De vez en cuando les recuerdo a mis alumnos en las clases de meditación aquello de «después del éxtasis, la colada», porque muchas veces nos extraviamos en toda clase de elucubraciones, especulaciones, fantasías metafísicas, y nos perdemos la realidad contundente de lo que es. Escribe Ramiro Calle.
El espíritu y la materia caminan codo con codo, y lo importante, como dicen muchos sabios, es tener las manos en la obra, la mente conectada con lo Alto y que ni una onda de inquietud alcance el cerebro. Pero nadie puede dejar de obrar, e incluso un liberado-viviente sigue teniendo que atender sus necesidades básicas y no puede vivir del aire, por muy romántico que ello pudiera resultar para las fantasiosas mentes de la denominada Nueva Era.
Tiene que respirar, comer, asearse y resolver sus necesidades fisiológicas y, por cierto, si le atormentasen, a pesar de estar iluminado, padecería dolor. A la gente, dando rienda suelta a su incontrolada o dislocada imaginación, le gusta pensar que el iluminado es impasible a todo, levita cuando quiere y donde quiere, tiene abierto el tercer ojo que todo lo ve y está por encima de sus necesidades básicas. Pues no. Y eso le hace más meritorio. La iluminación humaniza, no deshumaniza.
Por mucho que se nos diga que todo es maya, o sea ilusorio, lo cierto es que una migraña hace mucho sufrir y uno no se queda impasible ante un severo dolor de muelas. Hay que moverse en los dos planos, el que podríamos denominar suprasensorial o suprasensible, pero también en el de lo cotidiano. Hay una historia muy significativa:
Un maestro está durante años diciéndoles a sus discípulos que todo es ilusorio. Un día muere su hijo y comienza a llorar desconsoladamente. Los discípulos se lo echan en cara y él declara: «¡Es que es tan doloroso perder un hijo ilusorio en un mundo ilusorio!».
Por eso hay que aprender a desenvolverse en los dos planos. En una ocasión le pregunté a un mentor espiritual qué definía a una persona sabia, y repuso: «Que sabe navegar en los dos océanos: el de la vida exterior y el de la vida interior». La vida de cada día está aquí, siempre cuenta, pero podemos impregnarla de espiritualidad y un
sentido de autodesarrollo y automejoramiento.
No sin esfuerzo
Hoy en día se están dando una serie de movimientos pseudoespirituales que a menudo nos hace vivir de espaldas a las auténticas enseñanzas. Se han puesto de moda los neoyogas (que nada tienen de yoga), el neotantra o el neovedanta, y demasiadas veces se sesga o distorsiona la genuina enseñanza. Se han puesto de moda esos autores de best-sellers «espirituales» que aseguran haberse iluminado de jóvenes y con toda naturalidad. Engañan a la gente y la hacen pensar que pueden evolucionar conscientemente sin esfuerzos. Es una peligrosa falacia.
El mismo Buda declaró: «No conozco nada tan poderoso como el esfuerzo para combatir la pereza y la apatía». Y también dijo: «Los grandes del espíritu señalan la Ruta, pero uno mismo tiene que recorrerla». Y se recorrre solo con
mucha motivación, esfuerzo, firme propósito y la práctica incesante. Solo mediante el gran esfuerzo se puede llegar al esfuerzo sin esfuerzo.
Las enseñanzas deben ser validadas mediante la experiencia personal. El yoga no se mueve por creencias, sino por experiencias. Y la actitud yóguica hay que conducirla a la vida de cada día. Lo que tenemos que entender es que lo que verdaderamente nos va a transformar es la práctica, y que nos va a modificar psíquicamente de tal modo que luego podremos mantener una actitud de armonía en la vida de cada día, a pesar de sus dificultades y vicisitudes.
Seguir un método es imprescindible, pues de otro modo uno se pierde en ideas e incluso cree que está despertando y cada día está más dormido. La vida de cada día se torna la gran maestra,y es un reto que nos permite ver en qué grado de verdad estamos madurando emocionalmente y avanzando espiritualmente. No podemos acceder a un plano de consciencia más elevado si no llevamos a cabo el trabajo interior. Es más fácil hacer metafísica barata, pero eso no transforma; es más sencillo perderse en ideas espirituales, pero eso no modifica. Lo que realmente nos va mutando es incorporar las enseñanzas a nuestra vida diaria y persistir en la práctica.
Ya lo dijo Kabir, dirigiéndose a sus discípulos: «Miradme a mí, soy un esclavo de mi propia intensidad». La voluntad es necesaria. La gracia solo surge dentro de nosotros cuando ponemos los medios y condiciones para ello.
Los neoyogas, el neotantra o el neovedanta, prometen mucho, pero no dan nada. Son un analgésico espiritual o un
placebo, pero nada más. La iluminación está en nosotros, pero hay que ganarla. Si avanzamos o no, si nos estamos engañando o no, eso lo podemos constatar en la vida cotidiana, de acuerdo a cómo y con qué actitud encaremos los acontecimientos, banales o importantes, gratos o ingratos, del devenir de cada día.