Hay una parábola de Buda que ejemplifica el espíritu práctico. Una persona pasea por el bosque y de repente le alcanza una flecha. Con la flecha clavada en un brazo, la persona no se detiene a pensar de qué está hecha, ni cómo era el arco desde donde se disparó, sino que pretende escapar del peligro, quitarse la flecha de encima y curarse lo antes posible. Escribe Joaquín G. Weil. Foto Jorge Zapata.
Lo que esta historia simboliza es que cuando estamos en un momento de apuro lo que queremos es ponernos a salvo sin más averiguaciones. Por expresarlo con otra comparación, somos como el héroe Teseo, con el hilo de Ariadna en las manos como única ayuda para escapar del Laberinto del Minotauro. Queremos rebobinar el hilo, o el vídeo o la película, para averiguar cómo nos hemos metido en este lío en el que ahora estamos.
Incluso el Buda o el Cristo tuvieron su motivo de desazón desde el inicio. En psicología se dice que los místicos cristianos por lo general tienen carencia respecto a la figura del padre. En la película sobre la vida de San Agustín dirigida por Christian Duguay, en el momento de su conversión exclama «Padre, padre», y no se sabe si se refiere a Dios Padre, al obispo Ambrosio que lo adoctrinaba o a su propio progenitor que ejemplifica la figura del padre ausente. Por fin, durante un breve fotograma, aparece (como visión o alucinación) la imagen de su propio padre, que luego es sustituida en el filme por la del obispo Ambrosio.
Por su parte, los místicos budistas tienen carencias respecto a la madre. Esta circunstancia se hace absolutamente cierta en el más famoso maestro budista zen, Eihei Dogen, por ejemplo, pues perdió a su madre siendo niño, sufrimiento que le impulsó en su búsqueda mística. De esto también hay película.
La explicación mítica de este fenómeno está en que el Cristo tuvo una infancia carente de padre (José, se dice, no era su verdadero padre). Y por su parte Buda tampoco conoció a su madre, que murió al darle a luz, con lo que tuvo que ser criado por su tía.
Uno de los mayores engaños o ilusiones es considerar que aunque nosotros, cada cual, vivimos en la desazón o perplejidad, por ahí hay personas que gozan de la claridad y la felicidad de una vida “normal”, y por tanto nuestro sufrimiento o confusión deriva de esa supuesta anomalía. Este es el fundamento de la otra gran parábola búdica al respecto, la famosa del grano de mostaza.
A una madre se le muere su único hijo querido. Podemos imaginar el dolor tan arrasador que padecía cuando se presenta ante el Buda con el cuerpo sin vida de su pequeño en los brazos. Ha escuchado hablar de la fama del iluminado Gautama y le pide por favor que traiga de nuevo a su hijo a la vida. El Buda dice que sí, que puede hacerlo, pero que antes, para poder elaborar un remedio mágico, necesita un grano de mostaza que venga de una casa donde nunca haya muerto una persona. En el viejo poblado la madre esperanzada busca ese ingrediente mágico. Todos quieren socorrerla y darle el grano de mostaza que le devolvería a su hijo, pero uno y otro dicen que lo sienten pues también en sus casas murió alguna persona: hijos, padres, hermanos, etc. La mujer, como es lógico, no consigue recuperar a su hijo, pero comprende que su dolor no es único, sino compartido por todos los seres humanos.
Aunque por ahí hay o debe haber personas sublimes, grandes seres realizados, bagawanes o iluminados, personalmente no he conocido ninguno, siempre llegué tarde, ya se habían ido, estaban en otro lugar o habían pasado a mejor vida, y sólo quedaban sus palabras en escritos o en testimonios de sus discípulos o tal vez en algún vídeo. Igual me ha pasado con los milagros: presencié alguno, pero siempre me pillaron distraído, mirando para otro lado.
Hay personas que prefieren santos de carne y hueso (aunque no sean ni tan santos ni tan sublimes) y no aquellos otros de escayola aupados en una peana donde podemos proyectar tranquilamente todos nuestros iconos del inconsciente colectivo, y en lo personal todos nuestros ideales y anhelos, en la confianza de que un trozo de escayola o de piedra jamás nos defraudará. Siempre seguirá siendo eso: una figura inmóvil.
Motivación y yoga
Todos estos ejemplos y símbolos para decir que cualquier exploración yóguica de la mente parte de una motivación personal: alcanzar mayor paz, equilibrio o felicidad. No nace de la mera curiosidad o el afán de aumentar nuestra cultura o conocimiento científico. Cada vez que me ha contactado alguien o ha visitado nuestras actividades de yoga o meditación declarando al principio que no le movía un afán personal, sino que quería hacer un estudio objetivo, una investigación científica o un estudio académico, le he invitado a participar y a que investigue, por los motivos que quiera. Si bien siempre he entendido que por mucho que el pretexto superficial y declarado fuera un estudio imparcial y neutro, si se sondea en el inconsciente profundo o en el mero curso de los hechos, sin duda reconoceremos que la motivación verdadera es otra: saber de sí, y no por mera curiosidad, sino para alcanzar una vida más saludable y plena.
Y aunque evidentemente haya otros medios, sin duda el yoga y la meditación sirven a este propósito y con un afán positivo y benéfico de progreso. De dos modos: primero conociendo las circunstancias actuales de nuestro cuerpo y nuestra mente (siempre mejorables); y en segundo lugar, lo que es más importante, moviendo entonces nuestro cuerpo, respiración, emoción y mente hacia un estado más libre, luminoso y positivo.
Esta es la gran aventura de nuestra vida, nuestra gran oportunidad, nuestra gran potencia y posibilidad como trataré de explicar en el evento «Exploración Yóguica de la Mente» a celebrarse el jueves 12 de marzo en la Facultad de Psicología de la Universidad de Málaga, y allá donde se me invite a hacerlo. Siempre a vuestro servicio. Gracias.
(Ver vídeo relativo al acto «Yoga como herramienta de autoconocimiento y creatividad« en la Facultad de Ciencias de la Educación de Málaga en 2014, con Rafael Valencia en postura sobre la cabeza, Cris Casado ante los cuencos, Isabel Martínez meditando y Joaquín G Weil de pie).
Quién es
Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga, director de Yoga Sala Málaga y coordinador pedagógico del primer curso con acreditación oficial en España. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.
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