Mucho antes de que se presenten, en el segundo capítulo del Yogasûtra, los ocho miembros del yoga como un sistema integral para alcanzar la libertad y acabar con el sufrimiento, Patañjali nos indica en el sûtra I.33 un camino deslumbrante hacia la Gracia. Escribe Luisa Cuerda.
Maitrîkarunâmuditopeksânâm
sukhaduhkhapunyâpunyavisayânâm
bhâvanâtascittaprasâdanam
(YS I.33)
Se ha dicho que el I.33 es la primera referencia de yama que se hace en el Yogasûtra. Porque, en el marco de cómo prevenir y disminuir los obstáculos del camino, se nos sugiere, antes incluso que otras prácticas más asociadas convencionalmente al yoga como son el prânâyâma y la meditación, un simple cambio de actitud hacia el mundo que nos rodea.
Y este cambio, que es, en primer lugar, interno y por tanto imposible de ser exhibido, se refiere a cuatro situaciones muy comunes en la vida cotidiana: la felicidad de los demás, su dolor, los comportamientos nobles que otros nos muestran y, por el contrario, las acciones degradantes de las que somos testigos. Es decir, la vida a nuestro alrededor, con todo lo que eso significa más allá de convencionalismos y al margen de nuestros deseos, temores o ambiciones. La vida para vivirla, que es lo que hemos venido a hacer.
Las actitudes (bhâvana) que Patañjali propone hacia esos cuatro objetos (visayâ) de nuestra atención son tan cándidas como radicales. Ante la felicidad (sukha) de los demás, una felicidad que puede ser mayor que la nuestra, nos propone la sincera alegría que nace de una amistad verdadera (maitrî). Ante el sufrimiento (duhkha) de los que tienen menos que nosotros (menos dinero, menos amor, menos salud, menos de todo) nos propone una compasión (karunâ) que va más allá del gesto, pero que lo incluye; ante las acciones nobles (punya) de los demás que, tal vez, cuestionan nuestra manera de vivir, propone un reconocimiento sin reservas (muditâ); y ante las malas acciones (apunya), un alejamiento ecuánime (upeksâ), que pasa por no reírle las gracias a los infractores cuando son poderosos y también por no lincharles cuando no lo son.
Es un programa sencillo y difícil de seguir. Porque, al haber perdido la conciencia del Ser, hemos aprendido a protegernos de todo y de todos y, por tanto, encerrados en nuestra soledad, sentimos envidia hacia los más felices, indiferencia hacia los que sufren, sospechamos de las causas nobles y nos sentimos sumamente respetables despotricando de los pervertidos más desamparados o justificando las perversiones de los que ejercen poder sobre nosotros. El mundo que nos rodea está conformado de la manera que lo está precisamente por ese tipo de actitudes, y a la vez nos conforma a nosotros para continuar produciéndolas. El hecho de que existan buenas formas, o ciertos límites, no solo no debilita, sino que refuerza esa disgregación de lo más auténtico de nosotros mismos que es, además, lo que nos hace hermanos por encima de todas las diferencias.
Citta Prasâda
Por eso, ese pequeño y candoroso sûtra está incluido en Samâdhipâdah, un capítulo dedicado a aquellos practicantes que han conseguido una cierta estabilidad mental. En el segundo capítulo, Sâdhanapâdah, dedicado a los que comienzan la práctica seriamente, se ampliará el concepto de la actitud hacia los demás con cinco restricciones muy concretas: consideración hacia todos los seres, autenticidad en nuestra comunicación, ausencia de envidia, sobriedad ante los objetos que pueden apartarnos de nuestro camino hacia la libertad y ausencia de avaricia. El concepto de «restricción», que es la traducción exacta de yama, implica la asunción de que nuestra mente es inestable y por tanto tendente a la «guerra defensiva», la mentira, la competitividad, la insolidaridad y otras faltas de respeto al hermano. Por el contrario, en el capítulo primero, el I.33 se encuadra dentro de una serie de recomendaciones o consejos para conservar estable una mente que ya es capaz de vislumbrar, aunque sea levemente, la luz del Origen. En ese sentido, la expresión citta prasâda, que podríamos traducir como ‘mente en estado de gracia’, nos remite a un nivel en el que, si bien no hemos alcanzado la libertad, sí estamos instalados en la vida con el confort mental suficiente como para perseverar firmemente en nuestro camino espiritual. Y es justamente citta prasâda lo que se nos ofrece como consecuencia de ese cambio de actitud hacia los otros y sus acciones.
Las dos primeras actitudes del I.33, maitrî y karunâ, alegría por la felicidad ajena y compasión hacia el dolor ajeno, tienen mucho que ver con la empatía, esa punta de lanza de nuestra evolución y por ende, de nuestra supervivencia como especie. Hace solo unos años que la neuropsicología se vuelve loca de júbilo con el descubrimiento de las células espejo y otros recónditos lugares del lóbulo frontal donde algunos quieren situar la «conciencia» y la capacidad de empatizar del ser humano. Y sin embargo, si algo ha distinguido a los grandes guías espirituales desde tiempo inmemorial es una empatía muy adelantada a la de sus contemporáneos y muchas veces muy castigada por estos. Una empatía que se manifiesta en la consideración hacia todos los seres y la autenticidad con la que nos relacionamos con ellos que proponen ahimsâ y satya, las dos primeras restricciones.
La tercera y cuarta actitudes del I.33, muditâ y upeksâ, reconocimiento de las acciones nobles y distanciamiento ecuánime de las acciones innobles reflejan nuestra conexión con el Ser, o, por decirlo de otra manera, nuestra fe en lo trascendente. Si hay conexión con el alma que no muere, no nos sentiremos tan identificados con la pobre persona que vive la experiencia humana y, por tanto, no necesitaremos tan desesperadamente la aprobación de los demás, no nos humillará tanto que haya personas mejores que nosotros ni sentiremos la necesidad de sumarnos al rebaño que consiente abusos o que apedrea a los que se equivocan; y tampoco nos evadiremos de nuestro desconsuelo con adicciones a nada ni a nadie. Esta «confianza básica» en lo que no podemos ver ni tocar se manifiesta en la capacidad de «resistir al deseo de lo que no nos pertenece», como traduce Desikachar el tercer yama, asteya, en la sobriedad hacia todas las evasiones que los sentidos nos proporcionan, que es uno de los significados más completos del cuarto yama, brahmacarya, y en la ausencia de la avaricia que nos hace acumular sin tasa, definición de aparigraha, el quinto yama.
Sea como sea, tanto si la vida nos pone en la situación de lanzarnos a un cambio radical de actitud, como si abordamos nuestra transformación de forma artesanal desde el camino de las restricciones, el resultado será, antes o después, una mente en gracia que nos ayude a conformar la sociedad de otra manera para que, algún día, los recién llegados sean conformados por ella de un modo más digno, más feliz, más libre: más humano.
Luisa Cuerda es profesora de yoga. Formación en Yogaterapia con Víctor Morera. Alumna del Post Graduate Yoga Training (2012-2014) en la tradición de Srí Krishnamacharya. Escritora y coautora del proyecto Mettacuento.
Taller El Alma del Yoga: Yamas y Niyamas
Imparte: Luisa Cuerda
Dónde: Barcelona. Yogaia: Ps. de Sant Joan, 121. Barcelona. Metro Verdaguer
Cuándo: sábado 30 de noviembre 10:00 h a 14:00 h, y de 16:00 a 20:00 h.
Inscripción: http://www.yogaiabcn.org
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Información: arjunaperagon@gmail.com (650 221 551)