Uma se presenta con sencillez y a la vez aún asombrada de su propio destino. Alemana de nacimiento, diez años viviendo en Barcelona, profesora de yoga, viaje a India. Allí quedó «atrapada», fascinada: conoció a un sādhu, un asceta hindú, con quien se casó, construyeron una casa en los Himalayas y tienen una niña de dos años llamada Nitya. Escribe su propia historia Uma Devi, quien, junto con Dani Fernandez, organiza viajes de consciencia a India a través de Milindias.
Durante los más de diez años que viví en España llevé una vida normalita, más o menos como todo el mundo: un trabajo rutinario de oficina al que acudía cada día de la semana como una buena hormiguita, en espera impaciente de la llegada del fin de semana. Igual hoy día también se considera normal tener ataques de ansiedad por padecer síndrome de agotamiento laboral; al menos en mi entorno no era la única que los sufría con regularidad.
Llegó el momento en que sentí que ya no podía ni quería llevar mi vida de esta manera y emprendí la búsqueda hacia algún tipo de equilibrio para relajar mi mente y cuerpo sobrecargados. Probé el gimnasio y la natación; no me gustó demasiado y ambos me dejaron igual de vacía. Decidí que si algo me había de ayudar con mi dilema, también me tenía que gustar de verdad; si no, poco sentido tendría.
Finalmente me encontró el Kundalini yoga, una herramienta muy potente que incluye mucha meditación dentro de su práctica.
¡Al principio pensé que yo no era normal! No podía evitar mirar a los demás estudiantes de reojo durante las meditaciones. Parecía que todos estaban sumergidos completamente en su interior, sus caras reflejando calma y paz profunda -¡lo cual me irritaba bastante, porque no era para nada lo que estaba ocurriendo dentro de mí!-. Mi mente no callaba, era una autopista de imágenes y pensamientos. El tremendo caos interno que se me reveló me asustó bastante, y me pregunté si esta autopista siempre había estado allí o si bien era algún misterioso fenómeno yóguico. Antes de empezar a practicar al menos, nunca la había percibido. Un día después de clase me acerqué a la profesora para comentarle mi preocupación. Sonrió y me dijo que lo que me ocurría era de lo más normal y que no me tendría que preocupar.
¡Qué alivio saber que yo no era ningún bicho raro! El intenso tráfico de pensamientos siempre había existido, y de hecho estaba aprendiendo a observarlo. Parecía que mi subconsciente estaba pasando por una limpieza de viejos patrones para crear espacio para algo nuevo. El reciente descubrimiento de mi mundo interior me fascinó tanto que después de sólo unos cuantos meses me apunté al programa de formación de profesores.
Un día, un póster colgado dentro del centro de yoga me llamó la atención: se trataba de un viaje alternativo a la India con enfoque espiritual. ¡India, la cuna del yoga! Curiosamente hasta este día nunca había tenido ningún interés especial por la India, pero algo extraño pasó: sentí la necesidad de seguir esa llamada mística. Algo dentro de mí me decía que tenía que ir. Así que fui.
La fascinación de la India
El programa era Delhi/Rishikesh/Amritsar, un viaje que iba a durar poco más de catorce días. En cuanto mis pies pisaron tierra india por primera vez tuve la sensación de flotar constantemente en el aire: estaba sumergida en una ola de sensaciones desconocidas, fascinada por el misterio de lo más cotidiano. Los sonidos, el olor a incienso y la vida multicolor de este lugar me llevaron a otro estado emocional y mental desconocido.
En Rishikesh nos íbamos a sumar al festival internacional de yoga. Acudí a algunas clases, pero al fin y al cabo era mi primera vez en la India y había tantas cosas que ver y descubrir por las calles que era incapaz de quedarme todo el día dentro del ashram, sabiendo que la intensa vida multicolor que marca este país estaba ocurriendo a sólo un paso detrás de los muros del recinto. Pensé que en España podría practicar todo el yoga que quisiera, pero ¿quien me podía decir si volvería algún día a India?
Así que me aventuré por las calles de Rishikesh. Tomaba chais (tés) para charlar con los vendedores, fui a explorar ocultos rincones del pueblo y me bañé en el Ganges. Así vivía mis pequeñas aventuras día a día. De hecho Rishikesh es un lugar fantástico para no hacer más que sentarte en un chai shop durante horas y observar cómo pasa por delante la vida de la India bailando a su propio ritmo. Las historias más increíbles ocurren justo en frente de uno sin tener que dar ni un solo paso. Las cosas simplemente vienen hacia ti. Estos establecimientos también ofrecen una excelente oportunidad para encontrarse con otros viajeros y charlar un rato. La mayoría de los mochileros con quienes me encontré llevaba viajando ya desde hacía meses o incluso años… ¡y yo iba a estar en este maravilloso país solo unas pocas semanas!
¿Y por qué nunca se me había ocurrido a mí meter cuatro cosas en mi mochila para ir a descubrir el mundo? Pienso que viajar es la mejor inversión del mundo: los recuerdos de un viaje te acompañarán hasta el último de tus días en este planeta, mientras que todo lo que se puede comprar con dinero perderá valor antes o después.
Un encuentro providencial
Una mañana muy temprano, poco antes de levantarse el sol, salí del ashram para dar un paseo por el caminito de los sadhus que pasa por la orilla del Ganges. Me invadió una sensación de armonía profunda al respirar la magia de la madrugada india. Muchas personas ya susurraban sus rezos a la madre Ganga haciéndole ofrendas en forma de inciensos y flores o incluso tomando un baño de purificación en las aguas cristalinas, mientras los sonidos sanadores de las pujas matutinas de los incontables ashrams llenaban el aire con vibraciones de paz.
De repente, un personaje vestido de color naranja apareció de la nada. Era un joven sadhu con quien ya había cruzado miradas varias veces durante mis excursiones por el pueblo. Me saludó con un respetuoso: “Hari Om” cuando pasó por mi lado. Devolví el saludo y me giré detrás de él para ver que él hacía exactamente lo mismo. Acabamos tomando un chai juntos y con este encuentro dio comienzo a un nuevo capítulo de mi vida.
Poco después de volver a España lo dejé todo: el trabajo fijo, mi piso y una relación que no funcionaba muy bien desde hacía ya algún tiempo. Compré un billete de avión y agarré mi mochila para volver a India. Volví para respirar, para hacer algo que nunca nadie me podría quitar y también para volver a ver a este sadhu.
Ahora ya hace más de seis años que vivo aquí. La vida no es ni mejor ni peor que en cualquier otro lugar en Occidente, simplemente es diferente. Algunas cosas son más simples, otras menos. India me ha enseñado muchas cosas, y aun lo sigue haciendo cada día, sobre todo sobre mí misma.
Creo que generalmente no hace falta irse muy lejos para encontrar la chispita que se expandirá en algún momento para iluminar nuestro camino por la vida, porque ya llevamos esta lucecita dentro de nosotros mismos. Pero parece que en mi caso tenía que ser aquí: el misterioso sadhu y yo nos fuimos a vivir a los Himalayas, nos casamos y desde hace dos años tenemos una preciosa niña.
Ofrecemos alojamiento a viajeros en nuestra humilde casa, hemos abierto un pequeño café donde ofrecemos pasteles alemanes y comida simple y tradicional de la India y a veces incluso se me presenta la oportunidad de dar algunas clases de Kundalini Yoga.
Uma Devi es fundadora junto con Dani Fernandez del proyecto Milindias, que organiza viajes de consciencia a India.
Puedes seguir leyendo a Uma Devi en inglés y en español en su blog http://himalayacakes.wordpress.com/