No cree en los ángeles y tampoco en los gurús, aunque es un experimentado (e independiente) profesor de Yoga Iyengar. Eso sí, se limita a enseñar a practicarlo lo mejor que puede. Rechaza atribuirse otras competencias, y menos que ninguna otra la de teorizar, impartir doctrina y usar grandes palabras.
Empezó a hacer Yoga en el centro Sivananda de Madrid. Luego conoció el Yoga Iyengar y le encantó. “Pero había algunas cosas que desde el principio me producían ciertas dudas, algo que no me encajaba bien”. Catorce años después de este “desencuentro amoroso” (en sus propias palabras), Ramón Clares se ha asentado en sus clases de Yoga Iyengar de Yoga Center de Madrid. “A lo largo de todos estos años he procurado que este yoga conserve toda su esencia pero sin que se le pegasen otros aspectos de tipo dogmático o sectario que me a mí nunca me gustaron y con el tiempo me gustan menos”.
Cuando apareció Yoga Center en su vida, “me ayudaron muchísimo porque yo entonces estaba necesitado de apoyo”. De allí salió la primera promoción de profesores Iyengar (en España) no acogida a los circuitos ordodoxos. “Siempre quise que este yoga pudiera ser estudiado, pero sin tener que pagar el tributo de un ambiente devocional al gurú. Nunca he querido discutir ni ofender, sino plantear una alternativa para quien la quiera usar”.
¿Qué motiva a un profesor a seguir dando clases cada día en el mismo centro durante 14 años?
La práctica, a mi me sustenta la ilusión por la práctica; desconozco otra motivación.
¿Cómo entiendes la espiritualidad?
Nunca la tratamos de forma académica; cada uno la puede entender de forma diferente. La espiritualidad es un camino personal en la vida de cada uno. Y el Yoga está aquí como apoyo, como referencia, para mí fundamental, pero yo nunca pondría un cartel diciendo “aquí se enseña espiritualidad”.
¿Cuál es para ti la esencia del Yoga?
Si digo la práctica, va a quedar aburrido. Mis alumnos se lo toman un poco a risa cuando les digo que no tengo ni idea de lo que es el Yoga. Pero es cierto, aunque paradójicamente puedo manejarme con él, puedo explorar, puedo beneficiarme de esta práctica. Si tuviera que dar una definición tendría que acudir a los Yoga Sutras y demás fuentes. Aunque creo que eso también debería de ser una interpretación personal de cada uno. Lo que a mí me aporta la práctica puede que no sea lo mismo que lo que te aporta a ti. Así que yo procuro no dar definiciones radicales o rotundas sobre Yoga. Prefiero enseñarlo.
¿Es el Yoga Iyengar el más respetuoso con la práctica física?
Bueno, ya sabe que el señor Iyengar dice que no hay posibilidad de separar lo físico, lo mental y lo espiritual; yo me acojo a ese criterio, como a la mayoría de los criterios de Iyengar a la hora de abordar la práctica. Yo diría que es un método respetuoso, y no sólo con lo físico, sino con toda la persona. Pero pienso que lo de respetar depende menos del estilo que de los profesores, y de si la práctica respeta al alumno o si pasa por encima de él.
¿Qué encontraste tú en Yoga Iyengar para decantarte definitivamente por él?
En principio, materia para trabajar, porque yo andaba buscando un escaloncito más. En Sivananda me fue muy bien en mi primer contacto con el Yoga, pero entendí que necesitaba algo más. El segundo escalón fue pasar a mi Yoga Iyengar, ya como independiente.
¿Y qué camino has elegido para avanzar en tu Yoga Iyengar?
No lo sé. Yo no he caminado solo sino con mis alumnos y mis compañeros. Como dirían los agricultores, hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Esto significa que, con todo el arsenal que proporciona el Yoga Iyengar, tratamos de que todo el que venga aquí pueda practicar. Y siempre, al servicio del alumno, que no está aquí para pasar de nivel ni para batir récords. Yo hacía atletismo y conozco esa obsesión de ir batiendo récords, y está muy bien durante una determinada época de tu vida, pero no para el Yoga. Aquí enseñamos principios de práctica que los alumnos más avanzados aplican a posturas más complejas, pero los principios no cambian.
¿Qué tienen que aportar los alumnos?
No se lo ponemos facilito, pero la dificultad aquí no pasa por el plano atlético sino por tener unas condiciones mínimas de atención y de interés.
¿Por qué a alguien le conviene practicar Yoga?
Porque no hay muchas alternativas a la hora de recomponer un cuerpo castigado. Y puede ser castigado por muchas causas: por motivos laborales, deportivos… Casi no hay nadie que venga a probar que no tenga algún tipo de tensiones cervicales, lumbares, rodillas operadas, etc. Y no hay otra actividad que ayude como el Yoga. Gente que no podía correr, vuelve a correr; gente que le gustaba algún tipo de baile y se había machacado, puede volver a hacerlo. Yo venía desahuciado del deporte, y empecé a hacer Yoga porque casi no podía hacer nada. Y con el tiempo he vuelto a recuperar cosas que hace 20 años pensaba que ya había perdido para siempre.
¿Tan mal estabas?
Hecho un cuadro. Un accidente de montaña me dejó con vértebras aplastadas y un corsé durante siete meses. No sé dónde entra aquí la espiritualidad, pero yo sé lo que es la frustración, el dolor, y cómo vas superándolo con la fuerza interior que el Yoga te obliga a sacar. Creo que todos los que vienen aquí a probar… pueden vivir mejor.
¿Y conocerse mejor a sí mismos?
Depende de la persona. El hecho de que yo sea profesor de Yoga no me faculta para entrar en estos asuntos. Yo aquí reparto Yoga, el mejor que puedo.
Y con mucha humildad…
No, creo que es más bien sentido del ridículo, y yo tengo mucho. No me gusta meterme en jardines que no son los míos. Los profesores de Yoga tienen que pararse a reflexionar cuál es su papel. Hay psicólogos, terapeutas, profesionales que pasan consulta, e igual que a mí no me gusta que el médico usurpe mi territorio, yo tampoco voy a usurpar el del terapeuta.
¿Qué mensaje quisieras transmitir a las personas que van a iniciarse en el Yoga?
El mundo del Yoga no es diferente al de fuera. Yo he vivido cosas muy bonitas en ese mundo y cosas muy feas, igual que fuera. Les diría a esas personas que empiezan que cuenten con ello. Da igual los carteles que se pongan en la puerta; hay que entrar, hay que discriminar… y hay que tener suerte. No existen burbujas mágicas; la vida es la misma, y mejor que sea así.