esternón. Todo el ruido que queda en mi cabeza se va en oleadas retirando más allá de los límites de esa esfera. La respiración acompaña en flujos y reflujos este proceso lento y gradual.
Noto mi cerebro que se desconecta y el sistema nervioso empieza a recargar pilas. De alguna manera me llega la implicación de todo aquello que hice hoy. Me llega de forma natural y veo las implicaciones que eso tiene para mi futuro. Todo eso sucede al margen de mí. Mi cerebro sigue desconectado. La esfera se hace grande y el núcleo absorbe toda esta energía extra que traía. Me tiro un buen rato ahí (luego compruebo que lo que yo llamo un rato han sido en realidad 40 minutos de reloj). Cuando siento que ya es suficiente, recojo la esfera y me preparo algo de cenar ligero.
Mañana debo tomar una decisión muy importante en mi trabajo y tengo la cabeza que me va a estallar. Demasiada información que valorar. Muchos factores a tener en cuenta. Desarrollo profesional, cambio de residencia, pareja, familia, compañeros de trabajo, dinero… Las expectativas, los miedos y las dudas no me dejan pensar con claridad. De momento no quiero hablar con nadie del tema. Aunque sea tarde me siento a meditar. Sigo mi protocolo de alineación y me limito a vaciar y a soltar. Hoy no voy a decidir nada, hoy voy a dejarme llevar. Observo los pros y contras que el piloto automático de mi cerebro proyecta en mi espacio mental. Respiro y me vacío, dejo partir. Estoy inquieto, me da igual. Me quedo vacío y dejo que el aire llegue sin esfuerzo. A veces me ahogo. No importa, exploro esa sensación sin prisa y encuentro que todo vuelve a fluir. Parece que se aligera la carga, que las voces internas siguen pero en un segundo plano, luego en un tercero, cuarto, hasta ser un murmullo en el que me adormezco. Se me cierran los ojos. Intento abrirlos, estoy tan cansado que decido irme a dormir. Me tiro en la cama y me dejo ir. Lo siguiente que recuerdo es que me despierto a las 8:00 de la mañana con una idea clara en la cabeza: siempre y cuando pueda negociar mis días libres y haga antes un viaje de inspección de mi lugar de trabajo, todo irá bien. De lo demás no he de preocuparme.
(Este artículo continuará próximamente)
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José Manuel Vazquez. Profesor y formador de yoga y fundador de Yoga Orgánico.
Comienzo de los nuevos Cursos de Formación 2016-2017 para instructores y profesores de Yoga, en octubre.
Contacto: 91 310 51 81/ info@yogaorganico.org