En su peregrinaje a la India, Yatra, camino sagrado a lo divino, Gopala, profesor de Yoga Sivananda, llega a Rishikesh, la llamada ‘capital del yoga’, donde visita varios templos, el ashram de Sivananda, se da un baño en el Ganges y acude a una hechizante puja en el Shiva Temple. Así nos lo cuenta.
Rishikesh es, como te conté la semana pasada, el último destino del yatra, antes de llegar a Delhi para tomar los vuelos y volver a Europa. Por eso salimos temprano de Rudraprayag y llegamos antes del mediodía para visitar a pie el ashram de Swami Sivananda, sede de la Divine Life Society, en la orilla norte del Ganges. El ashram es la cuna de la sabiduría que sostiene nuestro peregrinar. Sivananda, maestro de maestros y hacia quien siento un vínculo y un respeto muy poderoso desde hace décadas. Él enseñó a mi maestro Swami Vishnudevananda. Tenía ya pensado despedirme aquí de los yatris para quedarme por mi cuenta en la ciudad, buscando una transición más pausada antes de regresar a Madrid. Y eso hago tras la visita al ashram y una comida de cierre en el hotel donde me alojaré ya en solitario. Despedidas amables, descanso y a caminar por la ciudad.
La ciudad
Se encuentra en el estado de Uttarakhand, norte de la India. Algunos la conocen como la puerta de los Himalayas, cerca de Haridwar, la puerta de Dios. También, últimamente, dicen que es la capital del yoga. Pero yo creo que el yoga no tiene capitales. Rama, según la mitología, practicó tapas, austeridades, en esta zona premontañosa, tras matar al rey de los demonios, Ravana. Lakshmana, su hermano, atravesó las dos orillas del Ganges al norte de la ciudad. Allí hay ahora un puente que lleva su nombre, Lakshmana Jhula. No lo pude cruzar, porque está en construcción uno nuevo por el deterioro del actual. Algo muy habitual en los puentes sobre la madre Ganga, por la fuerza de sus aguas y el número de peregrinos que los cruzan.
Caminando por los templos de las riberas
Encuentro infinitas formas de adoración sincera a lo largo del cauce del río. La energía se palpa. Templo a templo camino sin rumbo fijo. Contemplación: sorpresas a cada paso. Observo el gentío que compra y reza. Fluyo como las aguas de Ganga. No tengo prisa.
En el caminar me permito una magnífica sesión de sirodhara. Me dejo bañar en aceite con esta técnica que te aplican en el cráneo durante media hora, dejando que un fluido constante de aceite vaya deslizándose sobre mi cabeza. “Shiro” significa cabeza y “dhara” goteo. De ahí el nombre. Un masaje, con el mismo aceite ayurvédico en camilla de madera, completa la sesión, que finaliza en una de esas saunas individuales, baño de vapor, mejor dicho. Me sientan en una silla, me encierran en una cajita de madera y mi cuerpo hierve como el agua. Sencillez rupestre frente a los sofisticados spas de nuestra tierra, pero efectividad máxima. Así es India, siempre sorprendiéndome.
El sirodhara y el baño de vapor son solo los pasos previos al panchakarma, esos cinco métodos ancestrales de la medicina ayurvédica. Pero ese maravilloso programa ayurvédico intensivo de desintoxicación lo dejo para mi próximo viaje. Ahora sigo paseando sin prisa tras un té de hierbas.
Vacas
Bien conocida es la adoración de los indios por las vacas. Representan a la madre tierra, a la fertilidad y a la vida plena. Son encarnaciones de la divinidad y símbolo de fuerza. Hay un respeto por su proceder. En Rishikesh hay un ashram donde se las cuida especialmente. Allí las limpian, velan por su salud y las bañan en flores como práctica devocional. De ahí que caminen por la calle con los mismos derechos que los humanos pero con menos deberes. Sonrío. Así que cuidado con ellas.
Una noche, de vuelta al hotel, iba abstraído mirando el suelo y me choqué de frente con una vaca que caminaba a su ritmo. No era demasiado grande, menos mal, pero mi pecho resonó al golpearme con su gran cabeza. Me quedé sin respiración. El dolor en mi esternón duró un par de días. Me tocó observar más.
Otra noche, tras el arati en el río, pisé una de sus impresionantes boñigas. Mi pie se sumergió hasta el tobillo. Iba en sandalias. Solo a mí se me ocurrió descender con ellas puestas al ghat cercano con la sola intención de lavarme el pie en el río. Fui apercibido por pisar los escalones calzado: anatema.
Una mañana, cuando atravesaba el Janki Jhula, puente que une las dos orillas del Ganges, por el carril de los viandantes (hay para coches y camiones y otro para bicicletas) escuché un griterío. “Take care, cow, saavadhaan”. Me aparté como pude y una vaca pasó corriendo a escasos centímetros de mi cuerpo. Ellas van por el carril que quieren, faltaría más. Por cierto, que la imagen de Hanuman, con Rama y Sita en su corazón abierto de par en par, en el estribo sur del puente, jhula, es colosal. Puro Amor. ¿Quieres verla?
Mis cinco favoritos en Rishikesh
En Rishikesh tengo mis favoritos, que giran alrededor de Swami Sivananda. El Maestro siempre me hace regresar a su casa. Los espacios siempre me invitan a volver, para disfrutarlos de nuevo. Contemplarlos me hace volar. Cada uno de mis predilectos tiene una textura diferente: Una columna de piedra para aprender, un ghat para bañarme, una librería para leer, una cama para meditar y un templo para sentir la unión de Shiva y Shakti. Cada uno de ellos merece un monográfico, pero te los describo brevemente. Igual te tientan.
Una columna para aprender
Preside la explanada a la que llegas al subir los escalones del ashram. Allí están sus sutras principales: Cada cara de las cuatro que tiene la pirámide (Sivananda Pillar) tiene grabadas, entre otras, sus palabras sagradas.
- Busca, encuentra, penetra y descansa en la divinidad.
- Se bueno, haz el bien.
- Se amable y compasivo.
- Sirve, ama, medita y realízate.
- Son un compendio de sentido común. El mejor doctorado para mi vida.
Un ghat para bañarme
Cada mañana de las que he estado en Rishikesh me he bañado en el río. Me dejo querer por sus aguas. No me resisto a sumergirme y a fluir con su corriente una y otra vez. El agua se lleva molestias e incomodidades, cada vez menores. No solo me refresca, me llena de vida. Contemplo los templos de la otra orilla. Me sumerjo desde el “Ghat de Swami Sivananda”. Apenas veinte escalones salen de la casa en la que vivió muchos años, lugar sagrado, pleno de belleza y simbolismo para mí. Unas cadenas adheridas al muro de la escalinata aseguran mi inmersión. Me siento seguro.
Me baño.
Estoy en paz,
floto en paz,
escucho,
contemplo.
Nada que hacer
Una librería para leer
Uno de mis sueños es tener en mi biblioteca todos los libros de Swami Sivananda. Tarea ardua. Son cerca de trescientos, entre obras mayores y menores. En el ashram hay una librería y fuera, en la calle principal, otra. Visito las dos. Compro las novedades. Los swamis que las regentan siempre me regalan libritos y fotos del Maestro. Me acerco a la Sivananda Forest Academy donde se encuentra su imprenta. Allí nace su obra escrita, sus primeros panfletos de sabiduría. Allí cierro los ojos, sus palabras me abrazan.
Una cama para meditar
Es uno de los lugares más silenciosos que conozco. Parece que los ruidos de la calle no llegan al antiguo dormitorio de Swami Sivananda. Está junto al cuarto donde meditaba, con una sencilla imagen de Krishna. Pero yo me encuentro mejor frente a su cama, bajo un gran abanico en el techo. Me siento en una de las esquinas, frente a los pies de su lecho y dejo de existir.
Shiva Temple
Antes del amanecer, sobre las cinco, se celebra una puja en el templo de Shiva en el ashram. No me la pierdo. Se repiten en el atardecer pero prefiero la de la mañana. Hay un gran lingam, símbolo de la masculinidad de Shiva, que se sustenta en un joni, símbolo de la femineidad de Shakti. Ambos, de color negro, sobre una pulida plataforma de mármol blanco, donde caen las aguas, las mieles y el ghee que se utilizan por los poojaris en el culto. Verticalidad del lingam y horizontalidad del joni. Unidas con sabiduría. Fusión de prakrti, materia y purusha, consciencia. Es la Realidad sin forma. Lo bañan y lo bañan, lo alimentan con leche, con ghee, con miel y por supuesto lo cubren de flores. En el centro del lingam recrean una especie de ojo con pastas naturales. Me sorprende ver el detalle y esmero que pone el poojari en ese momento. Me quedo absorto. Luego me llevaré un regalo con esta figura.
La ceremonia acaba con el fuego. Una lámpara piramidal de nueve pisos con mechas de cera se prende piso a piso y mecha a mecha por uno de los pandits. Luego se ondea delante de las murtis, las personas asistentes y por supuesto de la madre Ganga, paralela al lingam y a espaldas de donde me encuentro. Recibo su luz. Suenan campanas y un tambor que han mecanizado para facilitar su uso.
Al acabar la ceremonia y pasados apenas cinco minutos se desmonta y se reparte la decoración floral, cientos de flores. El pandit que ha oficiado me entrega el ojo de pasta de flores del lingam. Me quedo petrificado cuando toca mi mano. Lo envuelvo en una pequeña cartulina. Ahora preside mi altar.
Estoy en paz, estoy en ese espacio al que he llegado. Flores, luces, fuego y llamas de poder. Escucho atento. Nadie vende nada.
Me siento afortunado, se puede.
Sí, se puede estar en paz.
Ceremonia de fuego: no quiero moverme de aquí.
Objetivo tras la puja: no hacer, caminar, observar.
Se acaban los días en la India
Todo lo que comienza finaliza. Y huele a que me vuelvo a Europa. Esta noche sale mi avión. Primero desde Rishikesh a Delhi. De ahí a Múnich y luego a Madrid. Voy preparando maletas, ofrendo casi todas mis pertenencias a las sadhus que caminan cerca del rio, guardo los regalos que me llevo de la India, casi todos estatuillas y murtis y descanso en el hotel para preparar el traqueteo de los transportes que me devuelven al hogar.
Aún hay mucho que contar, algunos detalles de esta experiencia poderosa. Te anticipo mi encuentro con Vyasa, la contemplación del Ganga Arati, la visita a un templo repleto de Shiva lingams o cómo me quedé sin pelo. Pero sobre todo las conclusiones del yatra. Pero eso te lo narraré cuando el año 25 haya nacido. Ya pronto. De momento te deseo las mejores fiestas de Navidad y una bonita transición al año que nos llega.
Gopala es profesor de los Centros de Yoga Sivananda Vedanta.
La peregrinación: Para celebrar mi jubilación como gerente del Consejo general del Poder Judicial, he decidido sumergirme en un peregrinaje a la India del Norte con swamis, profesores y estudiantes de los Centros de Yoga Sivananda Vedanta. Por el mero gusto de compartir te lo iré contando, no como un diario narrativo del viaje, sino como un surgir de experiencias personales. Así nace “Impresiones de un peregrinaje a la India”. Gracias a YogaenRed por hacértelo llegar.
www.sivananda.es
www.gopala.es
Puedes ver los detalles de los lugares del peregrinaje en https://www.sivananda.at/es/sivananda-yoga-yatra/