Este es la segunda parte del artículo ‘Meditar, la aventura del conocimiento’ (ver 1ª parte). Las técnicas de meditación, independientemente de su procedencia, pertenecen a quienes las practican. Son un bien común que está a disposición de todos. Pero ¿qué nos aporta la práctica meditativa a los urbanitas inquietos aquí y ahora? Escribe José Manuel Vázquez.
La consciencia dialoga con la ignorancia
Les tengo que confesar que la ignorancia, tanto la propia como la ajena, es una de las cosas que más me han asustado, entristecido y cabreado desde muy pequeño. Aceptar algo sin entender; no poder comprender algo que se supone obvio. No tener ningún tipo de control sobre los actos derivados de la ignorancia; la imposibilidad de detener el evidente desastre. La negación de cuestionar, dialogar, reflexionar sobre las cosas; dar por hecho la idiotez y prejuzgar; rechazar lo nuevo, rechazar lo viejo porque sí. Las creencias masivas que son medias verdades, los pensamientos a 0´60 y que se repiten hasta que se instalan en nuestro cerebro anulando cualquier atisbo de sentido común… Pero sobre todo me tocan especialmente la injusticia y la incomunicación que la ignorancia genera en aquellos que son, sienten y piensan diferente, y en muchas ocasiones con razón.
La ignorancia tiene sus razones, aunque su lógica irracional posiblemente sea un poco mezquina. El conocimiento también tiene sus limitaciones y perversiones asociadas al abuso de poder. Ambos mantienen una relación ambigua y difícil que paradójicamente parece acelerar el desarrollo de la consciencia. He aprendido a ser respetuoso con la ignorancia y precavido con el conocimiento para poder aprender de una y del otro. Aunque la ira, la excesiva crítica, el dolor, la indolencia e incluso el autoengaño pueden ser humanamente parte de ellos, quiero pensar que la consciencia, siendo el último posible destino de la ignorancia, es previa al conocimiento y estimula a éste último.
Dice la tradición india que la ignorancia (avidya) es la causa última de nuestros padecimientos, ya que nos condena a repetir los mismos errores una y otra vez y de ésta manera nos encadena a la rueda de la existencia (samsara). De ser así, ser conscientes de nuestra ignorancia es la primera y necesaria condición para emprender nuestro viaje al conocimiento (viveka).
Si fuésemos brutalmente honestos diríamos que nos encontramos sumergidos en una ignorancia de proporciones cósmicas. No tenemos certezas de casi nada. Cuanto más profundizamos en el estudio de algo más nos damos cuenta de la dificultad de abarcar todas las variables de ese algo. El común de los mortales nos hacemos una idea más o menos elaborada de las cosas y vamos tirando con ello. Sin querer, nos vamos convirtiendo en unos ignorantes ilustrados que, con cierta dignidad, acumulamos errores y hacemos como que no pasa nada. Para compensar, vamos asumiendo imperceptiblemente un cierto grado de dolor llevadero y redentor. La mente deja de comunicarse con el cuerpo y empezamos a vivir en un mundo paralelo al que nos transmiten los sentidos. Acabamos divididos y emocionalmente tocados. En el mejor de los casos, ha llegado el momento de parar, deshacer lo andado y asumir los costes. Aprender de los errores es una habilidad muy útil a la luz de lo mucho que nos equivocamos.
Meditar no es una moda, ni el complemento ideal de una vida “fabulosa”; sino más bien una necesidad, una opción óptima para personas que, como a uno mismo, les suceden cosas y no saben del todo qué hacer con ellas.
(Este artículo continuará próximamente)
José Manuel Vazquez. Profesor y formador de yoga y fundador de Yoga Orgánico.
Comienzo de los nuevos Cursos de Formación 2016-2017 para instructores y profesores de Yoga, en octubre.
Contacto: 91 310 51 81/ info@yogaorganico.org