Puede ser que a cada uno nos surja una emoción diferente cuando escuchamos la palabra compasión: amor, pena, empatía, lástima… Pero la compasión es mucho más que eso: es un camino de evolución. Escribe Isabel Ward.
La compasión es un aspecto integrado en las tradiciones orientales. En nuestra cultura, fue a principios del siglo XX cuando se empezó a estudiar la empatía en relación con el comportamiento humano.
No obstante, el mayor interés se ha suscitado en los últimos años, en los que a través de imágenes del cerebro obtenidas por medio de escáneres y resonancias se ha empezado observar cómo se activaban ciertas áreas del cerebro ante determinadas conductas. Tras aplicar el método científico a determinados grupos de pacientes, se está llegando a la conclusión de que el cultivo de la compasión conduce a la felicidad: mayor compresión, tranquilidad y empatía.
El cultivo de la compasión tiene como objetivo potenciar aquellas áreas cerebrales donde reside la felicidad. Por tanto, si consideramos que uno de nuestros objetivos principales es ser felices, puede resultarnos positivo y atractivo desarrollar la compasión.
Es obvio que aquí surge la primera cuestión: ¿qué es la felicidad? No nos vamos a extender en este punto porque es elemental que, con mayor o menor margen de acierto, todos conocemos qué nos hace sentirnos bien o felices. Pero hay una felicidad muy profunda que no está condicionada a ningún aspecto externo, sino que emerge de nuestro interior o de la visión que tenemos de nosotros y del mundo que nos rodea.
Darse cuenta de las emociones
Muchos de nosotros estamos sometidos a emociones que afectan a nuestro comportamiento y a las elecciones que tomamos en nuestra vida. Creemos que somos esas emociones, emociones que llegan incluso a causarnos mucho dolor: como la rabia, los celos, la envidia, la baja autoestima, el miedo, el odio… Normalmente no nos damos cuenta de cómo emergen, a veces ni somos conscientes de esos sentimientos, pero el modo en el que vivimos nuestras experiencias confirma que no nos sentimos satisfechos con nosotros o con nuestra vida.
Esas emociones impiden la completa expresión de nuestra verdadera naturaleza, y por tanto al comprenderlas y dejarlas ir nace una felicidad profunda. Es como haber sido ciego o preso y de repente ver o ser libre. Se produce la dicha. La cuestión ahora es conocer cuáles son esas emociones o esos aspectos que nos impiden ver y si estamos listos para afrontarlos, comprenderlos y dejarlos marchar.
Aquí la compasión implica habitar la experiencia dolorosa; incorporarla plenamente y aprender a aceptar su presencia. Es decir, profundizar en la emoción dolorosa o en el acto que desencadenó esa emoción. Sé que esto puede provocar un cierto rechazo… Estamos tan cansados del dolor que tenemos dentro que no queremos ni oír hablar de él. Huimos de él y lo único que hacemos al rechazarlo es ocultarlo en un cajón interior que cada vez se va haciendo más grande. Hay que alcanzar a visionar; hablar del dolor no implica abatirse ni dejarse caer en los brazos de la depresión. Hablar del dolor significa reconocerlo, reconocer la fuerza energética que hay en él. Esa fuerza puede ser reconducida, puede ser dirigida hacia los actos de voluntad necesarios para alcanzar la visión que resucita la claridad y la intuición. Es esta intuición la que nos muestra la resolución del sufrimiento ajeno y propio, nos abre el corazón, nos conduce a la experiencia de profunda felicidad.
Cuando vivimos una experiencia traumática estamos sumergidos en ella y cuando se pasa queremos olvidarla y no saber nada más. En casi todas las ocasiones, esas experiencias provocan un cambio profundo en nuestra vida y en nosotros mismos. Muchas veces, como una rueda kármica, se van repitiendo a lo largo de nuestra existencia. La pregunta aquí es: ¿tienen estas experiencias que ser siempre traumáticas? Las experiencias vividas, ¿las hubiéramos llevado mejor o nuestra actitud hubiera sido distinta si nos hubiéramos relacionado con mayor comprensión con nosotros mismos y por ende con lo que o quienes nos rodeaban?
La herramienta de la atención plena
Cuando nos referimos a cultivar la compasión, nos referimos a lograr la calma y el bienestar que deriva de potenciar nuestras relaciones; la relación con nosotros mismos, la relación con los demás y la relación con el mundo que nos rodea. Desde este enfoque, la compasión es la vía para potenciar la capacidad que todos tenemos para relacionarnos con aquello que genera conflicto en los otros y en nosotros mismos. Cuando alcanzamos comprensión, alcanzamos libertad y se produce la sensación profunda de felicidad.
La verdadera compasión también implica abrirse a la alegría y sus causas. El sentirnos contentos por nuestros logros y por los logros de los demás. Darnos realmente cuenta de cuáles son nuestros aspectos positivos, como podemos potenciarlos y abrirnos a aquellas situaciones y comportamientos que nos hacen sentirnos bien.
En la práctica, la atención a situaciones de dolor y alegría se combina con el fin de observar las emociones que emergen. A veces, vivir constantemente experiencias de dolor y alegría puede producir desequilibrio. Es por ello necesario el uso de la atención plena. Es decir, la práctica de la compasión debe ser acompañada con la práctica de la atención plena o viceversa.
Se trata de alcanzar el equilibrio entre estas dos emociones opuestas de dolor y alegría. Es en el equilibrio donde podemos permanecer bajo control. Ni sentir avidez ni ansia ante la felicidad ni sentir sufrimiento ante el dolor. Comprender las causas y efectos del dolor y de la alegría nos conduce al estado de ecuanimidad: la visión clara y limpia de la realidad.
Isabel Ward
Curso intensivo sobre el Cultivo de la compasión
Lunes 12 de octubre, de 19.00 a 21.00 hrs. Aportación: donativo voluntario
Todos los miércoles de 19.00 a 20.00. Coste mensual: 25 €
Información e inscripción: info@retiroanandamaya.com
Isabel Ward es profesora y fundadora del centro de Yoga Anandamaya, y lleva profundizando en las enseñanzas del yoga desde más de 12 años.
Su vocación es proporcionar herramientas con las que cada persona pueda emprender el camino hacia el bienestar interior. Para ello, se ha abierto al estudio y practica de corrientes enmarcadas dentro de los ámbitos del budismo y la psicología.