Tejer, cocinar, arreglar la casa, meditar o hacer yoga eran actividades que se asociaban con las mujeres hasta hace tan solo unas décadas. La masculinidad se ha ido definiendo y ahora ninguno de nosotros cree que si nuestro hijo quiere hacer ganchillo o diseñar su moda esté haciendo algo extraño. Por Koncha Pinos-Pey para Espacio MIMIND.
Promover la práctica de acciones contemplativas resulta una reflexión interesante no solo en términos de neurociencia, sino también para el análisis de los roles que tradicionalmente se han asociado a mujeres y a hombres. Los hombres que hacen ganchillo en nuestro país son solo el 0,3 %. Pero la idea de esta reflexión surgió en mí cuando mi hijo Pablo, después de ver el Museo Nacional de Reikjavik, me dijo que “quería aprender ganchillo”. ¿Qué tiene que ver aprender ganchillo con lo que acabamos de ver?, le pregunté. “Muy fácil mamá; los vikingos dominaron dos artes: la navegación y el telar… y las dos eran las mismas. Yo no puedo tener un barco, así que me compraré una aguja”.
Su reflexión me pareció genial, y después de eso fuimos a una tienda de lanas, compramos una aguja, lana… y empecé a enseñarle a tejer. Recordé, mientras le enseñaba el punto bajo, las interminables tardes con mi abuela a la luz de los visillos, la meditación grave de no pretender hacer nada más que eso, poner el hilo en la aguja. Mientras, Pablo tejía.
Los hombres que hacen ganchillo son los más académicos, y soy muy consciente de que vais a creer que estoy loca. Pero el ganchillo es pura matemática y metafísica. Me encanta contaros que ha habido hombres “influyentes” cuya pasión fue el ganchillo. Desde Eduardo VIII, príncipe de Gales, hasta Charles Dickens, escritor, quien utilizaba el punto de cruz como un código de marcación literario. Dickens se inspiró en las “tricoteuses” de la Revolución Francesa para escribir su novela A Tale of Two Cities. Acabó aprendiendo a tejer y se ganó el prestigio haciendo dobladillos. Era un verdadero talento; fue capaz de convertir el hacer punto en el símbolo de amar, frente a la crueldad inhumana.
Un punto terapéutico
He escrito mucho acerca de los beneficios de la meditación, pero ahora estoy sugiriéndoos que Pablo tiene razón: el ganchillo hace que estés más despierto, alivia la tensión, disminuye la presión arterial y aumenta la felicidad.
¿Es posible que los vikingos antes de atacar hicieran punto? Después de todo, tejer ha sido siempre una actividad masculina. Durante el Renacimiento, solo a ellos se les permitía hacer gremios. Más tarde los marineros escoceses, irlandeses e islandeses usaron su tiempo de inactividad haciendo cotas de malla, redes de barco y jerseis de punto. En la Segunda Guerra Mundial a los soldados heridos se les alentó a tejer como terapia, y a los colegiales norteamericanos se les enseñó a tejer cuadrados de ganchillo para hacer mantas para las tropas.
Yo no sabía mucho de hombres que tejían, pero me emocioné al ver que la práctica de tejer es algo que hacen los hombres desde afganos hasta neoyorkinos. Al investigar el valor terapéutico del tejer, me encontré que desde 1918 está documentado que los soldados tejían. Los chicos que tejen me impresionan; yo ya sabía tejer, pero si quieres volver a descubrirlo enséñale a un hombre a tejer puntos finos. Gracias, Pablo.