De todos los lugares conectados con la tradición celta, la isla de Iona, en la costa occidental de Escocia, es quizás la más conocida. Cuando la visité la primera vez hace muchos años, recuerdo que me sorprendió cómo una isla tan pequeña podía soportar tanto peso de la historia. Por Koncha Pinos-Pey Ph.
De tan solo tres kilómetros de largo, esta pequeña isla rocosa forma parte de las Hébridas Interiores. Los viajeros tienen que tomar un ferry hasta la isla de Mull, y luego recorrer un pequeño y sinuoso camino que atraviesa la isla, después coger otro ferry y llegar a Iona.
El aire, el suelo, los contornos de la tierra, son impecables, saturados de recuerdos antiguos, y posiblemente debido a su lejanía de la península -no se permiten coches en la isla-, parece como si hubiese huido de la edad contemporánea. El aire es fresco y energizarte, pero tiene el dulce aroma de los secretos ocultos, de los cientos de miles de pies que cada año atraviesan esta misma ruta.
Realmente tienes que querer llegar a Iona
Un monje irlandés fundó la comunidad monástica de Iona en el 563, y construyó un monasterio en el mismo lugar donde había existido un antiguo templo druida. Columba -ese era su nombre- era un líder devoto y carismático; transformó la isla en un centro misionero que se puso a la cabeza de una serie de monasterios repartidos por toda Irlanda, Escocia y el Norte de Inglaterra. En su mejor momento en Iona vivieron 150 monjes; fue un centro de cultura famoso en toda Europa.
Los vikingos islandeses la arrasaron y devastaron la comunidad. Pero varios siglos más tarde los monjes benedictinos llegaron de nuevo para establecer un monasterio, y comenzó la construcción de la hermosa abadía que aún hoy domina la isla. Iona se durmió en el olvido, y una vez más le crecieron los edificios en ruinas. La isla fue redescubierta por los románticos victorianos como Sir Walter Scott, John Keats, Mendelssohn o Wordsworth, que visitaron la isla y empezaron a reclamar la necesidad de preservarla.
En el siglo XX, cuando George MacLeod fundó una comunidad ecuménica llamada “ Iona Community”, inició la restauración de los edificios monásticos y estableció una comunidad permanente en Iona. La Comunidad de Iona tiene un largo interés en la oración, y también la música y las canciones han jugado un papel importante en el renacimiento de una espiritualidad celta. La comunidad mantiene viva la presencia de Iona, con programas regulares de retiro.
Son casi cien personas que viven todo el año y acogen a 150.000 visitantes cada año. No está nada mal el servicio a la humanidad. Su edificio más antiguo es la capilla de San Oran, el cementerio que se remonta a los primeros años de la colonización cristiana. La leyenda dice que fueron los primeros reyes de Escocia los que iniciaron la tradición de enterrarse en la isla, luego serian los reyes de Irlanda, Noruega… hasta Macbeth, de la famosa saga de Shakespeare.
Mientras que el paisaje físico de Iona está dominado por la abadía medieval de la era de los benedictinos, su cartografía espiritual está llena de recuerdos de otras épocas. Gracias a Columba sabemos que este hombre amaba muchísimo la isla, y cómo esta le inspiró para organizar un centro de retiro, oración y meditación que hoy en día sigue atrayendo a peregrinos de todo el mundo.
Las reglas de la Comunidad de Iona son: la hospitalidad y la diversidad, la espiritualidad, la justicia social, la ecología, el establecimiento de la paz y la no-violencia, la sanación y la reconciliación mundial.
Iona es un lugar frecuentado a pesar de su escaso tamaño; su paisaje es sorprendentemente variado, con playas de arena blanca, laminadas de brezos, promontorios de rocas, dunas de arena, valles de hierba. Los que vienen aquí, seguro que oirán la ruptura de su mente, igual que el salvaje Atlántico choca contra las rocas, olerán el aire fresco a sal y reflexionarán sobre el valor que tuvieron los monjes irlandeses estableciendo sus pequeños monasterios en mitad del mar, confiando solo en que la Providencia les guiase.