La novela espiritual

2012-11-13

Sección «Saludo al sol», escrita por Joaquín García Weil, licenciado en Filosofía, profesor de yoga y fundador de Yoga Sala.

Tyrone Power y su guru en El filo de la navaja

Existe algo así como lo que podríamos llamar “la novela espiritual”. Suele seguir un guión preestablecido: persona atribulada, en ocasiones inmersa en una vida de lujos insípidos, se lanza a una búsqueda, movida tal vez por algún grave suceso personal. En un momento de esta búsqueda, encuentra a un guru o maestro que le ilumina hacia una salida de sus pesares. Por fin el protagonista de la novela espiritual, tras una ardua práctica de peregrinación, meditaciones o austeridades, alcanza la luz, la paz, el equilibrio y el sereno contento. The End.

La iluminación final es el “y fueron felices y comieron perdices” de estas historias de evolución personal. Evidentemente tras el banquete de perdices, hay que fregar los platos. Suelo recomendar a este respecto el excelente libro de Jack Kornfield Después del éxtasis, la colada. Nos seduce la fantasía de que existe una posible iluminación que nos salve de cualquier contingencia terrestre. Pero, sintiéndolo mucho, esto no es así. Ni siquiera para el Buda fue así, y tuvo que enfrentar numerosas dificultades tras su iluminación.

Es un error pensar que dificultades, enfermedades, contratiempos, desencuentros, etc., representan el fracaso de nuestra práctica. Tampoco la búsqueda o la dedicación o el supuesto logro espiritual nos incapacitan para los quehaceres mundanos. De otro modo sería necesario construir asilos para iluminados, como decía David Brazier en El Buda que siente y padece, otro libro recomendable sobre una perspectiva más natural sobre estos asuntos.

Otro tópico viene dado por la frase: “Cuando el discípulo está preparado, el maestro aparece”. Como si bastara con concentrarse bien y hacer los deberes para que el guru o maestro soñado llame a tu puerta. Como decía un monje zen que conocí, hablando sobre esta máxima: “Si quieres encontrar un tren, es mejor que lo busques en una estación de ferrocarriles”. Y por cierto hay lugares más verosímiles que otros para encontrar personas con cierta cordura y conocimiento fundamental.

Mi experiencia personal

Quiero contar mi experiencia al respecto, pues también pensé un día en encontrar el Gran Maestro que me asistiera en mis afanes de luz y de sabiduría. En mi caso, como probablemente en el de tantos otros, pese al empeño no apareció el guru soñado. Lo que ocurrió fue que tuve ocasión de ir captando conocimientos ocasionalmente junto a una magnífica serie de personas, algunas célebres, otras no tanto, otras a quienes puedo llamar amigos, a todas las cuales las recuerdo o saludo con agradecimiento.

En Oriente el guruísmo tiene mucho predicamento, y se advierte: “Quien es maestro de sí mismo, es discípulo de un loco”. En mi experiencia, de alguna manera, no queda más remedio que terminar aprendiendo de sí, y esto aunque encontremos al guru anhelado. Trataré de explicar cómo es el proceso. Primero se beben las palabras, los actos y los gestos del maestro. El discipulado se viviría así como una suerte de enamoramiento espiritual, ni siquiera platónico.

Luego creamos la figura interior del maestro, tratamos de imitarla y consultarle como si fuera un oráculo: ¿Qué haría el maestro en este caso? En este punto la figura que tenemos del maestro ya no es más el maestro de fuera, sino un arquetipo universal que personifica nuestra sabiduría interior. Por fin, acabamos madurando y determinándonos por nosotros mismo, a través de la intuición, accediendo directamente a las fuentes de la sabiduría. Ya no necesitamos a la persona interpuesta, por más que le guardemos respeto y afecto.

Finalmente, hay quienes pretenden incorporar la sabiduría o encarnarla, disfrazándose de gurus ellos mismos, bien de alguno determinado de su admiración, imitando sus gestos y maneras, o bien impostando la figura tópica de lo que se calcula debe ser un guru, con atuendos, voz y gestos campanudos. Una advertencia: el peor apego que he tenido ocasión de ver en mi búsqueda personal es el apego a los discípulos y a la condición de maestro. Porque ahí ya no hay novela espiritual que valga.

Historias de profesionales o ejecutivos atribulados que se salvan gracias a la búsqueda espiritual he leído unas cuantas, como el superventas El Monje que Vendió su Ferrari, de Robin S. Sharma, o Monje zen en Occidente, que cuenta la historia de un ejecutivo parisino que recorre el mundo para finalmente conocer que el maestro que andaba buscando era su vecino de la puerta de al lado en París. Sin embargo, cuando el guru se hace tramposo y se extravía, cuando el maestro pretende que los discípulos sean clones suyos, entonces ya no quedan más capítulos en ese libro, se trata de una encrucijada peligrosa, de un callejón sin salida.

La figura del guru tramposo no es algo nuevo. Tiene una larga historia, es la peripecia de Devadatta, el pérfido primo del Buda, a quien éste le aconsejaba que no alimentara sus emociones.

Para concluir, dos frases: “No dejes que los errores de otros perturben tu paz”, del Dalai Lama y “Por muchas que sean las nubes, el cielo sigue siendo azul”, de Sidharta Gautama. Las búsquedas espirituales no nos evitarán las tormentas, pero sí pueden remitirnos a un firmamento más claro.

Joaquin Garcia Weil (Foto: Vito Ruiz)Quién es

Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.

http://yogasala.blogspot.com