¿Cómo se puede afrontar desde el yoga y sin huir de la realidad, esta crisis de valores humanos y espirituales en la que estamos inmersos? Esta es una de las cuestiones que queríamos conversar con Enrique Moya, un maestro pionero que reconocemos y apreciamos por su talante sereno y dialogante. Así fueron sus respuestas a nuestras inquietudes.
En tiempo navideños en los que la alegría parece obligada, también se aviva el recuerdo de quienes sufren frío, pobreza, injusticia, guerras. Hemos tenido oportunidad de comentarlo con un yogui de gran humanidad. Enrique Moya es un histórico del yoga en España. A finales de los años setenta fundó el Centro de Yoga Yantra. Desde hace 40 años imparte seminarios por diversos lugares de España. Hace apenas un año publicó un libro lleno de sabiduría: La llave de la atención (Ed. Sirio). En él se percibe, como ya comenté en su día, un deseo de transmitir desde la sinceridad y la honestidad de su experiencia en su larga trayectoria como profesor de yoga.
Como escribió en otro artículo Joaquín G. Weil, Enrique «sabe transmitir cordialidad, y sabe iluminar las comprensiones desde lo cotidiano. Su presencia no es exótica o campanuda, podría ser tu hermano, tu padre o tu abuelo. Te lo puedes encontrar tomando un aperitivo al final de su mañana, y apearse de lo trascendente para transitar las vicisitudes del día a día. El centro del mandala es el corazón del mismo, un centro no físico sino energético, cuyo rasgo esencial es la cordialidad».
YogaenRed: A través de tu libro La llave de la atención se puede percibir claramente la humanidad de la persona que lo ha escrito. A día de hoy, ¿cuáles dirías que fueron tus motivaciones para escribirlo?
Enrique Moya: Las motivaciones fueron fundamentalmente dos. La primera, aprovechando el tiempo libre que suponía el confinamiento, fue atender a la solicitud de los alumnos de la escuela, que durante mucho tiempo nos decían que les gustaría tener por escrito muchos de los temas que surgían en nuestras clases y seminarios. La segunda era trasladar esa visión entrelazada entre el mundo trascendente y la experiencia espacio-temporal que cada uno estamos viviendo. Ninguna de estas dos «atmósferas» debe anular a la otra. Van juntas, como consciencia-existencia. Esto está reflejado tanto en el fondo de la sabiduría perenne procedente de diversas culturas, como en el propio yoga.
YeR: En el libro no haces gala de tus conocimientos en técnicas de yoga, pese a que te has dedicado a ello a lo largo de más de 40 años. ¿Qué te ha revelado toda esa experiencia de enseñanza de yoga sobre cómo y dónde poner el foco en la vida?
E. M.: El yoga, siempre lo digo, me ha enseñado a vivir en lo posible que sea, en salud de cuerpo, corazón y mente. También a no enredarme demasiado con los acontecimientos que el vivir cotidiano produce, ni a cegarme con luces ajenas. El yoga, con sus actitudes y practicas, despierta nuestra llama interior. Si conectamos con el contento que ello produce, cambiará la manera de comprender y vivir esta vida y llenará de «buen rollo» todo nuestro mundo de relaciones.
YeR: ¿Qué te sugiere la diferencia entre erudición y sabiduría?
E. M.: Se dice que el erudito coteja y conoce mucha información sobre el tema objeto de su erudición. Del sabio se dice que tiene el «sabor del conocimiento». El primero se mueve en un mundo de teorías, que por cierto puede exponer muy bien; el segundo accede a un mundo de vivencias.
YeR: Al final del libro hablas de tus maestros, sobre todo en clave de agradecimiento a todos por lo que aprendiste y lo que disfrutaste. Si tuvieras que elegir una enseñanza de todas las que ellas y ellos te transmitieron, ¿cuál/les valorarías más?
E. M.: Aunque es muy difícil escoger una enseñanza sobre otra, un maestro o encuentro que otro, pues todos han ido ayudando y mucho, es verdad que el encuentro con Cayetano Arroyo ha sido fundamental. Fueron doce años de mucha cercanía , de muchas experiencias y actividades, que digamos me han dejado fuertemente tocado y eternamente agradecido.
YeR: ¿Puede ser el yoga un refugio confortable para huir de los conflictos que genera el contacto con el exterior, y, en ese caso, una impostura?
E. M.: En el yoga se dice con claridad: «Cuando dejes de identificarte con lo que no eres, tu ser florecerá». Es una manera contundente de decirnos que no nos «vistamos» de lo que no somos, tanto para disipar el enredo como la impostura, que tanto daño hacen a los que lo padecen y al propio mundo, ya que todo está en relación.
YeR: Cuesta concebir que se pueda pasar a la dimensión transcendente sin haber vivido y profundizado antes en la humanística. Sería, en términos del yoga de Patañjali, como pretender llegar a samadhi sin haber incorporado en ti yama y niyama.
E. M.: Precisamente porque todo esta en relación, vivimos en una red existencial; cualquier acción o inacción crea causas y condiciones dentro de esa misma red. Es difícil verlo si solo lo esperas ver en un tiempo determinado. Por eso, tanto el yoga como el budismo empiezan con yama y con sila, con ética universal.
Los antiguos sabios sabían que todo crea movimientos en esa red, que las acciones de bondad, lucidez o de inconsciencia, maldad producen movimientos afines que sin ninguna duda emergerán. Hay que intentar ser buena gente, y se puede.
YeR: Visto cómo va el mundo en la actualidad, donde las aspiraciones pasadas a vivir en paz y fraternidad entre los seres han quedado como utopía de escaso interés general, ¿la iluminación, incluso la trascendencia, no parece como un sueño de la mente inquieta del buscador?
E. M.: Los cambios en general, es decir en toda o la mayoría de la humanidad, son y deben ser lentos; son cambios de paradigmas muy profundos, necesitan de un tiempo que sobrepasa las trayectorias personales. Uno, y lo resalto en un capítulo del libro, debe centrarse y dedicarse allí donde la vida le ha puesto, en su «parcela de vida», comprender y armonizar su instrumento cuerpo-mente, comprender y armonizar sus ámbitos de relación, es decir las personas, animales y lugares donde interactúa su cuerpo-mente.
YeR: ¿Cómo se puede afrontar desde el yoga y sin huir de la realidad, esta crisis de valores humanos y espirituales en la que estamos inmersos?
E. M.: La mente humana va en búsqueda de su «escenario de felicidad», realizado con los objetos deseados –con esta palabra me refiero a todo: personas, lugares, bienes, experiencias, saberes, etc.–, sintiendo que al habitarlo, al poseerlo, la vida habrá sido un éxito. Pero no está viendo que cualquier escenario se desmorona por su propia naturaleza cambiante, como los antiguos palacios. Buscamos donde no podemos hallar.
Hay un momento en el que la mirada gira, no busca fuera; eso es lo que significa el concepto de pratyahara en el yoga. Ahí verdaderamente empieza la transformación interior y, paradójicamente, no debe de llevarnos a una huida del mundo, sino a trabajar conscientemente en él, con
paciencia, cariño y lucidez.
YeR: ¿Dónde reside o cómo se favorece el decantarse del ser humano hacia la bondad, hacia el ser humano compasivo y solidario?
E. M.: Antes hablábamos que cuando uno va transformando, de verdad, sus energías (sattva), aparece un contento interior (santosha). En ese estado, tú no quieres, no puedes, ni en pensamiento, palabra o acción, querer dañar a nadie; eso es bondad, un atributo energético de tu buena transformación. El mundo está necesitado de esto, pero empecemos por nosotros mismos.
YeR: Tal como parte nuclear del budismo se enfoca a la compasión, ¿crees que el yoga ha puesto suficiente atención en “el otro”, en el altruismo, en la liberación del sufrimiento intolerable de buena parte de la humanidad?
E. M.: Se dice, tal como lo transmiten los maestros budistas, que compasión es empatía en acción. Es el más alto grado de realización o comprensión, solo al alcance de aquellos que comprenden que la paz interior que experimentan no es de su propiedad, está en el fondo de cada ser humano. Eso es lo que significa el voto del bodhisattwa. Entonces nace el altruismo natural –sin ningún tipo de contrapartida o espera–. Uno quiere transmitir, si es requerido, que la paz y la luz interior son la profunda identidad –más allá de los parámetros tiempo-espacio- de cada ser humano–, y no patrimonio de ningún maestro, enseñanza o linaje.
YeR: ¿Puedes trasladarnos alguna reflexión que te venga sobre todo ello…?
E
. M.: Me gustaría que todos pudiésemos mantener el «espíritu navideño» en nuestro corazón cuando pasen los tiempos navideños. Ese espíritu, siento yo, está hecho de calor interior y calor en el hogar, de compartir, de ayudar, de celebrar…
El libro La llave de la atención. Abre la profundidad de ti mismo, de la editorial Sirio, puede pedirse en librerías.