Siempre he estado fascinada por el arte, primero porque crecí en Granada y el arte es como un idioma que recorre el lenguaje de sus calles, incluso regula la reflexión o el pensamiento. Y tal vez la curiosidad o la sed de conocimientos es lo que todavía me anima a acercarme a una obra de arte. Por Koncha Pinos-Pey para Espacio MIMIND.
«La mente no necesita floreros para ser llenados, sino más bien,
como la madera, una chispa que encienda y dé impulso a la investigación
y un ardiente amor por la verdad”. Plutarco.
Esa idea de poder estar cerca de la obra de un genio activa la producción de serotonina. Formas de arte como pintura, escultura, música y otras son un producto exclusivo de nuestras inteligencias y un modo eterno de comunicación humana, cuyos códigos simbólicos están por encima del espacio y tiempo. Cien o mil años más tarde, nuestros antepasados nos hablan e incitan a la observación sin usar el soporte de la escritura o la palabra, solo la percepción.
La percepción y la imaginación son algunas de las funciones más importantes que se activan en nuestro cerebro cuando entramos en un proceso creativo. Esto es algo común en todos los seres humanos, no solo en los genios. Cada comunidad de individuos transmite sus actividades y productos a través de sus sinapsis. Millones de personas pueden tener la misma respuesta cerebral a la música de Vivaldi sin haberlo conocido, sin ser de su cultura o de su tiempo.
Muchas veces, cuando miramos, sentimos o construimos una obra de arte, nos sentimos fascinados, no podemos saber qué sentido tiene, pero nos sentimos atraídos por formas, colores, sentimientos, percepciones. Y en cada uno de nosotros mueve memorias, emociones, estados de ánimo (a veces de modo terrible, como ocurre con “el síndrome de Stendhal”) todo lo que subyace en la contemplación de la experiencia estética.
¿Podría explicarse todo este proceso desde el punto de vista neurobiológico?
Gracias al avance en las técnicas de estudio de campo, ahora podemos tener una representación en 3D de la actividad cerebral. Así podemos afirmar que el análisis de estos resultados apuntalan la tesis de que las obras de arte inciden en zonas particulares de nuestro cerebro. Semir Zeki, neurólogo estético o neuroestético, nos cuenta en su texto Visión interior su interés en la experiencia estética en general y el arte en particular. Quiere demostrar que existe una base biológica para la creación de una obra de arte particular, que este es esencialmente el resultado del «cerebro» del artista en lugar de, cómo comúnmente se piensa, de su «alma».
Este componente biológico hace que sea posible la comprensión de los datos de entrada previos a la realización de una obra, y lo más importante, permite una emotiva relación con la misma. La magnitud de importantes artistas como Miguel Ángel, Monet, Mondrian, Kandinsky, Picasso, Van Gogh, Vermeer, sólo para nombrar unos pocos, es su capacidad enorme para hacer operar datos. «Cuando, hace unos 500 años -dice Zek- Leonardo da Vinci comentó en su Tratado de la pintura que, de todos los colores, los más atractivos son aquellos en contraste, estaba afirmando una verdad desconocida: el principio de complementariedad, según el cual las células responsables de la visión del color se activan ante un color primario, como el rojo, y luego se inhiben ante su color opuesto, el verde, causando una mayor atracción visual».
Desde este punto de vista, la obra artística ya no es la mera representación de la realidad, sino solo la expresión de una realidad, ese punto de vista «de los ojos del artista». La idea de que el arte es una ventana abierta al mundo de su creador podría interpretarse, de acuerdo con la teoría de Zeki, como una ventana desde la que se puede ver con los ojos del artista. De esta manera no sería sólo su emotividad manifiesta, sino también sus pensamientos, sus ideas. Hoy podemos científicamente probar cómo la presencia de enfermedades específicas permite una agudización de los sentidos que predisponen, en algunos casos particulares, a fomentar la creatividad. De hecho, sabemos que algunos artistas tienen una percepción estética determinada influenciada por disfunciones cerebrales, y sus obras son el resultado de sufrir esos cambios funcionales. No es de extrañar, entonces, que las cataratas pueden haber influido en la obras de Monet, la sordera en las de Beethoven, la locura en las de Van Gogh, que llegó a pintar su obra maestra Autorretrato con la oreja cortada en el manicomio de Saint-Rémy.
El arte abre nuevos caminos en tu mente
La física de la «neurodiversidad» ha permitido a grandes artistas encontrar otra forma de expresión, un canal de comunicación para visibilizar su fractura mental, dotándoles de una intensidad única e inimitable, capaz de despertar el malestar y la atracción al mismo tiempo. La búsqueda de la perfección en cada autor tenía como objetivo la creación de un estilo que capturase, de manera muy particular, atención y sentimientos únicos del espectador, despertando en él la pasión por la obra. Así, una imagen alterada obliga a la mente de cualquier persona a buscar nuevas dimensiones desconocidas, de modo tal que las habilidades de percepción y procesamiento cognitivo tienen que descubrir nuevos caminos y ser capaces de resolver ese reto. Así el arte nos entrena en la flexibilidad y la neuroplasticidad.
De esta manera, incluso si una cara esta «desfigurada» es reconocida como tal por el cerebro, ya que la presencia de los elementos representativos del esquema figurativo (ojos, nariz, boca, cabeza) hace que el cerebro recupere e «la imagen oculta que estaba almacenada en la mente del autor”. Es el caso por ejemplo del Guernika de Picasso.
¿Qué ocurre en las situaciones en las que no se altera la figura pero aparece incompleta o distorsionada? Entonces el cerebro se encarga de finalizarla. Hace una operación basada en el principio de neuroplasticidad “de lo general a lo particular”, superando así el conflicto que le generaba verlo incompleto.
La neurociencia cognitiva y Zeki se han fijado el objetivo de encontrar una respuesta a muchas preguntas sobre el uso de la obra de arte y el sentido de la belleza. La Neuroestética puede ser considerada un buen ejemplo de aquello que la mente puede hacer, confiando en que la ciencia podría ser capaz de explicar lo que el hombre hasta ahora ha considerado un proceso misterioso.