Es fundamental que tanto los aspirantes a instructores de yoga como las escuelas y centros de formación mantengan una perspectiva equilibrada, reconociendo que, aunque el yoga puede ser una profesión, su verdadero valor reside en el viaje personal y la transformación que ofrece. Escribe Pablo Rego.

Foto de Yan Krukau
En las últimas décadas, el yoga ha experimentado un auge sin precedentes en Occidente. Lo que comenzó como una práctica milenaria enfocada en el desarrollo personal y espiritual se ha transformado en una industria global valorada en más de 107 mil millones de dólares en 2023, con proyecciones que indican un crecimiento anual compuesto (CAGR) del 9.4% desde 2024 hasta alcanzar los 200.35 mil millones de dólares en 2030. Este crecimiento ha llevado a la proliferación de estudios, retiros y, notablemente, programas de formación para instructores de yoga.
La industria de la formación en yoga
La creciente popularidad del yoga ha impulsado la creación de innumerables programas de formación para instructores. Solo en Estados Unidos, más de 14.000 nuevos profesores se registraron en un año reciente en asociaciones profesionales reconocidas. Este fenómeno refleja una tendencia donde individuos buscan certificarse, a veces motivados por la percepción de que la enseñanza del yoga es una oportunidad laboral atractiva.
En el caso de España, los últimos informes indican que más de cinco millones de personas practican yoga de forma regular, lo que representa cerca del 10% de la población. Además, el mercado del yoga en España generó más de 800 millones de euros en 2023, consolidándose como uno de los sectores de bienestar con mayor crecimiento sostenido en la última década.
El yoga como «salida laboral»
Es esencial cuestionar la idea de considerar el yoga únicamente como una salida laboral. Si bien es legítimo aspirar a una trayectoria en la enseñanza del yoga, enfocarse exclusivamente en ello puede desvirtuar la esencia de la práctica. El yoga es, ante todo, un camino de autoconocimiento y transformación personal. Convertirse en instructor no solo implica adquirir habilidades técnicas sino también comprometerse con un proceso continuo de crecimiento interno.
Desde mi experiencia como practicante desde hace 25 años y docente desde hace más de 15, puedo afirmar que lo más valioso del yoga no puede enseñarse en una formación de pocos meses. Se trata de un estilo de vida, de una actitud frente al mundo, de una visión amplia del ser humano. Y, como todo camino profundo, se opone muchas veces al vértigo de las modas y las soluciones rápidas.
Desafíos de la profesión
La realidad laboral de los instructores de yoga presenta desafíos significativos. En algunos países desarrollados, incluso, se han dado situaciones donde instructores han denunciado condiciones precarias, bajos ingresos y falta de reconocimiento institucional. Esto pone de manifiesto que la idealización del yoga como salida laboral puede chocar con una realidad mucho más compleja.
Por otra parte, al obtener una certificación, el nuevo instructor también asume el rol de emprendedor. La mayoría de los instructores operan de manera independiente, gestionando aspectos como la promoción de sus clases, la administración financiera y la creación de una base de estudiantes. Esta dualidad exige equilibrar el compromiso con la práctica personal y el desarrollo espiritual con las demandas prácticas de dirigir un negocio.
Dedicarse al yoga como profesión implica adaptarse a estructuras propias del mundo occidental, con sus exigencias económicas, burocráticas y competitivas. Se paga alquiler, se publicitan clases, se responde a tendencias del mercado. Y, al mismo tiempo, se busca enseñar la compasión, la presencia, el desapego. No es una tarea fácil.
Llamado a la reflexión
Para aquellos que consideran la enseñanza del yoga principalmente como una vía para generar ingresos, es crucial reflexionar sobre las motivaciones subyacentes. El yoga no es simplemente una habilidad que se puede comercializar; es una disciplina profunda que requiere dedicación y autenticidad. Las escuelas de formación deben ser transparentes y enfatizar que, más allá de las oportunidades laborales, el yoga es un compromiso con el bienestar integral y el servicio a los demás.
Es cierto que el yoga puede ser una fuente de ingresos, pero lo que nunca debe perderse de vista es que se trata de una herramienta de transformación interior, no de un producto para consumir ni una marca personal que hay que imponer. Cuando uno se recibe de profesor, también se recibe de buscador, de comunicador, de guía y de eterno estudiante.
Una mirada final
El crecimiento de la industria del yoga ofrece oportunidades, pero también plantea interrogantes sobre la preservación de su esencia. Es fundamental que tanto los aspirantes a instructores como las instituciones de formación mantengan una perspectiva equilibrada, reconociendo que, aunque el yoga puede ser una profesión, su verdadero valor reside en el viaje personal y la transformación que ofrece.
Poner al yoga como «salida laboral» en primer lugar es, en muchos casos, una estrategia de marketing más que una visión sincera. Y si bien no hay nada de malo en aspirar a vivir de lo que uno ama, lo más importante sigue siendo el camino: la práctica, la entrega, el despertar. Desde ahí, todo lo demás puede llegar. Pero sin ese núcleo esencial, lo que se ofrece difícilmente puede llamarse yoga.
Pablo Rego. Profesor de Yoga. Masajista-Terapeuta. Diplomado en Ayurveda.
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