Sección “Yoga Pirata”, crónicas irreverentes, a veces divertidas y siempre profundas de Roberto Rodríguez Nogueira, profesor de yoga, blogger y escritor.
Amo dos posturas: tumbado en la cama y cualquier cosa con bandhas.
Tumbado en la cama soy, como todo el mundo, todo un yogui. Esa la mantengo durante horas sin esfuerzo, con el cerebro absolutamente pasivo y el cuerpo ya no solo alineado sino ensanchado en todas sus dimensiones. Sin la menor de las dudas es mi ásana favorita. Una mano en el pecho, otra en la tripa, el gato en las piernas (según algunas escuelas el gato no es imprescindible; el gato no está de acuerdo).
Como practicante me gustan todas las posturas que conozco, pero lo que más me gusta es el aparente espacio en blanco entre una y otra, cuando una postura ha dejado de ser y la siguiente aún no es. En ese aparente vacío de sustancia al que los yoguis encontraron nombre, vinyasa, me encuentro en mi esencia: tránsito, movimiento.
Este año tocan bandhas
La hora bruja. Depende del año el vacío vinyasa se me llena de acción o de receptividad. Este año tocan bandhas: mantener activos el transverso y el suelo pélvico, las costillas inferiores en su sitio, los omóplatos donde deben y el cuello estirado (entre otras tantas cosas). Los bandhas se han vuelto a convertir en un estupendo desafío que no cesa cuando llega la postura, y que la sobrevive, atravesándola hasta el siguiente vinyasa. El año pasado fue el trance de dejarse ir, el anterior la ligereza sin esfuerzo, fluir con gracia, así van unos cuantos.
Estoy en una fase minimalista que no acabo de comprender y que no sé adónde me llevará. Todo se concentra en el tronco, “la caja” en Pilates: las líneas imaginarias que unen hombros y caderas. Y dentro de la caja todo surge desde un espacio en blanco, o todo lo contrario, una agujero negro de magnetismo colosal: el espacio bajo el ombligo que absorbe hacia él costillas inferiores y perineo, escápulas y muslos, y se apoya sobre la pisada contra el suelo y empuja la cabeza contra el cielo, extendiendo los brazos, como alas que hacen volar el corazón. Todo movimiento que surge desde ahí comienza viviéndose lento, pesado, duro, pero la perseverancia hace que se vaya volviendo fluido, lleno de gracia y fuerza.
Todo movimiento que surge de la activación de los bandhas (el núcleo o powerhouse o centro en Pilates) se expande ordenadamente con la respiración, se articula a lo largo y ancho del cuerpo alineando posibilidades de trabajo que al señalar las debilidades personales multiplican el nivel de esfuerzo exponencialmente. Los puntos débiles no se fortalecen sin usar la calma, la fuerza y la inteligencia, y se nota perfectamente. No cabe hundirse en ellos y mantener sinceramente los bandhas. Esta forma de trabajar marca positivamente la diferencia para mí, este año, entre la verdadera naturaleza del cuerpo (la ligereza y la gracia) y el cuerpo en el que uno se estrella contra el suelo haciendo crunch en los tobillos, o en las rodillas, o en las caderas, o en las lumbares, o en las dorsales, o en las muñecas…
Lo que no sabe la mente
Ángel Fernández, un educadísimo y afinado lector, yogui con experiencia en Pilates, me escribe: «En Pilates, el practicante dirige al cuerpo desde su mente, cosa que le encanta a la mente… ordena al cuerpo lo que esta bien o no, desde una idea o instrucción intelectualizada mentalmente. Creo que la mente sabe bien poco de lo que ocurre en el cuerpo, en la mayoría de los casos… y esto es porque al creer que sabemos poco empezamos a intentar, inventar acciones, técnicas, etc., no nos conformamos con lo que ya sabemos, pues en este lío pensamos que no es suficiente y sabemos todo lo que necesitamos para brillar en esta vida: solo necesitamos saber que estamos despiertos y que tenemos una inteligencia.»
Para él los bandhas son impactos innecesarios, intuyo que casi como agresiones, lo contrario de la esencia del yoga. Yo los estoy redescubriendo gracias al Pilates. ¿Dónde me lleva esto? “Para venir a lo que no sabes has de ir por donde no sabes”, dijo Juan de la Cruz. Me encanta cómo Ángel expresa una visión del yoga bellísima, la suscribo, pero al mismo tiempo no puedo dejar de experimentar. Mi intelecto necesita un espacio, y en las escuelas con gran enfoque físico lo encuentra, calmándose al creer que manda, como el piojo que, sobre la cima de la cabeza, cree dirigir al humano.
Esa es mi ásana favorita: la humanidad del yoga, que admite tantos enfoques como necesidades de enfocar, o como miopías a la hora de ver la Belleza, aportando la graduación necesaria.
Quién es
Roberto Rodríguez Nogueira es profesor de yoga, blogger y escritor.