Viví en un ashram en India donde todas las mañanas en armonioso satsanga cantábamos sucesivos fragmentos del Gita. Era lo que yo humorísticamente llamaba el «Holy karaoke» (el karaoke sagrado). Escribe Joaquín G. Weil. (Foto: Jorge Zapata. En la imagen Be Pryce, en el centro, junto con Luba Pryce y Alain Wolter).
En efecto, los slokas o versos se iban proyectando ante los devotos en una grande y blanca pared del «mandir» (templo) mientras un puntero de luz nos iba guiando por los santos textos sánscritos traducidos y transliterados. Habrá quien lo considere una simple versión hindi de las letanías, pero tengo que decir a favor de esta noble práctica del así llamado «bhakti» o devoción, que te dejaba en una buena onda cerebral por el resto del día.
En India hay quienes le tiene tanta fe al Bhagavad Gita que afirman que, recitado en sánscrito a las cosechas, hace más feraces los campos y más dulces los frutos. En aquel país tuve otras tantas ocasiones de comprobar el efecto mágico de los mantras. Cerca de Bangalore, este ashram que digo, estaba construido trazando la forma del primordial mantra Om. Qué buen mensaje cósmico lanzado a los pájaros, los satélites y las estrellas. Allí en mi alcoba solía escuchar extraños ruidos. Un día, a la hora de la siesta, ví la cabeza de una serpiente altiva asomar por la rendija entreabierta de uno de los cajones del escritorio. Me quedé un poco cuajado, pues no me ocurre a cada rato aquello de compartir habitación con un reptil de lengua bífida. Así que salí, fui y se lo conté a Swami Dharmanishta, yogacharia titular del célebre Vedanta Forest School, que era a la sazón mi vecino en el ashram. Sin dudarlo un instante, el joven swami de inmaculada cabeza rapada y ropajes azafranados entró en mi cuarto adoptando un mudra de poder con la mano derecha y comenzó a recitarle un mantra a la serpiente. Si recuerdo bien, era un mantra dedicado a Shiva Pashupati, el señor de las bestias. El reptil pareció comprender, pues tras algunos contoneos, sacó la lengua siseando un par de veces, y reptó tranquilamente por la puerta abierta en dirección al jardín donde se escabuyó entre los arbustos. Fin de la historia.
Semilla intelectual en español
Podríamos seguir contando anécdotas o indianerías respecto a los mantras. Pero os diré que, sin ir más lejos, yo los recitaba con toda la devoción de mi alma cuando en las noches tremebundas del monzón me tocaba pedalear en mi vieja bicicleta «Hero» de hierro puro y frenos de varilla, desde el Yoga Study Centre hasta el Dayananda Ashram en Rishikesh. Con el nivel del agua por encima de las chapoteantes bielas, los relámpagos como fogonazos, los ensordecedores truenos, los camiones lanzando luces que hacían destellar el aguacero, los coches tocando el claxon enloquecidos, igual las motos, procurando sortear las vacas sagradas y los baches como cráteres horrendos donde uno podría ser engullido y desaparecer sin que nadie lo notara, y aparecer flotando bocabajo días después por el Ganges a la altura de Calcuta.
Como tantos millones de indios y otros habitantes de la Tierra en todo lugar y época, sentía que mi supervivencia estaba completamente en manos de las potencias superiores cuyo designios se escapan a la comprensión humana. «Om nama Shivaya y Hare Krishna, Hare Rama». Lo que sea. Vale.
He leído en varias ocasiones que los sutras y los mantras sólo destilan su auténtico significado si escritos, leídos o recitados en sánscrito, pali, tibetano, chino o japonés, depende del idioma vernáculo de quien lo afirmara. He escuchado hablar de la sacralidad del propio idioma incluso a los brasileños respecto al noble idioma portugués. Toca ahora lanzar las loas respecto al genuino y verdadero mantra: El Mantra Español.
Igual cabe decir de cualquier otro idioma en el que se hable o se piense, como por ejemplo, cuando el gran profesor de yoga, Nikel Bhaiá (Hermano Nikel), que con su voz melodiosa cantaba aquella relajación mántrica y guiada: «Your feet are relaxed, your toes are relaxed…» (tus pies están relajados, los dedos también), que me relajaba tanto como gracia me hacía. Y también: «This is not my mind, my mind is not mine, so ham, so ham» (esta no es mi mente, mi mente no es mía, Tú-Yo).
Los mantras en las antiguas lenguas sagradas están bien, sin duda. Pero teniendo en cuenta que el mantra es la semilla intelectual de la que florece el pensamiento positivo y la acción benéfica, considero óptimo también pensar y recitar el mantra en tu propio idioma: el español, el portugués, el tamazight, el quechua o el que sea. Y no me refiero meramente a entonar una sencilla traducción de los mantras antiguos, sino a llamar, a invocar, que decían los latinos, a convocar los objetivos y virtudes que quieras alcanzar o proponerte: energía, paz, claridad, amor, salud, felicidad, tranquilidad, equilibrio, abundancia, etc. Convocar de este modo, a través de la recitación mental o hablada, los valores que con determinación te propongas es un modo utilizado desde tiempos inmemoriales para sintonizarte a nivel mental y emocional, a confiar y ponerte en la buena senda hacia los mejores logros. Millones de personas lo han hecho a lo largo de las épocas. Pruébalo. Funciona.
Quién es
Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.