Este es uno de los mudras más espirituales que existen, y tiene aplicaciones sobre el espíritu y sobre nuestra psique. Muchos dioses y gurús orientales aparecen en estatuas y fotografías con esta posición. También en el cristianismo podemos encontrarla en algunas representaciones de Jesús o de algún santo.
La mano izquierda señala hacia abajo con la palma hacia delante.
La mano derecha descansa en el regazo o sobre el muslo.
Este mudra es el gesto predilecto de las divinidades indias y, como su nombre indica, representa el perdón, la misericordia. Además, ante él el creyente tiene la esperanza de que la divinidad le obsequie con generosidad y satisfaga sus deseos. Expresado con acierto: a aquel que da, se le dará; quien perdona recibe en abundancia.
En cuanto al perdón, se trata también de perdonarse a uno mismo. Perdonarse a sí mismo y a los demás es con toda seguridad lo más difícil que puede proponerse un ser humano. Pero también lo más maravilloso cuando se consigue. El que perdona abre la mano, que después se llena de una nueva riqueza, tanto interior como exterior. Quizás al principio le salga mal. Si es así, pide ayuda a lo divino que habita en tu interior.
Ahora bien, no practiques el intenso trabajo del perdón durante todo el año, sería demasiado agotador. Resérvalo para los momentos, en primavera o en otoño, en que realices una cura de depuración; encajará de maravilla.
La expresión «echar tierra sobre algo» revela lo esencial del perdón, y la naturaleza, cada otoño, nos demuestra cómo hacerlo y por qué. Si no se entierran las semillas bajo tierra no brotarán nuevas plantas; por lo tanto, si no enterramos nuestro pasado, llegará a pesarnos tanto que nos pondremos enfermos, lo que incluso puede impedir que nos desarrollemos interiormente.
Imagina que tienes ante ti un objeto que pertenece a la persona con la que estás enfrentado. Con cada espiración expulsa tus sentimientos negativos hacia y al interior de ese objeto. Para terminar, cógelo y entiérralo en un lugar que tenga para ti un significado especial.
Tal vez, más adelante, visites este lugar a menudo en tu imaginación y envíes a esta persona buenos pensamientos. Como nadie que esté sano y sea feliz le hará daño a los demás, los que sí lo hacen son evidentemente los que más necesitan de nuestras oraciones. No hace falta ser un santo para esto, pero si se practica de vez en cuando, lo cierto es que uno mismo sana y se perfecciona.